Entrevista al profesor Luís Camilo Matos de León

Nos encontramos hoy en el despacho del director de la Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), profesor Eulogio Silverio, para conversar con una de las figuras relevantes de nuestra Escuela, el doctor Camilo Matos de León.

Matos de León es un educador natural, que desde temprana edad supo enfocar su vida familiar y su accionar social hacia la observación y la validación de los valores que dan soporte a la construcción de una mejor sociedad, a la  verdadera condición de ser ciudadano.  

Bienvenido, profesor, a este que es su espacio: El Archivo de la Voz.  

Dr. Luís Camilo Matos de León

Gracias por la invitación. Siendo aún un muchacho, fui adentrándome en ese fascinante mundo del estudio de la disciplina, el orden y la religiosidad. Esto marcó significativamente lo que soy, tanto como profesional como en lo personal. A los 15 años, mi madre se opuso a que ingresara al seminario, porque entendía que era el futuro y la esperanza de la familia; había depositado en mí todas sus expectativas. De hecho, había realizado varios cursos antes de esa edad: técnico en contabilidad, técnico en archivo y recepcionista; además de haber tomado cursos de mecanografía y otros similares. Mi madre decía que yo sería quien sacaría adelante a la familia. Así que, cuando le dije que quería irme al seminario, me respondió: «No vas a ninguna parte».

El padre Gregorio Alegría, quien estaba interesado en que ingresara, decidió hablar con ella. Le dijo: «Señora, la mejor oportunidad para su hijo es que entre al seminario». Sin embargo, mi madre se mantuvo firme: «No, usted no se lleva a mi hijo». Incluso, el padre le llegó a decir: «Usted es como una roca» porque, pese a su insistencia,  no cedía. Como era menor de edad, necesitaba el permiso de mi madre para poder irme, y ella no estaba dispuesta a firmarlo.

El padre se las ingenió y propuso algo estratégico: negociar con mi madre, ofreciéndole una beca para mi hermano menor, quien estudiaba en una escuela pública. Le propuso: «Le voy a dar una beca para estudiar en el colegio San Vicente de Paúl al menor, a cambio de que usted le dé permiso a su hijo mayor para ingresar al seminario». Además, añadió otras ventajas en términos de estudios para la familia. Finalmente, el padre logró convencer a mi madre, quien me dio el permiso, pero me advirtió: «Te voy a dejar ir, pero no esperes que te visite».

Así, a los 15 años, me fui al seminario San Francisco de Macorís para terminar el bachillerato. Fue una experiencia significativa, ya que el formador de entonces, José Luís Argaña, un sacerdote español, influyó mucho en mi carácter en cuanto a disciplina y orden. A esa edad, tendemos a buscar modelos para configurar nuestra personalidad, y ese sacerdote se convirtió en uno para mí. No sólo fue mi formador, sino también mi padrino de confirmación. Se establecieron lazos de cariño y respeto entre nosotros.

Terminé el cuarto de bachillerato en San Francisco de Macorís y luego ingresé al seminario Santo Tomás de Aquino, donde estudiaban todas las congregaciones. Yo pertenecía a la congregación de los Padres Paúles o Misioneros. Fue entonces cuando ingresé a la universidad, para estudiar filosofía en la PUCMM, a través del seminario Santo Tomás de Aquino.

Después de aproximadamente cinco años en el seminario, comencé a ver la vida de otra manera. Como mencionó uno de mis formadores, desarrollé «un espíritu rebelde». Empecé a cuestionar muchas cosas que no concordaban con mis ilusiones y sueños. Recuerdo que teníamos una sesión de reflexión cada noche, y empecé a plantear una serie de preguntas en forma de confusiones, utilizando el método socrático. El formador solía mirarme y corregir: «Camilo, tú tienes problemas».  Observaba cuestiones que para mí no tenían sentido. Esto me llevó a convertirme en una especie de crítico dentro del grupo, alguien que expresaba lo que los demás temían socializar, ya fuera por miedo o por temor a ser expulsados del seminario. Para ese entonces, ya estaba decidido a no quedarme callado.

Finalmente, me dieron un año para meditar y tomar «experiencia». Me fui a casa, aunque en realidad pasaba más tiempo en el seminario que en mi propio hogar. Como tenía que estudiar en Santo Tomás de Aquino, me recogían cada mañana en la avenida Venezuela, y, después de las clases, el padre me invitaba a quedarme a almorzar y a hacer deportes en la tarde con los demás seminaristas. Esa rutina se prolongó por unos seis meses, hasta que un sacerdote amigo me encaró: «Camilo, ¿qué clase de experiencia estás teniendo fuera del seminario? Estudias en la mañana, almuerzas aquí, haces deporte… prácticamente vives en el seminario. Necesitas tomarte tu tiempo».

Durante ese año, comencé a trabajar como mecanógrafo, específicamente en el sótano de la universidad, pasando tesis a máquina en una famosa IBM. Fue mi primer trabajo, y mientras continuaba estudiando en el seminario, ya estaba en el último año de filosofía.

Fue ahí cuando conocí a una monja que fue al seminario Santo Tomás de Aquino a dar una charla sobre formación religiosa en las escuelas públicas. Inmediatamente me interesé, y, al terminar la charla, fui tras ella y le manifesté: «Hermana, ¿quiénes se dedican a trabajar en esto?» Me respondió: «Son técnicos en educación en la fe, generalmente personas con maestría y experiencia». Yo le respondí: «No importa, adquiriré la experiencia en el proceso». La monja, sor Cruz María Moreno, trabajaba en el obispado y le tengo un cariño especial, porque me abrió las puertas para emprender un rumbo profesional.

Entré al obispado y allí hice grandes amistades con religiosos, incluido monseñor Nicolás López Rodríguez, quien administraba prácticamente todas las actividades del obispado. Me involucré en la coordinación de la formación religiosa en las escuelas públicas, un proyecto que había sido iniciado por otra hermana canadiense y que sor Cruz María continuó. Justo en ese momento, el área entró en un proceso de reforma y transformación debido al Plan Decenal de Educación, que pretendía transformar todos los ámbitos del conocimiento, incluyendo la formación religiosa.

Aunque el proyecto no tenía sede en el Ministerio, sino en el Obispado, éramos técnicos de Educación en la Fe. Primero entré para conocer el proyecto, y luego, una vez familiarizado, la hermana me sorprendió: «No tenemos que buscar a nadie más. Tú eres el pequeño Benjamín del grupo. Vamos a nombrarte». Gracias al apoyo de monseñor Pepén, se gestionó todo el papeleo de mi nombramiento, y así entré como técnico nacional docente en Educación en la Fe, mediante el Obispado y el Ministerio de Educación.

En ese momento, me incorporé a lo que considero una verdadera escuela de formación, pues comencé a conocer funcionarios como Alejandrina Germán, en ese periodo, ministra de Educación, y también a Altagracia Almánzar, otra ministra de Educación. Además, conocí a la congregación de los Povera, y a personas como Argentina Dinora y Marco Villamán, quienes me ayudaron a desarrollarme en mi papel de coordinador de Educación en la Fe. Recuerdo que en una reunión, Lorenzo Guadam, asesor en el campo de Educación, convocó a una serie de técnicos para un entrenamiento. Luego del entrenamiento, pidió los documentos de los técnicos de las diferentes áreas para ser nombrados por el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), como coordinadores de sus respectivas zonas. Fue una gran sorpresa para todos.

Me llamó la atención cómo Lorenzo organizó este proceso, mencionó que generalmente los talleres eran para directores, los cuales muchas veces asistían buscando obtener viáticos y otros beneficios. Esta vez, él quiso hacer algo diferente, convocando directamente a los técnicos que trabajaban en cada lugar. Terminé siendo coordinador del área de Educación en la Fe por cuatro años a través del PNUD. Tenía el compromiso de integrarlo al Ministerio de Educación, pues eventualmente se trasladaría al espacio físico del Ministerio.

Lo primero que tuvimos que hacer fue cambiarle el nombre. Originalmente se llamaba «Educación en la Fe», lo que resultaba problemático porque sonaba demasiado dogmático y parecía algo impuesto por la Iglesia. Durante ese trayecto, hubo grandes disputas y discusiones con profesores de la universidad que estaban nombrados como asesores y querían que esos módulos no formaran parte del currículo, argumentando que eran totalmente dogmáticos y no encajaban con el enfoque moderno, flexible y participativo que debía tener la educación. Monseñor Nicolás López Rodríguez, sin embargo, insistió en que debían mantenerse, y negociamos sobre cómo integrarla al currículo.

Recuerdo que participé en varios encuentros con monseñor y con los profesores de la UASD. Me encontraba entre dos grupos: uno sugería que se llamara «Formación Humana» y el otro, liderado por monseñor, que se denominara «Formación Religiosa». Para salir del impase, propuse un término intermedio: «Formación Integral Humana y Religiosa». Ese concepto resultó ser la solución y fue aceptado por ambas partes.

También, recuerdo al sacerdote Guillermo, que en paz descanse, quien fue profesor en el seminario y desempeñó un papel extraordinario como encargado del campus universitario del Obispado. Este proyecto que les estoy narrando está muy vinculado a diferentes dimensiones de mi vida, como el aspecto educativo y la filosofía, que he integrado en mi quehacer profesional. Todo esto me abrió las puertas para involucrarme en la transformación curricular del Ministerio de Educación. Participé en la elaboración de varios documentos y formé parte de un equipo que quedó registrado en la historia del hacer educativo nacional.

Esto también me permitió comenzar a dar clases en Educación en la PUCMM, la Universidad Católica del Cibao (UCATECI) y la Universidad APEC (UNAPEC). Desde los 22 años, he estado impartiendo clases en universidades. Entré muy joven, apenas terminé la carrera comencé a dar clases en la Universidad Católica, luego pasé a la PUCMM, impartiendo docencia en las dos instituciones simultáneamente. 

En una de esas etapas, me invitaron a una actividad en la UASD. En el evento, me encontré con dos antiguos alumnos míos que ahora son profesores distinguidos: Domingo de los Santos y  Domingo Rodríguez. Ellos me dijeron: «Profesor, ¿por qué no entra a la UASD?» Respondí que ya tenía suficiente trabajo en universidades privadas y que había oído que acá había muchos problemas y líos, que era el concepto que se tenía entonces.

Me olvidé mencionar que fui profesor en el seminario. Cuando salí del seminario, un año después me llamaron para dar clases allí. Fui maestro de Ética Social, Ética Filosófica y Antropología Filosófica. Allí fue donde conocí a Domingo de los Santos, Domingo Rodríguez, Regalado y William Chalas, entre otros, quienes siempre me tratan con alto cariño.

Tuve también la gracia de haber sido profesor de varios estudiantes que hoy son obispos, como el actual encargado de la PUCMM, Cecilio, y el obispo de San Pedro de Macorís. 

Cuando entré a la universidad, me enteré por medio de un periódico de un concurso académico. Ya me habían motivado a concursar, y justo estaba terminando mi doctorado en Ciencias Pedagógicas. En ese tiempo, conocí al profesor Francisco Acosta, quien también estaba haciendo el doctorado. Me integré al grupo, que ya estaba avanzado, pero hablé con la coordinadora, que me asignó una serie de tareas para alcanzar a los demás. Me puse al día e inicié el doctorado.

Luego, en el llamado a concurso, aproveché la oportunidad, presenté todos mis documentos y participé. El maestro Silverio fue parte del jurado evaluador, junto con el profesor Francisco Pérez y Julio Minaya. Francisquito, como le decíamos cariñosamente, me hizo una serie de preguntas sobre mi tesis, sin saber que yo era el autor. Mi tesis trataba sobre las orientaciones metafísicas en Amando Cordero, una investigación sobre filosofía dominicana. Cuando comencé a hablar acerca del tema, Francisquito me dijo: «Veo que lo domina bastante», a lo que respondí: «Es mi tesis». Él estaba sorprendido, porque en ese momento la estaba leyendo.

Ingresar como profesor a la universidad fue un cambio radical en mi vida, no sólo a nivel laboral, sino también económico y emocional. Las universidades privadas generalmente pagan por hora de clase, lo que no ofrece estabilidad. Comprendí que la universidad pública es la institución académica que da cierta estabilidad económica real a los profesionales de la educación.

Al entrar a la universidad, el paradigma que tenía sobre ella se fue despejando. Me involucré con varios colegas y, mientras terminaba mi doctorado en Ciencias Pedagógicas, inicié el doctorado en Filosofía en la Universidad del País Vasco. Aunque completé todos los requisitos, no pude presentar la tesis debido a situaciones y desacuerdos que surgieron.

Decidí entonces presentar la tesis en Cuba. Realicé todos los trámites necesarios para ello, ya que estaba optando por el doctorado en Filosofía en Cuba y ya había obtenido el doctorado en Ciencias Pedagógicas. Envié mi tesis a Cuba, porque el argumento del asesor español fue que no tenía las condiciones adecuadas, a pesar de que él mismo la había aprobado previamente capítulo por capítulo. Para mí fue algo desconcertante, y le escribí: «Si considera que no reúne las condiciones, trabajemos para cumplirlas». Pero, me respondió que no me daría permiso para pasar a otro programa.

Le propuse entonces firmar una autorización para transferir mi proyecto a otro programa y así poder completarlo, también se negó. Me dijo que debía comenzar desde cero. Le respondí: «¿Cómo voy a empezar de nuevo un proyecto que usted aprobó, capítulo por capítulo, y del cual nada más estábamos esperando la revisión final?». Él había aprobado un diseño metodológico y, de repente, me decía que no estaba preparado. Esa situación me generó una gran desesperación y frustración, por lo que decidí buscar alternativas.

Acudí a la coordinación del programa, y me dijeron que hablarían con él, ya que era una persona de temperamento difícil. También, consideré escribir directamente a las autoridades de la universidad en España. No obstante, alguien me advirtió que complicaría más la situación, ya que él era el coordinador y asesor aquí, además de ser el director del programa en España, lo que haría todo prácticamente imposible. Ante eso, decidí dejar ese asunto por la paz.

Así que opté por enviar el proyecto a Cuba para su evaluación. Lo evaluaron y me dijeron que podía defenderlo allí. Me ofrecieron dos opciones: doctorado en Filosofía o doctorado en Filosofía de la Educación. Me recomendaron que, dado que ya tenía un doctorado en su universidad, lo presentara como un posdoctorado en Filosofía de la Educación. Y así lo hice: lo presenté como un posdoctorado en Filosofía de la Educación. De ese proceso, surgió la obra que había comenzado como mi tesis de doctorado y luego se convirtió en el material de investigación para el posdoctorado.

Pero, a pesar de haber logrado esto, me quedé inconforme. Sentía la necesidad de demostrar que mi estudio era válido y de alta calidad académica, había invertido muchos años de mi vida en él. Además, la universidad me había otorgado un medio tiempo para la investigación, y sentía una responsabilidad moral de no pasar a la historia como un profesor que no cumplió con sus compromisos. Quería evitar que mi trabajo fuera visto como algo no validado o poco serio.

Con el objetivo de darle aún más validez, decidí presentar esa misma obra a la universidad y solicitar que la evaluaran para ver si podía ser publicada como un libro universitario. Recuerdo que había un equipo de evaluadores, entre ellos, un profesor muy reconocido, cuyo nombre olvidé en este momento. Evaluaron la obra y, poco después, me llamaron para informarme que había sido aprobada para ser publicada por la universidad. Eso me llenó de satisfacción y tranquilidad a nivel moral, porque quería asegurarme de que este proyecto, desestimado por una persona en particular, fuera revisado en diferentes instancias.

La obra fue evaluada y aprobada en Cuba como parte de mi posdoctorado, y luego también aquí en la universidad. Posteriormente, le regalé una copia de la obra a la persona que inicialmente había desestimado mi trabajo. Lo hice sin rencores, dedicándole el libro: «Este fue un proyecto en el que usted también estuvo involucrado y del que formó parte». Para mí, eso significó una satisfacción emocional enorme, porque sentí que había cumplido con mi propósito y que había alcanzado una meta personal y profesional.

Quería aclarar cualquier duda a nivel moral y profesional, pues a veces, por circunstancias ajenas a nosotros, el esfuerzo de un individuo puede quedar manchado. Decidí clarificar todo de la manera más prudente posible, y así lo hice. Completé mi posdoctorado en Filosofía de la Educación con reconocimiento, y la obra fue solicitada para publicación por la universidad.

Bien, dejando atrás estos inconvenientes y volviendo a la pregunta anterior, claro que, dentro del contexto educativo, no podemos adoctrinar a nadie, ni en cuestiones de fe ni en ideologías. ¿Por qué? Porque el papel del filósofo no es adoctrinar, ni en lo ideológico ni en lo religioso. Esto podría llevarnos a situaciones como la que ocurrió en la UASD en los años 70 y 80, donde se impuso una ideología dominante, que en esas décadas era el marxismo. No estoy de acuerdo con la imposición de ninguna ideología, ya sea marxista, positivista o de cualquier otra índole, ni tampoco con el adoctrinamiento religioso. Lo que debemos promover es la apertura a la diversidad, al diálogo y a la reflexión. Eso es lo que hace un filósofo.

Como argumentaba Leopoldo Zea, cuando se debatía sobre la originalidad o falta de originalidad de la filosofía latinoamericana: «Lo importante es comenzar a filosofar; filosofemos sobre nuestras problemáticas y, luego, el resultado de esa reflexión nos dirá si hay o no algo original». Yo sostengo lo mismo en el aspecto religioso. Primero, discutamos y analicemos diversas problemáticas, y luego distingamos lo que es religioso como un elemento cultural, y lo que corresponde al ámbito científico.

Dr. Alejandro Arvelo

Profesor, si habláramos de prácticas religiosas y su relación con los valores, que es uno de los temas de sus líneas de investigación, ¿podríamos pensar que prácticas religiosas distintas generan valores distintos? Tomemos, por ejemplo, el cristianismo, el vudú, el hinduismo. ¿Estaríamos autorizados a pensar que prácticas religiosas diferentes generan comportamientos sociales distintos?

Dr. Luís Camilo Matos de León

Por supuesto, que sí. El ser humano es un ser social por naturaleza y desarrolla su existencia dentro de una cultura, que está compuesta por creencias, mitos y valores. Todos estos elementos conforman la identidad de una persona. Recientemente, terminé un libro de filosofía que me propuse escribir durante un año sabático. En el proceso de elaboración, decidí incluir un acápite sobre las religiones, incluyendo el hinduismo y el budismo, para analizar el elemento cultural y las creencias que intervienen en el comportamiento de las personas. Al examinar el taoísmo, encontré que sus principios se relacionan estrechamente con el estoicismo. El taoísmo promueve la disciplina, la templanza y el equilibrio, lo cual es similar a lo que predica el estoicismo como corriente filosófica.

Tratando de hacer estas comparaciones, elaboré un capítulo para el libro en el que exploro similitudes y diferencias entre las filosofías orientales y occidentales. Espero que mis colegas puedan leerlo, ponderarlo y evaluarlo. Creo firmemente que cada cultura, a partir de sus prácticas religiosas, posee elementos muy ricos que debemos aprovechar, en lugar de entrar en discusiones y adoctrinamiento. Tenemos que centrarnos en identificar la riqueza de cada una de estas concepciones religiosas.

Hay un autor que menciona, al comparar el confucianismo, el hinduismo y el budismo, que representan tres estilos de vida: algunos más dulces, otros más amargos, pero todos correctos en su contexto. En Grecia, a propósito de uno de los programas de gestión del profesor Silverio, encontramos constantes como el bien, la verdad y la justicia en los textos de Platón. 

Dr. Alejandro Arvelo

Usted tiene un libro sobre  valores morales universales. ¿Podría decirse que esos son valores universales? ¿O agregaría otros?

Dr. Luís Camilo Matos de León

En cuanto a valores morales universales, es bueno aclarar que gran parte del pensamiento griego también tiene influencias de la cultura africana. Por ejemplo, Pitágoras y otros filósofos griegos aprendieron de la sabiduría africana. Incluso, la famosa frase de Sócrates: «Conócete a ti mismo» ya se encontraba inscrita en el Templo de Delfos y, antes de eso, en Egipto. Asimismo, el concepto de la reencarnación, que Platón discute, formaba parte del orfismo y de otras religiones mistéricas de Grecia. Esto nos muestra los nexos entre culturas y la necesidad de reconocer las raíces comunes de valiosas ideas que hoy vemos como exclusivamente griegas.

Cuando comencé a trabajar mi propuesta sobre valores morales universales en un mundo global, me enfoqué en cinco valores fundamentales que, a mi entender, deben ser universales para que podamos aprender a convivir en este mundo globalizado. Uno de estos es el diálogo, que es precisamente lo que estamos haciendo ahora: aprender a discutir, discernir y aceptar diferencias para llegar a acuerdos. El diálogo es un valor imprescindible para la convivencia, tanto a nivel personal como entre naciones. Gran parte de los conflictos a nivel mundial se debe a la falta de diálogo.

Otro valor esencial es la justicia. Aunque en diferentes culturas puede tener concepciones variadas, el principio de «dar a cada uno lo que le corresponde» es vital. La justicia implica ser prudente con los bienes ajenos y actuar de manera justa en nuestras acciones.

El tercer valor es la libertad. Con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hemos comprendido que sin libertad, el ser humano no puede desarrollarse ni realizar un plan de vida. La libertad es básica para la convivencia en un mundo global.

Otro valor innegable es la igualdad. Todos los seres humanos merecen ser tratados con equidad, sin importar las diferencias culturales, sociales o económicas. Y, finalmente, la paz, que es quizás el valor más deseado.

Estos cinco valores: diálogo, justicia, libertad, igualdad y paz, son más que necesarios para convivir. En este sentido, me apoyo en autores como Adela Cortina, una filósofa contemporánea que ha escrito ampliamente sobre el tema y la importancia de la ciudadanía global. En su libro “Ciudadanos del Mundo”, presenta claramente estos valores como determinantes para la correlación global.

Dr. Alejandro Arvelo

Profesor, y viniendo a un plano más concreto, ¿ve usted el patriotismo como un valor?

Dr. Luís Camilo Matos de León

Fíjese, una de las discusiones que tuve en el pasado, y que creo que influyó en el rumbo de mi formación, fue sobre el concepto de patriotismo. Considero que el patriotismo puede ser visto como un valor, pero siempre y cuando se entienda de una forma que no sea excluyente ni xenófoba. No debe llevarnos a la ceguera nacionalista que impide aceptar las diferencias de otras culturas y naciones. El amor a la patria es único, pero debe coexistir con el respeto y el reconocimiento a la diversidad. El patriotismo tiene que ser educado desde la perspectiva de la solidaridad y la empatía de la humanidad compartida. Cuando se convierte en una fuerza constructiva, en la que veneramos nuestra identidad y apreciamos la de los demás, entonces puede ser algo positivo y enriquecedor.

Esta visión del patriotismo está también ligada al concepto de responsabilidad social, que es otra de las líneas que he estudiado. Debemos enseñar a los estudiantes que, aunque amen a su patria, también deben contribuir al bienestar de los demás, entendiendo que vivimos en un mundo interdependiente. Por lo tanto, la verdadera educación patriótica no es la que fomenta el odio o la desconfianza hacia los otros, sino la que alienta la colaboración y el entendimiento mutuo. 

En ese aspecto, el patriotismo bien entendido se alinea con los valores universales que mencioné anteriormente: diálogo, justicia, igualdad, libertad y paz. Es un valor que puede fomentar la unidad dentro de la diversidad y ayudar a resolver problemas que enfrentamos como sociedad mundial.

Cuando empecé el doctorado en otra universidad, traía conmigo una preparación cubana en filosofía. Muchas personas allí eran contrarias a la ideología cubana, lo que provocó confrontaciones, porque defendía ciertos criterios que consideraba dignos de debates. Mi postura siempre fue que la educación filosófica debía fomentar el diálogo y el respeto a las diferencias. Ese es, a mi parecer, el verdadero propósito de la filosofía.

Uno de los temas que abordamos fue si el patriotismo podía ser un valor integral en un mundo global. Me dijeron que eso era imposible, que ya no se hablaba de patriotismo, sino de nacionalismo. Argumentaban que el patriotismo era un término utópico y que, hasta podía caer en el «patrioterismo». En mi libro planteo que el patriotismo puede manifestarse de muchas formas en las acciones humanas. ¿Por qué lo defiendo como un valor integral en un mundo global? porque cuando nos referimos a identidad, hablamos de patriotismo; cuando recuperamos la memoria histórica, hablamos de patriotismo; cuando defendemos nuestra nación, estamos hablando de patriotismo.

Sin embargo, no hago tanto énfasis en el aspecto militarista o territorial, sino más bien en la identidad cultural y en lo que significa ser dominicano. Pienso que así como los cubanos defienden su «cubanía», nosotros debemos defender la «dominicanidad». En América Latina, el fervor patriótico sigue siendo un elemento de primer orden, a diferencia de gran parte de Europa, donde el patriotismo se ha transformado más en nacionalismo, debido a las experiencias históricas de confrontación entre naciones.

Este fue uno de los puntos de contradicción cuando comencé a trabajar en este proyecto. Pero, a pesar de las discusiones, mantuve mi postura. Una de las cosas que más me llamó la atención durante mis estudios doctoral fue cómo algunos colegas tenían una actitud negativa hacia cualquier ideología que viniera de Cuba, producto de prejuicios e ideas preconcebidas. Reitero, para mí la filosofía siempre ha sido una herramienta para el diálogo y el entendimiento mutuo, y no una forma de imponer creencias o rechazar de plano una visión del mundo.

Otro detalle que olvidé mencionar es que mi libro acerca de patriotismo es fruto de mi tesis doctoral. Elaboré una estrategia pedagógica para enseñar el valor del patriotismo en las escuelas públicas, y fue por ello que el libro se publicó y se utilizó como parte de los recursos del Ministerio de Educación. La estrategia que empleé permite mostrar el patriotismo desde distintas vías del conocimiento: historia y ciencias naturales, utilizando elementos culturales y naturales disponibles.

Por ejemplo, algo sumamente sencillo, cuando estaba estudiando a los filósofos dominicanos, los aprendí con facilidad porque sus nombres estaban en mi entorno cotidiano. Tomás Bobadilla, es el nombre de una calle; Juan Pablo Duarte. también da nombre a avenidas y plazas. Así, los espacios públicos de nuestras ciudades se convierten en una herramienta educativa para fomentar el patriotismo. Un caso que me impresionó particularmente fue el de Mocoso Puello, cuyo nombre conocía por el hospital. Descubrí que fue el primer filósofo dominicano en presentar una concepción universal del cosmos. Al escuchar su nombre, nunca imaginé la relevancia de sus aportes filosóficos. Estos elementos de nuestra historia, nuestra cultura popular, nuestra música y nuestros deportes son valiosos para educar sobre el alcance del patriotismo. Me apoyé en los escritos del historiador Emilio Rodríguez Demorizi, quien acudía a distintas dimensiones del patriotismo. Empero, en mi propuesta decidí no presentar estas distinciones como partes separadas, sino como elementos integrales que construyen un todo, siguiendo la postura hegeliana: «El todo es más que la suma de sus partes». El patriotismo, en mi opinión, es un todo compuesto por rasgos que se integran mutuamente.

Cuando hablamos de cuidar nuestra identidad dominicana, pensamos en lo que somos como pueblo: nuestras raíces, nuestras creencias, nuestra cultura. Eso es patriotismo. Cada ser humano siente un apego hacia su tierra, hacia sus orígenes. Incluso, cuando uno vive en el extranjero, experimenta ese sentimiento de pertenencia. Recuerdo cuando estaba en España realizando estudios, y luego en Argentina; no podía esperar a que el curso terminara para volver a mi tierra. Sentía ese amor hacia mi país. Ese sentimiento, esa conexión que se experimenta al ver el avión descendiendo sobre nuestro terruño. Definitivamente, es una expresión de patriotismo.

Ese apego a nuestra tierra no se basa únicamente en un sentimiento romántico, sino en una relación profunda con el entorno, la historia y la comunidad. Es un sentimiento que, bien canalizado, puede contribuir a la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Ahora bien, es imprescindible diferenciar el patriotismo del nacionalismo excluyente. Un patriotismo sano fomenta el respeto a la patria, pero también el aprecio a otras culturas y naciones. No debe ser una fuerza de exclusión, sino un motor para la colaboración y la comprensión entre pueblos.

En ese orden, realicé una metodología pedagógica para enseñar el patriotismo en las escuelas, tomando en cuenta cinco ejes: historia, cultura, recursos naturales, identidad y ciudadanía. Creo que estos elementos permiten a los estudiantes comprender su identidad de una forma abarcativa. Por eso, el libro fue publicado y se convirtió en parte de los recursos del Ministerio de Educación, ya que ofrece una perspectiva integral y práctica sobre cómo educar acerca del patriotismo desde las aulas.

Al enseñar historia, los alumnos pueden aprender sobre los héroes nacionales, los procesos históricos que dieron forma a la nación y las luchas por la libertad. Desde las ciencias naturales, entonces aprender a amar y cuidar los recursos naturales, entendiendo que el amor a la patria también implica proteger la tierra y el medio ambiente. Además, incluí un enfoque cultural, utilizando el folclore, la música y las costumbres locales para conectar a los jóvenes con la identidad dominicana.

Otro dato puntual, fue el uso de la infraestructura urbana como recurso educativo. Nombres de calles, hospitales y monumentos son una excelente forma de educar sobre la historia nacional. Por ejemplo, citar la calle Juan Pablo Duarte no es sólo mencionar una dirección, sino recordar quién fue Duarte y cuál fue su papel en la independencia dominicana. Del mismo modo, nombrar el Hospital Mocoso Puello puede llevar a una reflexión sobre quién fue este personaje y cuáles fueron sus aportes al país. 

Así, el patriotismo no es exclusivamente un sentimiento, sino un conjunto de acciones y actitudes que se observan en el cuidado de nuestra identidad, nuestras raíces y nuestra cultura.

En conclusión, creo que el patriotismo, entendido como amor y responsabilidad hacia la tierra y la cultura, es una joya costosa que debe ser reguardada y preservada. Este cuidado, lejos de ser excluyente, debe motivarnos a respetar y justipreciar otras culturas, contribuyendo a la creación de una comunidad global solidaria. Mi objetivo, a partir de mi tesis y del libro, fue acentuar una narrativa de asumir el patriotismo desde una óptica colectiva y afirmativa, para que las futuras generaciones se sientan orgullosas de su identidad y sean capaces de colaborar y convivir en un mundo cada vez más interconectado.

Dr. Alejandro Arvelo

Uno de los filósofos que usted mencionó dejó claro que «vivir sin patria es lo mismo que vivir sin honor». Quisiera aprovechar para preguntarle, profesor, ya llegando casi al final de esta conversación, que podría extenderse por horas, porque el material que nos ofrece es vasto y fascinante: ¿Cree que está justificado defender la dominicanidad? ¿Está la dominicanidad en peligro, o no? ¿Cuál es su mirada filosófica sobre el presente social de nuestro país?

Dr. Luís Camilo Matos de León

Sí, bueno, creo que hay muchas formas de velar por la identidad dominicana. Eso es parte del valor del patriotismo. No obstante, la manera en que se defiende es lo que me preocupa y con lo que no estoy de acuerdo. No se puede defender nuestra identidad desde una normativa arcaica de patrioterismo, con el uso de las armas o la imposición a otros pueblos. Ese es un enfoque que debemos superar. La mejor forma de defender la dominicanidad es con  educación, invirtiendo tiempo y recursos en la formación de los jóvenes.

Tenemos que seguir educando sobre el hecho de que somos miembros de una cultura, de un territorio, de un suelo al que estamos indisolublemente unidos como dominicanos. Ese sentimiento, esa identidad, hay que preservarlos, pero no con el uso de la fuerza, no mediante el maltrato o la reprimenda. Estoy en desacuerdo con eso, particularmente en el caso de nuestros hermanos haitianos. No se puede alegar que es haitiano, chino, venezolano o colombiano. No se debe atentar contra ningún ser humano, no importa su nacionalidad, origen, raza o cultura. La Declaración Universal de los Derechos Humanos lo establece  claramente, pero la realidad a veces parece alejada de lo que reza esa declaración y de la práctica cotidiana.

Por consiguiente, entiendo que la mejor vía de defender la dominicanidad es poniendo en primer lugar la educación. Debemos educar mucho, porque, como señalaba Nelson Mandela: «La educación es el arma más poderosa para transformar una nación». 

Dr. Alejandro Arvelo

Profesor, ¿cree usted que existe una política de maltrato por parte del Estado dominicano hacia los haitianos? ¿Piensa que hay órdenes o directrices para que se produzca dicho maltrato? O, como a veces se repite en ciertas instancias internacionales, ¿hay una política racista por parte del Estado dominicano?

Dr. Luís Camilo Matos de León

Mire, es un tema bastante polémico, tanto a nivel nacional como internacional. Cuando seguimos los acontecimientos a nivel global, por ejemplo, cuando Estados Unidos o cualquier otro país expulsan a una cantidad de hermanos haitianos, muchas naciones no dicen nada. Se mandan a estas personas en condiciones deplorables, como si fueran mercancía, y no se levanta ninguna voz en contra. Pero, cuando en la República Dominicana se intenta organizar la salida de extranjeros en situación irregular, inmediatamente se nos acusa de racismo y maltrato. 

Esto se debe ver desde diferentes aristas. En ocasiones, los imperios y el neoliberalismo, como culturas dominantes, tienen sus propios objetivos a nivel global. Los países que han sido solidarios a menudo son catalogados como opresores. Cuando en realidad, la República Dominicana ha sido uno de las naciones más comprometida con Haití en sus momentos difíciles, desde el terremoto hasta otras crisis que han afectado a esa pobre gente. 

Ese concepto de racismo que se menciona es, en mi opinión, mitológico, manipulado y utilizado según los intereses de cada cual, como hacían los sofistas. La República Dominicana ha estado presente y ha ayudado a Haití en sus peores circunstancias, mostrando empatía en sus momentos de dolor y en sus necesidades. Caray, no, la comunidad internacional constantemente nos tilda de enemigos de nuestros hermanos haitianos, porque, para nadie es un secreto, que existen motivaciones detrás de esas acusaciones.

Francia es uno de los países que más saqueó los bienes de Haití durante su época colonial. Entonces, ¿por qué no se responsabiliza moral y económicamente a las naciones poderosas que realmente se beneficiaron de Haití? ¿Por qué no se estructura una política internacional en la que las potencias con mayor riqueza colaboren con el restablecimiento de Haití? Francia y Estados Unidos, entre otros, tienen una deuda histórica con ese pueblo que debería ser pagada. En lugar de eso, a la República Dominicana se le exige una carga desproporcionada, una camisa que ya de por sí es bastante grande.

Dr. Alejandro Arvelo

Profesor, muchas gracias, en nombre del director, el ideólogo detrás de estos encuentros. Su propósito siempre ha sido dejar un legado, una visión ideal del perfil de nuestros docentes para las futuras generaciones. Este diálogo será visto hoy y también en el futuro, cuando quizás no estemos aquí. Antes de finalizar esta parte y darle la palabra a Silverio para el cierre, me gustaría hacerle algunas preguntas rápidas. Le mencionaré unos cuantos nombres, expresiones o nociones para que nos diga lo que le viene a la mente en una frase.

Dr. Luís Camilo Matos de León

Por supuesto.

Dr. Alejandro Arvelo

Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).

Dr. Luís Camilo Matos de León

Mi casa de formación.

Dr. Alejandro Arvelo

Juan Pablo Duarte.

Dr. Luís Camilo Matos de León

El ideólogo de la nación dominicana.

Dr. Alejandro Arvelo

Facultad de Humanidades de la UASD.

Dr. Luís Camilo Matos de León

El espacio donde he podido realizar varios proyectos.

Dr. Alejandro Arvelo

Filosofía.

Dr. Luís Camilo Matos de León

Como decía Leopoldo Zea: “Una forma de vida para ser mejor ser humano”.

Dr. Alejandro Arvelo

La República Dominicana del porvenir.

Dr. Luís Camilo Matos de León

El apego a mi cultura y a lo que soy como dominicano.

Dr. Alejandro Arvelo

Muchísimas gracias, profesor. Silverio, usted tiene la palabra.

Prof. Eulogio Silverio

Bueno, en nombre de la Escuela de Filosofía agradecer al maestro Matos de León, en este caso en una doble condición. Es un honor saber que ha sido parte fundamental de ese proceso tan importante, de mantener, a pesar de las contradicciones, la formación integral humana y religiosa en nuestra Escuela.

Desde mi humilde saber, creo en la necesidad de que la educación integral humana y religiosa esté presente en la Escuela, porque, precisamente, dentro de esa formación conjunta, se encuentran los valores patrióticos. El vínculo entre la religión católica, sobre todo, y nuestra identidad nacional es legendario. Es prácticamente imposible separar la dominicanidad de estos lazos, especialmente con la Virgen de la Altagracia, conocida como «Doña Tatica». Este apego a nuestras costumbres culturales está marcado por la tradición cristiana católica.

Por otro lado, quiero felicitarle por enfrentar con determinación las dificultades durante su doctorado. Al conocer las razones detrás de esos desafíos, no debemos entristecernos, sino más bien admirarlo por haber mantenido su posición frente a actitudes intolerantes, que hemos visto no sólo en este caso, sino también en otros espacios. Existe una suerte de «zarismo» académico que lleva a algunas personas a creerse dueñas de la verdad y a no aceptar ideas distintas. Pulula, en varios entornos académicos, una especie de fanatismo democrático que eleva el discurso políticamente correcto como el único válido, y cualquier argumento que se desvíe de eso es automáticamente desechado como algo «conservador» y sin valor.

Lo aplaudo por haber mantenido su postura y demostrar que sus ideas, aunque para algunos pudieran parecer equivocadas, son relevantes para usted y para muchos otros más. La valentía de defender lo que uno cree, incluso frente al poder, merece reconocimiento.

Bien, profesor, además sabe que esto no es gratuito. Aquí todo tiene un precio. Así que vamos a imponerle un par de «multas», dos compromisos, en este caso.

La primera «multa», es comprometerlo a entregarnos un par de artículos para la revista de la Escuela: “La Barca de Teseo”. Pronto se le enviará una comunicación formal, pero desde ahora le reiteramos nuestro interés en que publique sus investigaciones en ese órgano, que es una revista indexada y, por tanto, estará presente en diferentes bases de datos, incluso si algún día deja de existir en papel. Permanecerá en el ciberespacio, en internet.

La segunda «multa», es para que se integre a los trabajos del VI Congreso Dominicano de Filosofía 2025. Hemos elegido como tema “Pensar en español”: apuesta por la identidad dominicana. Estoy convencido de que las exploraciones que usted realiza, especialmente sobre el patriotismo, serían perfectas para este evento, particularmente en estos tiempos donde hay tanta confusión y fuertes apologistas del «no ser dominicano». Pareciera que la sangre derramada por nuestros antepasados, para que hoy tengamos esta patria, fue un simple juego de niños, como si ellos lo hubieran hecho por diversión o porque les gustaba la violencia, especialmente contra el vecino que también quería este lado de la isla. 

Olvidamos que cada país tiene un territorio donde ejercer su soberanía, pero tuvo que enfrentarse a otros que querían ese mismo pedazo. Las naciones existen por una razón, una razón histórica, que en su momento fue la de la fuerza. Hoy, quien quiera nuestro terruño tendrá que quitárnoslo a la mala, porque no lo vamos a ceder. Usted podría vivir con todos los privilegios del mundo en otro lugar, pero no se sentiría tan pleno como viviendo acá, aun con nuestras limitaciones: apagones, carencias, desorden y pobreza. Este pueblo no lo podemos ceder. Espero que quede claro.

Por eso, lo invito a participar en el VI Congreso con una ponencia. Le sugiero que trate el tema de su libro sobre los valores del patriotismo. Me parece que encajaría perfectamente dentro de la temática general de la actividad.

Usted conoce las razones detrás de este proyecto. Desde afuera, suelen vernos como una Escuela pequeña, pero nosotros sabemos que somos una entidad fuerte. Ninguna otra puede exhibir tantos profesores con la formación que ustedes tienen, con publicaciones recurrentes. Nadie le paga a Matos de León para que publique libros; nadie le paga a Edison, a Leonardo u otros. Caramba, lo hacen como un compromiso con su oficio, como una cuestión inherente. No hay que decirle a uno que se cepille los dientes cada mañana, lo hace porque es parte de la buena salud y la higiene. 

Nuestra Escuela es reconocida porque cuenta con profesionales de su estatura y de otros que han pasado por aquí. 

Agradecemos infinitamente que haya aceptado la invitación y nos sentimos muy orgullosos de que forme parte de esta familia de pensadores. 

Profesor, muchas gracias.