Buenos días.

Se nos ha pedido conversar sobre el tema del género y si este es biológico, social o cultural. Sin embargo, como la filosofía trata de establecer conexiones, lo enlazaré con el tema anterior. Me parece que durante estas dos horas ha habido un tema constante que se repite y se repite. Siento que ha predominado un pensamiento único y que es necesario incorporar otras perspectivas. Esto permitirá que quienes están aquí puedan conocer otras formas de interpretar las cosas, que es, en esencia, uno de los propósitos de la filosofía.

Con los estudiantes siempre trabajamos cómo analizar una pregunta antes de responderla. En este caso, la pregunta es: ¿el género es biológico, social o cultural? El concepto clave aquí es género. Esta palabra puede tener múltiples significados, pero en este caso específico nos referimos a la distinción entre hombres y mujeres. La gran pregunta es: ¿qué elementos que nos hacen hombres o mujeres son sociales, biológicos o psicológicos?

Esta pregunta ha estado presente en la filosofía por mucho tiempo, especialmente en lo que algunos llaman «filosofía del género» o, más específicamente, en el feminismo filosófico. Una de las preguntas centrales que aborda el feminismo es: ¿qué es una mujer? Esta cuestión fue planteada por la filósofa Simone de Beauvoir, quien, quizá, les resulte conocida. Al responder esta pregunta, también implica reflexionar sobre qué es un hombre y qué define a alguien como tal.

Este año, aquí mismo, hubo una gran polémica cuando se suspendió un programa del Ministerio de Salud sobre educación en género. Todo surgió porque alguien escribió en una pizarra la frase: “La mujer no nace, se llega a serlo”. Es una cita de Simone de Beauvoir. ¿Les suena? Este comentario generó controversia; hubo quienes se indignaron y lo interpretaron como una amenaza a los valores tradicionales. Incluso la Primera Dama y el Ministro de Salud tuvieron que aclarar que esa no era la perspectiva del gobierno. Este incidente está directamente relacionado con la reflexión que nos ocupa hoy.

Cuando Simone de Beauvoir dice: “La mujer no nace, se llega a serlo”, está criticando un prejuicio señalado anteriormente por el filósofo Poulain de la Barre, seguidor de Descartes. De la Barre argumentaba que los prejuicios son enemigos de la filosofía, que debe luchar por superarlos. En su época, las mujeres eran consideradas inferiores, y Simone de Beauvoir retomó esta crítica para investigar cómo se ha construido la idea de «mujer» a lo largo de la historia.

Beauvoir argumenta que la sociedad ha construido a la mujer como «el otro», y que las propias mujeres han interiorizado esta idea. Es decir, la percepción de ser «el otro» no es únicamente externa, sino que también se refleja en su propia psicología. Esta construcción social influye en cómo las mujeres se entienden a sí mismas, pero no desconoce la realidad biológica. Por ejemplo, ¿hay algo en la biología que diga que las mujeres deben fregar más que los hombres? ¿O que deben levantarse a las cinco de la mañana a preparar el desayuno para todos? ¿Que sean ellas quienes cuiden a los hijos más allá de la lactancia? Estas son imposiciones culturales, no biológicas.

Aunque la biología está presente, la cultura hace el «trabajo adicional». Dentro de los feminismos —y me gusta usar el plural porque hay muchos enfoques— hay debates sobre cuánto peso debe tener la biología frente a la cultura, y estas son discusiones importantes. El punto central es reconocer que estos prejuicios culturales han influido en cómo se define el género.

Cuando hablamos de género, nos referimos a una construcción cultural: todo lo que la sociedad añade al hecho de nacer con un sexo biológico. Este concepto se vincula con sistemas de opresión más amplios, como la clase o la raza. Por ejemplo, la filósofa Angela Davis, en su libro Mujeres, raza y clase, analiza cómo la construcción de la mujer negra en Estados Unidos, fruto de la esclavitud, es distinta a la de la mujer blanca.

Angela Davis retoma el discurso de Sojourner Truth, una exesclavizada del siglo XIX, quien planteó la famosa frase: “¿Acaso no soy una mujer?”. Truth señalaba que las mujeres blancas eran tratadas con cortesía, mientras que a las mujeres negras se les consideraba y trataba como bestias de trabajo. Esta reflexión ilustra cómo el género y la raza están profundamente interconectados, y cómo los sistemas de opresión afectan de manera distinta a diferentes grupos.

Ahora bien, podríamos pensar que este es un asunto exclusivo de Estados Unidos, sin relación con nuestro contexto. Sin embargo, en nuestra historia también hemos vivido procesos de colonización y esclavización, diferentes, sí, pero igualmente dolorosos. Estos procesos dejaron marcas que persisten hasta la actualidad. Por ejemplo, es común ver imágenes de mujeres negras, muchas de ellas haitianas, dando a luz afuera de hospitales sin recibir atención médica. Y estas imágenes, que deberían conmocionarnos, se aceptan con indiferencia: “Ah, bueno, esas parturientas”.

Esto ocurre porque los prejuicios, que conectan género y raza, siguen funcionando simbólicamente. Tenemos gobiernos —no solo el actual—, medios de comunicación e influencers que repiten constantemente el discurso de que estas mujeres representan «una carga». Pero hagamos una comparación: ¿el 15% o más de la población dominicana que vive fuera no da a luz en hospitales? ¿Sus hijos no van a las escuelas? ¿No usan los recursos de los países donde residen? Cualquier inmigrante, en cualquier parte del mundo, consume, vive, trabaja y paga impuestos, aunque sea de manera indirecta, como cuando compra en un supermercado. Nadie le pregunta de dónde viene antes de cobrarle el impuesto al valor agregado.

El problema radica en cómo los prejuicios, alimentados por el sistema educativo, los medios y otras voces, deshumanizan a las personas. Esto nos lleva a aceptar ciertas imágenes o comportamientos en unas condiciones que rechazaríamos en otras. La reflexión sobre género, que Simone de Beauvoir inició, pero que muchas autoras anteriores y posteriores también han enriquecido, nos invita a cuestionar qué aceptamos como normal en la condición de las mujeres, pero no aceptaríamos si se tratara de otras personas.

Romper los prejuicios implica reconocer la humanidad de las mujeres y su capacidad de construir su realidad. Como seres humanos, pueden decidir estudiar, votar, trabajar o no, y ejercer otros derechos. Sin embargo, cuando estos prejuicios de género se combinan con otros sistemas de opresión, como la raza o la clase social, el problema se profundiza.

Es común escuchar discursos que, aunque sutilmente, perpetúan la deshumanización. Por ejemplo, el mandato reciente de deportar 10,000 personas semanalmente no solo es cuestionable desde el punto de vista internacional, sino también desde las propias leyes dominicanas. Aceptar que una mujer negra embarazada sea tratada con menos consideración porque «son más fuertes» es tanto sexismo como racismo. Comentarios como “me gustaría una morena” también lo son. Así es como estos sistemas de opresión se instalan en nuestra mente sin que lo cuestionemos.

La filosofía debe ayudarnos a identificar y cuestionar estos prejuicios. Es necesario reflexionar sobre los discursos que emitimos, sobre cómo hablamos, pensamos e interpretamos la historia, y sobre cómo construimos las «verdades» que presentamos, incluso a través de estadísticas. Un ejemplo claro es cómo las cifras oficiales, como las del Ministerio de Salud, cambian constantemente, subrayando la importancia de investigar y no aceptar datos sin cuestionarlos.

El debate sobre género nos lleva a preguntarnos qué es cultural, qué es natural, qué es social y qué es psicológico en la construcción de nuestra identidad. Claro está que hay una mezcla de todos estos elementos, pero afirmar que «todo es biológico» es, generalmente, una estrategia para justificar estructuras inamovibles. A veces hacemos esto con pueblos enteros, diciendo: “el pueblo dominicano es así” o “la gente de tal lugar es así”.

Es fundamental cuestionar esta diversidad y entender que la identidad, tanto individual como colectiva, cambia con el tiempo. Elementos como el género, la raza y la clase forman parte de nuestra identidad, pero no deben aceptarse como imposiciones inamovibles. Debemos quitarnos los lentes del prejuicio, mirar las cosas desde otras perspectivas y cuestionarnos constantemente.

Muchas gracias.