No es original de Platón la teoría del alma, sino que este se nutre de un discípulo de Pitágoras que era médico. En el Fedro se plantea esta influencia, pero el tema del alma permea gran parte de los diálogos platónicos, especialmente en el Fedón, y adquiere también una dimensión social en La República.
Complementando estas ideas, y retomando lo que ya se ha planteado, puede decirse que el cristianismo, en cierta manera, representa una forma de platonismo cristianizado, sobre todo en lo que respecta a la teoría del alma y a la idea de su inmortalidad.
Ese desprecio por lo corporal, heredado de la tradición platónica, fue continuado por el cristianismo. En los diálogos platónicos, lo importante es ese elemento de trascendencia, donde el cuerpo —soma— se asocia semánticamente a la cárcel. Por eso, el cristianismo asume el cuerpo como algo despreciable, lo que da origen a diversas corrientes y estilos de vida ascéticos, centrados en la purificación y la flagelación del cuerpo, entendido como un obstáculo para alcanzar la trascendencia, ya que lo limita o coarta.
Tal como afirma Hegel, la filosofía occidental se ha desarrollado en torno a dos grandes conceptos: el concepto de naturaleza, que nos llega desde los griegos, y el concepto de subjetividad, introducido por el cristianismo. Este elemento de la subjetividad se desdobla también como conciencia. Hegel, en su sistema, unifica las antinomias kantianas entre lo finito y lo infinito, integrando lo material como un momento del todo en el proceso dialéctico.
Es decir, Hegel busca superar la contraposición entre alma y cuerpo, entendiendo que tanto el alma como la materia y la naturaleza forman parte de una totalidad. Esta concepción será luego criticada por el existencialismo, que rechaza esa visión totalizante y recupera la noción de individuo y de libertad.
En este sentido, aunque la concepción hegeliana ha sido objeto de crítica, comenzando por sus propios discípulos —Marx y Feuerbach, quienes destacaron la dimensión física e histórica del ser humano—, también los hegelianos de derecha retomaron esa visión espiritual del hombre. Un autor muy trabajado en los años 70 y 80, Teilhard de Chardin, también abordó esta dicotomía entre alma y cuerpo. Su propuesta representaba una crítica al evolucionismo dominante en su época, aunque desde una perspectiva que buscaba integrar lo espiritual y lo material.
Así, la concepción del alma, aunque en ciertos momentos ha enfrentado objeciones críticas, resurge una y otra vez tanto en el pensamiento filosófico como en la vida religiosa. Se suponía que en el siglo XXI la religión se debilitaría, pero ha sucedido lo contrario: ha crecido la conciencia religiosa. Solo en el mundo católico, por ejemplo, se ha registrado un incremento de más de 100 millones de fieles, alcanzando una cifra de alrededor de 1,300 millones. Ha renacido el espíritu religioso como expresión de una búsqueda de sentido y de conexión trascendente.