Entrevista al profesor José Flete Morillo

 

Doctor Alejandro Arvelo 

Nos encontramos nuevamente en el despacho del director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), profesor Eulogio Silverio, para continuar con uno de los programas más destacados de su gestión: «El Archivo de la Voz». Hoy tenemos el honor de contar con la presencia del doctor José Flete Morillo, una de las figuras señeras de la promoción del pensamiento filosófico dominicano de los años 90. Flete Morillo es un activo cultural, además de un académico reconocido. Egresado de la Escuela de Filosofía, ha cursado también la licenciatura en Filosofía y Letras y en Educación. Ha realizado un doctorado en Teología y se ha graduado con honores en el doctorado en Filosofía por la Universidad del País Vasco y la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

El profesor Flete Morillo ha sido, entre otras cosas, director del Centro Universitario Regional del Este (CURE), donde dejó una impronta de realizaciones y, por igual, es muy participativo culturalmente en las redes sociales. Es uno de nuestros expertos en materia de cine y filosofía. Bienvenido, estimado.

Profesor José Flete Morillo 

Gracias, maestro. Ya con esa presentación no me queda mucho por decir, no quisiera estropearlo.

Doctor Alejandro Arvelo 

Usted conoce, imagino, la intención del director Silverio con estos archivos. Es, en parte, dejar un legado para la posteridad, un perfil ideal de nuestros profesores, especialmente de aquellos que han sido un ejemplo y que pueden ser emulados por las generaciones futuras. Desde ese punto de vista, nos interesa cualquier dato que usted considere relevante para quienes vean este espacio, esta filmación, cuando ya no estemos presentes.

¿Quién es José Flete Morillo? ¿Dónde nació? ¿Quiénes fueron sus padres, sus hermanos, sus hijos? ¿A qué jugaba de pequeño? ¿Quiénes fueron los maestros de la educación básica, media y preuniversitaria que ejercieron una influencia particular en la configuración de su carácter y su mentalidad?

Profesor José Flete Morillo 

Bueno, agradezco, en primer lugar, la oportunidad de estar aquí nuevamente. Ya había recibido la solicitud del  director que me dijo: «El maestro Arvelo tiene que entrevistarte», y nada, me siento privilegiado y honrado por esta oportunidad.

De hecho, sobre «El Archivo de la Voz» conversaba hoy con alguien antes de venir para acá, a quien le había mostrado el trabajo de este proyecto, porque esta iniciativa nunca se había hecho en la universidad. Es la primera vez en toda la historia que se está haciendo algo así de forma sistemática y organizada. Anteriormente, se grababa a las personas de manera accidental, alguien llegaba y hacía una grabación, pero no había un cronograma bien estructurado.

Con estas entrevistas, estamos legando la memoria de los que han hecho carrera en la universidad y en la Escuela de Filosofía. Todos esos profesores que conocemos, como Lusitania Martínez, Julio Minaya, usted mismo, o Morla, quienes han sentado un precedente, ahora, cualquiera que los mencione sabe adónde acudir.

En este momento, estamos trabajando en el perfil de Tomás Novas y hubiera sido maravilloso haberlo grabado y eternizar la memoria del «Sócrates de la Escuela de Filosofía». Este esfuerzo viene a ser un aporte de valor incalculable, ya que hasta donde tengo entendido, ninguna otra escuela de nuestra universidad, y me atrevo a decir que de ninguna otra universidad que conozca, ha tenido este tipo de encuentros de manera continua.

Estamos valorando y reconociendo el aporte de los profesores de nuestra Escuela. Sabemos lo que sucedió en los 70 y los 80, pero hubiera sido  gratificante poder encontrarme o haber conversado con figuras como el padre Andrés Avelino. No se pudo en su tiempo, pero ahora lo estamos haciendo y muy bien.

Con respecto a mí, mi nombre es José Flete Morillo. Mi padre, Baudilio Ernesto Flete, conocido como «Silo», era un campesino del Cibao, y mi madre, originaria de La Cañita, quien se mudó posteriormente a donde nací yo. Aún recuerdo con cariño mi infancia y el amor de ambos. De mi padre aprendí a ser cariñoso, a demostrar afecto y a ser responsable con la familia. Mi papá era un verdadero filósofo popular; sus palabras a menudo me dejaban sobrecogido, como cuando me dijo algo similar a lo que Sun Tzu planteó en «El arte de la guerra» sobre los enemigos: «Si tienes problemas con alguien, elimínalo inmediatamente, no dejes que se levante, porque si se levanta, tendrás un enemigo a muerte». Aunque puede sonar radical, era su forma de ver la vida.

Mi madre, por otro lado, era una mujer de hierro, líder comunitaria y activista política. A pesar de haber alcanzado solo el segundo curso de primaria, demostró una gran capacidad de liderazgo y tenacidad. Ella me enseñó la importancia de la higiene, de tener todo limpio y ordenado. Se levantaba temprano para asegurarse de que el piso estuviera impecable antes de que otra cosa sucediera. Me inculcó la responsabilidad desde joven y, por ella, hoy tenemos un hogar digno.

Somos tres hermanos: Francisco Alberto Flete Morillo, que estudia Historia; y María Iluminada, cariñosamente «Morena», vive en los Estados Unidos. Soy el mayor de todos. Mi esposa, Matilde Ramírez Carmona, ya es conocida por muchos de ustedes. Ha sido una gran compañera, me organizó la vida y llenó mi corazón de amor. Juntos tenemos varios hijos: Ernesto, Mara, Aris Odete (a quien llamamos Aris Od) y el más pequeño, Brudi Ernesto, amigo de Eulogio.

Nací en el barrio de Gualey, un lugar que antes era un verdadero paraíso, con un río sin contaminación y balnearios. Conocí a Eulogio en 1992, en una clase de Historia de la Filosofía. Desde ese día, comenzó una amistad que ha durado hasta  hoy. Mi primera carrera fue Educación, mención Filosofía y Letras; luego estudié Filosofía Pura, y después Teología. También, hice una especialidad en Historia y Geografía del Caribe, así como una maestría en Filosofía Global y otra en Gestión Universitaria, ambas en España; y finalmente un doctorado en Teología y Filosofía. Actualmente, curso un doctorado en Humanidades.

Estoy sumamente agradecido de mi Escuela de Filosofía y de la UASD. Como decimos en buen dominicano, «no como cuento» con la universidad, porque lo que soy hoy, gracias a Dios, es en parte por esta casa de estudios. No creo que hubiera podido llegar hasta donde estoy sin la plataforma que me ha brindado esta institución. Amo mi universidad, la defiendo; y aunque tenga defectos, como decía Carlos Puebla: «Nuestro vino de plátano; y si sabe agrio, es nuestro vino».

Quiero destacar que, a través de la educación pública y lo asequible de la UASD, pude completar mi carrera invirtiendo unos 2,000 pesos en total. ¿Dónde más se puede hacer una carrera con tan poco? Esta es la universidad del pueblo y la oportunidad que me brindó me permitió crecer intelectual y profesionalmente. Por eso, la atesoro tanto. La Escuela de Filosofía me ha dado sistematicidad en el pensamiento y lo que ven se lo debo a ella.

Además de la influencia de mis padres, quiero destacar a un profesor que impactó mi vida académica. Siempre fui malo en matemáticas; cada vez que la maestra escribía en esa pizarra negra, sentía como si la tierra se abriera bajo mis pies. Sin embargo, todo cambió cuando llegué a cierto grado y conocí a Manuel Emilio Pérez Castro, quien supo encender en mí la chispa del aprendizaje y ayudarme a superar mis miedos.

No sé si él terminó el programa, pero ahí fue cuando aprendí a establecer la diferencia entre un profesor y un maestro. Un profesor es quien ejecuta una función pecuniaria, con ánimo de lucro, pero un maestro transforma vidas. Él solía decir: «Presten atención, miren aquí». No sólo nos enseñaba lo que había en los libros, sino que tomaba elementos de la vida para hacernos entender qué sucedía cuando no se prestaba atención. Desde entonces, mis mejores calificaciones fueron en matemáticas. De él tomé la actitud necesaria para ser maestro; y eso ha sido crucial para mí. Me resulta difícil dar clases y ver a un estudiante distraído y eso se debe a que Pérez Castro, quien aún vive, encauzó mi accionar.

En cuanto a la universidad, tengo presente a muchos profesores que me motivaron. Uno de ellos fue el fallecido Celso Benavides, en Letras;  me enseñó el valor de la prudencia y la discreción. Recuerdo una tarde en que estaba dando una calificación y yo miré la nota antes de tiempo, entonces, me dijo: «José, has cometido un claro acto de indiscreción delante de tu Dios, delante de todo el mundo». Aunque no fue una reprimenda elegante, aprendí mucho con él, especialmente sobre redacción. Otro de grata recordación es Carlos González Tapia, me hizo  investigar. Solía poner a los estudiantes a hacer investigaciones y me mostró que, en la universidad, se debe ser un investigador, incluso en la docencia.

Cuando entré a la Escuela de Filosofía, le conté al director Silverio que me había graduado con honores en mi primera carrera. Creía que sabía bastante y tenía esa idea arraigada. Bueno, un día apliqué para un puesto y no me fue bien. No podía concebir que no hubiera tenido éxito, ya que nunca había reprobado una materia. Fue cuando el maestro Tomás Novas me aclaró muchas cosas. Él desempeñaba un papel de cazatalentos, a pesar de que en ese momento no lo comprendía del todo. Novas solía asistir a las clases comunes que compartían varias carreras, como Teoría del Conocimiento, Ética y Filosofía Lógica. Al final de las clases, los sábados, nos sentábamos en la explanada de Humanidades y él me hacía preguntas. No entendía cuál era su propósito, pero esas preguntas me ayudaban a reflexionar.

Cuando me gradué, Silverio me llamó y me explicó que debía ayudar a otros a inscribirse en la universidad. Le conté que me había ido a estudiar Derecho. Cuando se lo comenté al inolvidable Novas, me refrendó fríamente: «Los abogados ya no argumentan tanto, el juez lo que busca son conclusiones, quizás lo hiciste porque necesitas seguir argumentando, pero no lo vas a lograr desde ahí». Esa fue una lección que no comprendí hasta largo tiempo después.

Volví a la Escuela de Filosofía y decidí inscribirme de nuevo para estudiar desde dentro y comprender los conocimientos a partir de otra perspectiva. En el pensum encontré que no únicamente había Historia de la Filosofía I y II, sino que había cinco niveles. Novas me aclaró que, mientras en la carrera de Pedagogía se daban dos niveles, los estudiantes de Filosofía estudiaban también a Avelino, además de seminarios sobre Kant y Hegel. De manera típica, no me decía qué debía hacer, sino que me guiaba para que sacara mis propias conclusiones, en un auténtico método mayéutico.

Otro profesor que redirigió mi forma de pensar fue Rafael Morla, quien nos llevó a profundizar en los presocráticos durante un semestre entero. Ahí fue cuando comprendí que realmente no sabía filosofía. Igualmente, debo mencionar a los doctores Minaya y Arvelo, quienes jugaron un papel extraordinario en mi formación. Arvelo me enseñó a plasmar el pensamiento en palabras. En sus clases de Filosofía de la Religión, nos insistía en que llegáramos al aula con algo escrito. Esa tarea de escribir antes de cada encuentro, especialmente en la asignatura  de Pensamiento Filosófico Contemporáneo, me ayudó a desarrollar la capacidad de expresar mis ideas con claridad.

Recuerdo que, durante la dirección del Centro en San Pedro de Macorís, fui a una feria del libro que para mí tenía un gran valor personal. Ese día, usted, Arvelo, me señaló: «Flete, haga las cosas bien. Si las hace bien, el mérito será mío; si las hace mal, diré que fue usted quien no supo trabajar». Ese comentario me salvó, porque cuando llegué a San Pedro la comunidad no me aceptaba fácilmente. Aprendí que, aunque ellos tuvieran protagonismo, tanto el prestigio como el desprestigio serían míos. Entonces, decidí trabajar desde las sombras, dejando que los demás brillaran.

Gracias a ese enfoque, logramos muchas cosas, hasta llegué al Palacio de la Presidencia, donde logré apoyo para el Centro. Todo eso fue posible vía el pensamiento del profesor Arvelo y a la cuota de respeto que me inculcó. Él permitía que desarrolláramos nuestras propias ideas, incluso cuando decíamos disparates. Esa capacidad de dejar que uno mismo construyera sus opiniones fue algo que me marcó positivamente. Por eso, dondequiera que va Arvelo, también va mi gratitud y afecto.

Además, permítanme reconocer a algunos amigos, como Eulogio y otros profesores, que han sido fundamentales en mi crecimiento profesional. Aunque a veces tengamos diferencias, siempre aclaro que soy producto del esfuerzo colectivo. Espero que el editor pueda ajustar algunas partes para enfatizar lo que realmente vale para la posteridad: el aporte del profesor.

Doctor Alejandro Arvelo 

En realidad, el protagonista de este archivo es usted. Su labor como gestor, así como su vida religiosa activa y su formación teológica y hermenéutica, que van dejando una huella. Sabemos que, en varias ocasiones, la gente percibe  tensión entre la filosofía y la religión, entre filosofía y creencia, filosofía y fe, ¿cómo ve esa relación, profesor?

Profesor José Flete Morillo 

No existe tal contradicción. Precisamente, en una de las clases del maestro Arvelo trabajamos sobre filosofía de la religión. Me asignaron investigar acerca del vudú, lo que me obligó a desmontar mis prejuicios y empezar de cero, abordando el aspecto fenomenológico de la religión desde lo interno. Fue una experiencia reveladora, que me mostró que no hay tal tensión entre filosofía y religión. La religión, en cierta manera, sienta un precedente y abona el terreno para la actividad filosófica. La filosofía tiene la capacidad de permear todas las áreas del conocimiento, por lo que no es posible una separación real.

La religión encierra una dimensión argumentativa en su parte teológica, pero la fe no es argumentativa, es vivencial. Es determinante saber cuándo aplicar la filosofía y cuándo dejar espacio a la fe. La madurez me ha enseñado a discernir cuándo debo hacer un acto de fe y cuándo aplicar el razonamiento filosófico. Por ejemplo, ante el conflicto dominico-haitiano, la religión no puede ser ciega frente a un problema que afecta también a la ciudadanía dominicana. He predicado sobre esto en la iglesia, recordando a los fieles que una desgracia nos dañaría a todos por igual.

En ese aspecto, valoro realmente a los principales exponentes de la teología liberal, en especial a algunos teólogos católicos, con quienes puedo no coincidir doctrinalmente, pero respeto su ejercicio científico de la teología, que implica analizar el fenómeno religioso sin dejarse confundir por lo afectivo.

Lo mismo pasa con otras disciplinas. Cuando me transferí a Derecho, alguien de la congregación me advirtió que un evangélico no podía ser abogado, ya que la ley y la religión parecían incompatibles. Igual sucede con la ciencia, como en el caso de Jesús caminando sobre el agua; científicamente sabemos que una masa cuya densidad sea mayor que la del agua se hundirá. No obstante, desde el punto de vista de la fe, se trata de un acto predicativo, no argumentativo. Hay momentos en los que simplemente se cree o no se cree, sin necesidad de argumentar.

Por esa razón, no discuto sobre la fe con personas religiosas. Cuando se trata de la fe, creo, y no argumento. Si tengo que debatir, prefiero hacerlo desde la razón, no desde la fe, para evitar entrar en conflictos innecesarios entre la razón y la creencia.

¿Qué es una religión? Remontándonos al tiempo de aquella investigación formidable sobre ritos y creencias del vudú, puedo ponderar que el vudú o el budismo constituyen una religión. En la materia de Filosofía de la Religión, vimos que la religión es un fenómeno social. El vudú es, efectivamente, una religión tribal, distinta a las religiones occidentales, como el cristianismo, que tiene un orden jerárquico claro, ya sea católico, protestante o hasta en las religiones monoteístas como el islamismo. En el vudú, la deidad, a pesar de que es el dios serpiente, no tiene un orden jerárquico claro, a diferencia de las religiones mencionadas.

Me llega a la memoria un ejercicio que usted hizo de los hábitos diarios, como prender y apagar una computadora. Es un acto que realizamos sin cuestionar, siguiendo un ritual basado en la autoridad de alguien a quien percibimos como referente. De la misma forma, en el vudú existen rituales que se siguen sin cuestionar. En el vudú, el dios serpiente gobierna todo, pero no hay una jerarquía rígida. Esto contrasta con las religiones monoteístas, donde la jerarquía es fundamental y donde existen normas claras, como los mandamientos de «no matarás» y «no robarás», que establecen pautas ético-morales para los fieles.

Ama a tu prójimo, respeta los bienes de tu prójimo. En el vudú, no tienen ese tipo de observación ética. Los loás no están subordinados a la deidad que gobierna y se plantea una famosa cuestión similar a la que gusta mucho el señor director: la idea de Sócrates. «¿Las cosas son buenas y justas porque agradan a los dioses, o agradan a los dioses porque son buenas y justas?». En la religión vudú, no hay una clara respuesta a esta pregunta, y esto lo comprobé en un documental que estaba viendo. Los loás pueden hacer tanto el bien como el mal, dependiendo de lo que uno les pida.

Doctor Alejandro Arvelo 

Es una religión tribal, primitiva, donde no existe una valoración ética formal. Usted, que tiene formación teológica y provechosas lecturas de textos sagrados, ¿cómo ve la relación entre judaísmo y cristianismo? ¿Es una relación de continuidad, o son una y la misma cosa?

Profesor José Flete Morillo 

La religión cristiana originalmente surge del judaísmo, pero hay un momento en que se separa. El judaísmo tiene sus preceptos, como la Torá o el Pentateuco, con textos como el Génesis, Éxodo, Levítico, Números y los profetas. Nosotros preservamos esa parte, pero la separación se da con la figura de Cristo Jesús. Aunque Cristo tiene origen judaico, no hay una ruptura formal hasta que el apóstol Pablo introduce una visión inclusiva: en Cristo Jesús no hay ni griego ni esclavo; todos somos uno. Ahí es donde se marca la diferencia con el judaísmo, que mantiene sus raíces primitivas y muy marcadas.

El apóstol Pablo, en sus enseñanzas, rechaza la pretensión de judaizar: no es necesario cumplir con las prácticas judaicas para ser aceptado. En el cristianismo, Pablo insiste en que hay un solo Dios, y que la circuncisión no tiene relevancia; lo esencial es la fe en Cristo Jesús. De esta manera, él universaliza los reglamentos de la Torá, aplicándolos al mundo de ese entonces, llevándolos del ámbito social y primitivo al plano metafísico, como principios universales por encima del tiempo y el espacio. En resumen, a pesar de que el cristianismo comparte un origen con el judaísmo, no son lo mismo. Hoy en día, hay corrientes que intentan judaizar al cristianismo, algo con lo que no estoy de acuerdo, pues defiendo la identidad cristiana propia.

Doctor Alejandro Arvelo 

A propósito de la convivencia de dos pueblos en una isla relativamente pequeña como esta, profesor, ¿hay vasos comunicantes entre el vudú y el cristianismo? ¿Es posible conciliar estas dos cosmovisiones?

Profesor José Flete Morillo 

Si no fue posible la comunicación entre el islamismo (una religión monoteísta y abrahámica) y el cristianismo, mucho menos lo será entre el vudú y el cristianismo. En los Estados Unidos, hubo un intento de fusionar el islamismo y el cristianismo, llamado «cristianismo islámico», pero no tuvo éxito debido a la ruptura fundamental en las creencias sobre el profeta y los conceptos religiosos. En el caso del vudú, tampoco es posible una mezcla. No se trata de un prejuicio racial, como reflexioné recientemente con mis estudiantes. La falacia del «arenque rojo» es la que desvía el núcleo central para hacer parecer que existe racismo o exclusión.

En el vudú, por citar diferencias, el dios serpiente gobierna todo, pero no hay una jerarquía rígida. Esto contrasta con el cristianismo, donde la jerarquía es absoluta  y existen normas claras como «no codiciarás los bienes de tu prójimo». En el vudú, existen rituales para obtener la mujer de otro o para tener éxito en una cosecha, estas cosas serían inaceptables en la ética cristiana. Esto no tiene que ver con racismo. Como mencionó Eulogio, y se lo he dicho a mis estudiantes, la gente no siempre sabe lo que es el racismo. Quienes acusan a la República Dominicana de racismo generalmente lo hacen desde el desconocimiento. La fobia, por ejemplo, engendra odio sin razón, como matar a una cucaracha sin que esta haya hecho nada. En nuestro país, no se persigue a una persona por su color de piel. Incluso Peña Gómez, un líder carismático y de origen haitiano, nunca fue perseguido por su origen. La discriminación en este contexto no es comparable con una fobia irracional.

La religión vudú es más un tema de identidad y supervivencia. En un país predominantemente cristiano, ya sea católico, evangélico o adventista, los practicantes del vudú se adaptan, simulando sus creencias para no ser perseguidos. Pero, en el fondo, siguen haciendo sus rituales. En la religión cristiana, se advierte «no codiciarás los bienes de tu prójimo», mientras que en el vudú hay rituales para lograr exactamente lo contrario, es más, hasta para vengarse de otros. Es por eso que no es posible conciliar ambas cosmovisiones.

Repito, no es racismo. El dominicano no tiene un odio irracional hacia lo haitiano, como quieren hacer ver. Como precisé antes, el caso de Peña Gómez, quien movía masas a pesar de su origen haitiano, es un ejemplo claro. No hubo racismo hacia él, y tampoco lo hay hacia otros de origen haitiano en la República Dominicana.

Venía pensando en eso. Y es que están poniendo a la gente en lo que no está, están llevando al dominicano a  reparar en los rasgos genéticos, cuando antes el dominicano no le daba importancia. Ya uno se queda mirando a ver si este es dominicano o haitiano, porque sí se distinguen, pero ¿lo hacíamos antes? No, el dominicano no es racista. Al contrario, creo que el dominicano, como plantea un influencer, no tiene que ver con eso. El dominicano decía, en lenguaje coloquial, que lo que no le gusta es que la gente esté sucia delante de él, pero no se le puede acusar de ser racista. No es verdad.

Para demostrar esto, nos han criticado duramente con lo de la pena. Le conté una vez un relato sobre una persona que había en mi barrio, que se mudó allí. Se llamaba Isaac, era un niño tierno, con una historia triste, huérfano de padre, lo que provocó la empatía de todos. Lo acogimos con cariño, porque era un pequeño sufrido. Llegó a los cuatro o cinco años y, con el tiempo, cuando tenía siete u ocho, iba a las casas, se sentaba y la gente le daba comida y lo dejaba durmiendo en un rincón. A todos nos daba pesar sacarlo. Lo amábamos. Le pusieron de cariño «Pensamiento». Pensamiento siempre estaba ahí, callado, no mataba ni una mosca.

Sin embargo, un día, cuando se despertaron donde estaba Pensamiento no había televisor, ni muebles, ni nada. ¿Qué pasó? Bueno, Pensamiento era el caballo de Troya que usaban los ladrones del barrio. Cuando el dueño de la casa se dormía, este se levantaba y les abría la puerta. Eso es lo que nos ha pasado con el tema haitiano, nos han querido vender la compasión para así soportar lo que no tenemos que soportar. La República Dominicana es el país más solidario que Haití ha tenido en toda su historia. Cuando sucedió el terremoto de 2010, mientras las naciones aterrizaban con aparataje y cámaras, nosotros ya estábamos en Haití ayudando, hasta soportando agresiones de ellos mismos. Todos vimos como Sonia Pierre y los organismos internacionales pedían sanciones para la República Dominicana.

Si fuéramos racistas, no es verdad que esos miles de niños haitianos estuvieran en nuestras escuelas, quitándoles cupos a los propios. Si fuéramos racistas, no tendríamos a tantas parturientas haitianas desplazando de las camas de hospitales a nuestras mujeres y enfermos. Si fuéramos racistas, no es verdad que tuviéramos las rutas de vehículos repletas de haitianos. Y si fuéramos racistas, no permitiríamos que las ONG, que son las principales beneficiarias del dinero internacional, estuvieran promoviendo la fusión del país desde aquí. Como indicó una profesora: «Es muy fácil ser prohaitiano con el dinero del pueblo». Si fuéramos racistas, no tendríamos a las ONG haciendo esto.

Ahora, para demostrar que no soy racista, no significa que deba mudar un vecino a mi casa. No puedo darte lo que no es mío, ni quitarles el pan a mis hijos para quedar bien contigo. Ahí cabe bien la historia de una madre que quería ser muy buena y noble, y cuando alguien le reclamaba, castigaba a su hijo para demostrar que no era parcial. Nosotros no podemos seguir cayendo en eso. Las mismas autoridades quieren agradar a todos, pero ya basta. Tenemos más de 200 años lidiando con Haití.

Una vez, un profesor, tratando de ser ingenioso, se rió y bromeó: «La República Dominicana no sabe lo que es ser dominicano». Pero desde finales del siglo XV ya nuestra identidad estaba forjada. Hemos aceptado la historia borrada de Dessalines en Moca, más de 15 invasiones por parte de los haitianos, y aun así, soportamos que nos quiten tierras y maten a nuestra gente. No somos racistas. Lean lo que es el holocausto judío, el apartheid en África, o vean películas como «Hotel Ruanda» o «Lágrimas del Sol». Eso es racismo. En los Estados Unidos, donde no puedes entrar al baño de los negros, eso sí es racismo. El dominicano baila con todo el mundo: con el blanco, el negro, el chino, el gringo, el español. Pero si intentan tomarnos por tontos, respondemos, y eso es lo que está pasando con Haití.

Hemos dado educación, y cuando alguien dice: «No me han dado educación», yo le respondo: «¿Cómo llegaste a bachillerato en un país que no es tuyo, sin papeles?». El país te ha tratado con generosidad. Hemos aguantado insultos a nuestras autoridades, no nada más a las actuales. Usted bien sabe que, en su momento, el presidente Leonel Fernández fue agredido por los haitianos con piedras; olvidamos y seguimos tolerando. Soy de  opinión de que la República Dominicana es para los dominicanos. Hemos forjado esta República. Cuando Haití logró su independencia en 1804, aunque destruyeron todo, eran más ricos que los otros países del Caribe. Nosotros hemos levantado esta nación con sangre y la hemos sostenido sobre nuestros hombros. Ya no más.

Doctor Alejandro Arvelo 

Ahora bien, hablemos de otra cuestión. ¿Cómo se ha relacionado en mí Flete Morillo, el teólogo y el filósofo, el ministro de culto y el profesor?

Profesor José Flete Morillo 

Esa siempre es una pregunta difícil. Continuamente me la hacen, especialmente el  director.

No sé si será una virtud, a veces me cuestiono y pienso que tal vez soy un tanto tibio. Un predicador famoso, Charles Stanley, aseguraba que no podemos separar ambas cosas, pero creo que hay momentos en los que deben unirse y otros en los que deben distanciarse. Veamos, mi tesis de doctorado en teología fue sobre el problema del bien y el mal en la película «La sombra de una duda», de Alfred Hitchcock, una lectura desde la perspectiva paulina. Hice un aporte a la filosofía del cine. Ahí está la filosofía: me permitió analizar más allá del texto. Aunque la Biblia es un libro sagrado para nosotros, también hay que saber cuándo separarlo y leerlo de manera racional.

Por ejemplo, el «Cantar de los Cantares», la teología fundamental lo presenta como un enamoramiento entre Cristo y la Iglesia, pero realmente es bien erótico. Cuando lees el capítulo cuatro, resulta sumamente intenso. La sexualidad es parte de la vida dada por Dios para que el hombre viva plenamente. La filosofía me ayuda a entender ese punto. También, me permite comprender una obra tan filosófica como «Eclesiastés». A raíz del tema haitiano, parafraseo el capítulo 7: «No seas demasiado bueno, ni demasiado sabio; ¿por qué habrías de destruirte a ti mismo?». Estas cosas no pueden desligarse.

Con respecto a mi función como ministro, intento ser coherente, de no mezclar los roles cuando estoy frente a la congregación. Pero si me preguntan, busco convocarlos a reflexionar, que piensen por sí mismos y entiendan los parámetros. La filosofía me enseña que, si pertenezco a un grupo, debo ser fiel a él, porque es la manera racional de ver el mundo.

Coloqué la bandera dominicana en la iglesia porque la congregación tiene que entender que, aunque seamos creyentes, debemos defender la patria. No propongo que salgamos a disparar ni a tirar piedras, pero, al menos, puedo sugerirles  que hablemos todos la misma lengua. Entonces, no se separan la parte argumentativa y la reflexiva. Empero, en cuanto a lo vivencial, hay situaciones en las que tienes que actuar con decisión y exclamar: «En este momento, aquí no». Por el conflicto que mencioné antes, es un asunto delicado, y como ministro cargo con la responsabilidad de guiar a la iglesia a pensar sobre él. No podemos estar al margen de una realidad que sabemos que pone en peligro al país. Si colapsa, también colapso yo.

En cuanto a la teología, no hay diferencia, se mantiene la reflexión desde la perspectiva teológica, como carrera y como ciencia. Cuando se habla de ciencia, por el aparato discursivo, debo beber de la filosofía. No puedo abordar la idea de perfección de Dios sin involucrar a Platón, ni tampoco desvincular la demanda del ser humano de asociarse con otros sin referirme a Aristóteles. Todo está interrelacionado. Esto fue lo que ocurrió en los inicios de la iglesia: para que el Imperio Romano entendiera la necesidad social del cristianismo, tuvo que recurrir a los filósofos. Por tanto, no tenemos diferencias; ambas disciplinas están ahí, aunque haya que saber cuándo utilizarlas, como en la medicina. Se presenta  urgencia en que no se puede suministrar penicilina porque el  paciente es alérgico; hay que usar otro medicamento. La filosofía y la teología son así: en algún momento se unen y en otro se alejan.

En torno a la pregunta de cuál es el perfil ideal de un ministro de culto, me parece que está muy claro.

Doctor Alejandro Arvelo 

Y a propósito, profesor Flete Morillo, ¿cómo visualiza usted una clase ideal de filosofía?

Profesor José Flete Morillo 

Bueno, ya estoy sudando… La clase ideal de filosofía, pienso, es la que, sin ánimo de adular, está descrita en el libro «Si quiere filosofar». El texto te  mueve a pensar en la vida, en cuál es la necesidad que tengo como estudiante o como maestro; y cómo dirigir a los jóvenes a la realidad circundante. La filosofía tiene fama de ser abstracta y difícil de entender, pero siempre explico a mis alumnos que eso no es verdad. La muerte, por ejemplo, es un factor innegable e insoslayable, verdadera,  presente. Es en ese instante donde el ser humano se cuestiona sobre la verdad de la vida. Acá encontramos a Epicuro, Séneca. La filosofía forma parte de la vida, permea toda la existencia.

Recientemente, estaba hablándoles a mis estudiantes sobre lógica y los conceptos. Les indicaba: «¿Qué hacen ustedes cuando les ponen nombre a las cosas? Están conceptualizando, haciendo una abstracción mental». Incluso, extendí mi mano a una estudiante y le dije: «Celular», y ella cogió el celular en lugar de la mochila. Eso es filosofía. La filosofía está hasta cuando uno se enamora, porque nos volvemos más teóricos que nunca. El discurso surge. Mi padre, que era campesino, dialogaba de cuestiones que me dejaban asombrado, y eso mismo que él proponía, lo expresó Sun Tzu en «El arte de la guerra». La filosofía me hace pensar con seriedad sobre las dificultades de la vida.

He tocado temas delicados con mis estudiantes, como la crisis haitiana. ¿Por qué lo hago? Porque mi papel, y fue lo mismo que hizo Sócrates, es despertarlos, trasladarlos hacia el entorno que los rodea. Yo no estoy educando exclusivamente para ganar un salario, aunque, gracias a Dios, lo gano. Mi deber como ciudadano, que era lo que Sócrates repetía, es concienciar a esos muchachos que están frente a mí, muchos de los cuales están perdidos. La filosofía me obliga a motivarlos a pensar. Les hablo de la vida, el amor, de experiencias que encuentran en canciones y películas, porque la filosofía lo atraviesa todo.

Doctor Alejandro Arvelo 

¿Y qué le parece, maestro, la filosofía se vincula de algún modo con la política?

Profesor José Flete Morillo 

Sí, claro. La filosofía es como el oxígeno, está en cada momento y lugar. ¿Usted recuerda la obra de Henry Capitant, un libro de cabecera para los estudiantes de Derecho y está también La historia de las ideas políticas? La filosofía está diseminada por el estudio del Derecho. En este caso, el abordaje de la justicia obliga a leer a Platón, a Sócrates. La política está intrincada con la filosofía. La filosofía facilita el entendimiento de circunstancias políticas de hoy día, porque nada de esto es nuevo. Cada vez que veo el conflicto domínico-haitiano, me remito a Bertrand Russell, cuando señala que lo que hizo colapsar la sociedad romana fue precisamente la apertura a los pueblos bárbaros. Eso fue lo que la hizo derribar. La filosofía analiza eso que estamos viviendo.

Lo que muchos no terminan de asimilar es el peligro que corre la sociedad dominicana de sucumbir con la inmigración haitiana, no porque sean negros, como algunos apuntan, sino porque su concepción del mundo, sus valores sociales y morales; y su idea de respeto a la vida y a la naturaleza son totalmente distintos a los nuestros.

No hay manera. Hace años leí un libro de Jeffrey Archer: «Cuarto poder», que analiza dos visiones, dos ángulos, de dos personas distintas: uno era judío y el otro americano; y cómo las ideas y la concepción del mundo de cada uno eran tan disimiles. Yo digo que la filosofía viene siendo como una gran ferretería. Los estudiantes, que me cuestionan si un filósofo es práctico, no comprenden que la filosofía no dicta qué hacer, sino que ofrece herramientas.

La filosofía es como una ferretería: tú vas a construir una casa y esta tiene todos los materiales, ya sea cartón, concreto o clavos. La filosofía ofrece todos los recursos, pero cómo construyas depende de ti. Si la casa se cae, no es culpa de la ferretería, sino de quien la hizo. De la misma manera, la filosofía te da amplitud: si quieres ser ateo, te da todos los elementos; si quieres ser creyente, igual te da el poder de creer. Mi hermano Silverio se ríe, pero la filosofía fortalece, proporciona lo que se necesita.

Si miramos la situación política actual, podemos ver cómo el pragmatismo y el utilitarismo están vigentes.

Doctor Alejandro Arvelo 

No cabe duda, amigo Silverio, de que estamos ante una cantera virgen de ideas y proyectos frescos sobre lo que pasa hoy y la necesaria inserción de la filosofía en el presente social. Podríamos continuar charlando largo y tendido con el profesor Flete Morillo, pero, en aras de dejar algo que requerir en la audiencia, creo que provisionalmente debemos poner un punto y seguido a este maravilloso encuentro.

Como de costumbre, concluimos con dos partes. La primera es mencionar cinco nombres, conceptos o expresiones, para que nos diga, a modo de intuición o impresión fenomenológica, qué le evocan. Y la segunda, el cierre formal de este diálogo corre a cargo del fundador de este programa: El Archivo de la Voz, que es nuestro director, el maestro Silverio.

Le diré: Luís Federico Cruz Paulino.

Profesor José Flete Morillo 

Mire, tenía un punto pendiente sobre él cuando hablé, pero se me escapó. Eso pasa cuando se dice mucho. El maestro Cruz Paulino, junto con Novas, fueron de los que supieron acercarse a los estudiantes. Tenían ese compromiso de promover la Escuela. Además, había algo en Cruz Paulino, era como una especie de niño sediento de saber. No desperdiciaba conocimiento. Si usted decía cualquier cosa que le interesaba, él se quedaba atento y preguntaba: «¿Dónde lo dice?». No lo hacía por molestar, sino porque quería investigar. Era como un GPS de las bibliotecas; nos señalaba dónde estaban todas. Estoy hablando de la pedagogía, de dónde estaban todas las bibliotecas del país.

Nos llevó a conocer la biblioteca Antillense, que, además de la innegable labor del padre Jesús Hernández, quien tuvo un nexo determinante con la UASD, gracias a él. Me atrevo a decir, con mucho respeto, que aunque la figura del padre Hernández era importante, fue el profesor Cruz Paulino quien realmente nos conectó con la biblioteca. Era maestro en otras universidades, como Santo Tomás y Don Bosco; y promovía la biblioteca allí con el mismo fervor.

En la carrera de Pedagogía, mención Filosofía, nos habló bastante de las revistas «Paradigma», “Academia” y «Episteme», donde se publicó un artículo sobre Karl Popper cuando este murió en 1994. Fue a través del boletín de la cátedra de Historia de la Filosofía y por el distinguido Cruz Paulino que conocí a Popper. Él mantenía a los estudiantes de la Escuela de Pedagogía conectados con las novedades del momento en  filosofía. Incluso, cuando el Papa Juan Pablo II pidió perdón a Galileo, fue él quien nos acercó a esa carta y nos explicó todo al respecto.

Escribí un pequeño ensayo sobre Cruz Paulino. En el que hago mención de una imagen que me vino a la mente: lo observé y recordé la canción de Pablo Milanés sobre Salvador Allende: «Las piedras saltaban, las balas saltaban, y tú surgías perfecto de allí». Cuando vi que Cruz Paulino no murió espiritualmente, pensé en esa canción. Me atrevo a decirlo así, porque su legado sigue vivo entre nosotros.

Es como verlo en ese momento inmortalizado, a la manera de Milan Kundera y su concepto de la inmortalidad. Ahí hubo una separación del personaje temporal hacia uno que va a perdurar en la memoria no sólo de sus estudiantes, sino de todos aquellos que constantemente lo mencionamos y que lo hemos leído.

Doctor Alejandro Arvelo 

Cine y Filosofía.

Profesor José Flete Morillo 

En cuanto a la relación entre cine y filosofía, lo aprendí en la clase de filosofía con usted, motivado también por mi querido amigo y hermano Carlos Pineda. Hay que ser agradecido, como recrea la parábola de los diez leprosos en la Biblia: hay que volver y dar las gracias. Si aprendí sobre filosofía del cine o a hacer filosofía desde el cine, además de en la clase, fue gracias a Pineda, que debe estar viéndonos. Fue con la película «John Q», cuando él trató el tema de la seguridad social. En ese momento, vi cómo lo hacía y encontré un terreno fértil en ello. Aprendí que existe una conexión imperdible, ya planteada por Eugenio Trías y otros filósofos, quienes afirman que en el cine se expresa lo que el literato no se atreve a expresar, el director de cine lo transmite a través de la cámara, muestra el mundo y permite graficarlo.

Eso es lo que utilizo para instruir a mis estudiantes. Cuando les explico sobre metafísica, los llevo al cine.

Doctor Alejandro Arvelo 

Lusitania Martínez

Lusitania Martínez, a quien le tengo un gran respeto a pesar de nuestras diferencias, tiene una impronta única. Un día, viendo un análisis sobre el documental «La Trinchera del Honor», vi que aparece ella, trabajó ahí; y se muestra cómo esta intelectual ha preservado la memoria filosófica dominicana. Se ha dedicado a hacer filosofía y, además, ha sido una embajadora del pensamiento filosófico dominicano, llevándolo a otros lugares. A pesar de no compartir completamente sus puntos de vista sobre la ideología de género y el feminismo, reconozco su rol. Si se quiere discutir sobre el feminismo en la República Dominicana de manera seria, es necesario leerla. No simplemente en el contexto dominicano, sino también en la geografía mundial del pensamiento feminista, es un referente necesario.

Doctor Alejandro Arvelo 

Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo: presente y porvenir.

Profesor José Flete Morillo 

La Escuela de Filosofía es sumamente pujante. Está llena de oportunidades. Vengo de la Escuela de Pedagogía y puedo asegurar que la de Filosofía es una institución que siempre ha dado oportunidades. Estudié aquí gracias al maestro  Silverio, quien me apoyó sin reserva. No lo digo por adular, sino porque es la verdad. Hay que ser agradecido; y yo lo soy. Perdón por el olvido, una persona que no mencioné antes, mi tía Oliva, me aceptó para dar clases en el colegio que ella dirigía, sin que yo tuviera experiencia. Dígame usted si no debo agradecerle eso. Lo mismo para la iglesia donde me formé, que me dio el chance de trabajar como docente.

Veo mi pasado y, como poetiza Nicolás Guillén en  «Tengo»: «Cuando me veo y toco, yo, Juan sin nada, no más ayer y hoy, Juan con todo, y todo, me pregunto: ¿cómo ha podido ser?». Hay muchas personas a las que les tengo gratitud. Mi hermano Silverio, aunque discutamos, como es normal entre hermanos, tiene sin pensarlo mi apoyo. Peleo con mi hermano Francis, pero hay de aquel que le ponga la mano. Con él también guardo una parte de gratitud, igual que con mi familia y mi esposa, quienes siempre han mostrado aprecio por la Escuela de Filosofía, especialmente hacia el profesor Silverio y hacia usted, porque soy producto de esa relación. No agradecer sería mezquino.

Me enojo con los estudiantes de la Escuela de Filosofía porque insisto que deben aprovechar la oportunidad que se les está dando. Déjenme manifestar que, aunque existen otras instituciones que imparten filosofía, como PUCMM o el Seminario Santo Tomás de Aquino, la única que ha mantenido la actividad filosófica de manera constante por más de 200 años es la nuestra. La filosofía que se hacía en la Universidad de Santo Tomás de Aquino se sigue haciendo ahora en la Escuela de Filosofía. A pesar del tiempo, la actividad filosófica sigue viva, y la unidad nuestra es que  mantiene esa llama encendida en la sociedad.

Que me busquen otra escuela de filosofía en cualquier universidad del país que haya organizado actividades filosóficas sin desmayar, como lo ha hecho esta. Puede que las hagan como eventos aislados, pero hacerlo con la conciencia de que se está haciendo filosofía es diferente. ¿Cuántos seminarios y congresos ha organizado la Escuela de Filosofía? Esa es nuestra labor y la razón por la que seguimos aquí, manteniendo vivo el quehacer filosófico.

Caray, y lo hacemos aquí, sin recursos, con las manos vacías. Si estoy equivocado, déjenmelo saber.

Doctor Alejandro Arvelo 

La República Dominicana: algún reto o navega segura sobre un mar plácido hacia el porvenir.

Profesor José Flete Morillo 

La República Dominicana tiene muchos problemas. No estamos navegando sobre un mar tranquilo hacia el porvenir; tenemos desafíos.

El país está en grave peligro y hay situaciones que debemos enfrentar. No digo que salgamos a pelear, pero necesitamos hablar el mismo lenguaje. Los dominicanos no somos racistas, ni discriminantes, ni abusadores. Eso no es cierto. Todos debemos decir con una misma voz; y los profesores  comunicar claramente el riesgo que nos amenaza. Si no lo hacemos, perderemos la nación. Ya está en peligro de desaparecer.

He estado preocupado por el tema de Haití, incluso antes de que el director mencionara el observatorio. Me inquieta la situación actual y la clase política, que se está volviendo totalmente pragmática, y peor aún, está apostando al país como si fuera una mercancía para vender al mejor postor. No hay sentido de identidad ni de institucionalidad. Recuerdo a una persona que me decía de un profesor: «Es demasiado institucionalista», como si eso fuera malo. Pero, precisamente, es lo que esperamos: institucionalidad. Necesitamos gente que respete las entidades, porque es dentro del marco de la ley donde podemos competir con justicia. No podemos competir con quienes tienen más recursos si actuamos fuera de la ley; debe ser en el terreno de lo institucionalidad.

En la República Dominicana se están perdiendo los valores y tenemos el reto de salvarlos desde las aulas.

Tal vez no tenga la capacidad de luchar físicamente, pero sí puedo influir. Si tengo 13 secciones y 50 estudiantes en cada una, son 650 estudiantes con los que puedo socializar cada semestre sobre la dominicanidad. He visto a mis alumnos reflexionar, decirme que han estado en distintos lugares defendiendo el país. A uno sólo que haya logrado influir, no para crear odio, sino para defender al país, habré hecho algo significativo. La República Dominicana está en peligro y viene desde hace tiempo.

Hay un autor llamado Lucio Casado, que en su libro «Hombre y sociedad», escribe acerca de la creación de un periodo de silencio en la historia dominicana, que se extiende desde 1804, cuando Haití logró su independencia, hasta principios del siglo XX. En ese periodo, nos han vendido la idea del heroísmo de la Revolución haitiana, pero si somos serios, veremos que esa independencia fue comprada y no completamente legítima. De 1804 hasta los primeros años del siglo XX, e incluso hasta 1916, hay un vacío en nuestra historia.

No sabemos qué pasó en la Segunda República ni se mencionan las 14 batallas que libramos. Un estudiante fue mandado a callar cuando mencionó que esas batallas no se enseñaban. Hasta en  doctorado se ignoran esos hechos. Se ha creado un mito alrededor de Duarte, afirmando que las batallas no existieron, que no hubo invasiones. Se nos deja un vacío histórico y se conecta la historia desde 1804 directamente con la Masacre de Perejil, sin mencionar las otras invasiones, como la de Moca, y mucho menos las 14 y la ocupación de 1822, que algunos insisten en denominar «unificación».

Cuando un grupo de personas sin cultura de guerra enfrenta a un ejército de 12,000 soldados con experiencia en masacres, lo lógico es buscar la paz, como postula «El Arte de la guerra»: si tu enemigo es más fuerte, negocias. Eso fue lo que pasó en ese momento.

Doctor Alejandro Arvelo 

Creo que no puede haber mejor introducción a las palabras del maestro Silverio. Él siempre se ha preocupado, desde la filosofía, por estos temas de identidad, historia y la razón de ser de la República Dominicana. Un excelente final para este encuentro y una extraordinaria manera de cederle la palabra.

Prof. Eulogio Silverio

Profesor Flete Morillo, sí, me mantuve en silencio todo el tiempo. Quería intervenir, pero el formato no me lo permitió. Al final, ya no pude contenerme cuando mencionó «El arte de la guerra». Sobre las clasificaciones tradicionales de guerras justas e injustas, hay un filósofo que sigo, Gustavo Bueno, que afirma que esa clasificación es incorrecta. Según él, la clasificación correcta sería entre guerras prudentes e imprudentes. En este caso, cuando no tienes la fuerza para vencer al enemigo, no es prudente ir a la guerra porque sería un suicidio. La guerra es prudente cuando tenemos la capacidad de vencer.

Bien, en nombre de la Escuela de Filosofía agradecer al maestro Flete Morillo. Nos conocimos en las aulas, cuando él se burlaba de mí por mi auténtico marxismo. Claro, un atrevimiento de su parte. Recuerdo una definición que di sobre filosofía que le pareció risible. A partir de ahí comenzamos a comunicarnos y nos hicimos amigos, hasta llegar a este momento en el que lo tenemos como profesor de nuestra Escuela. Un verdadero baluarte. Como decía Novas, tenemos grandes esperanzas depositadas en este joven.

Quisiera, también, agradecer a Osvaldo, que ha estado con nosotros en la parte técnica. A pesar de que ha pasado desapercibido. En la edición, se verá su figura acá atrás, en el fondo. Él está en El Archivo de la Voz haciendo su contribución.

Profesor, lo comprometemos a trabajar en uno de los diálogos del Banquete filosófico y en “La Barca de Teseo”, la revista de la Escuela. No podemos dejar caer ese proyecto por dejadez. Los que creemos en la República Dominicana y en la filosofía estamos obligados a defenderla y promoverla. «La Barca de Teseo” es un esfuerzo serio, una revista ya indexada en bases de datos que debemos mantener.

Otro compromiso es integrarse al Congreso Dominicano de Filosofía. Sé que cuando se le llame, estará presente, organizando y haciendo su ponencia. Supongo que tratará un tema relacionado con el cine. El Sexto Congreso Dominicano de Filosofía, Santo Domingo 2025, ha elegido como tema «Pensar en español: una apuesta por la identidad dominicana», y nada es más adecuado para el momento.

Mientras el profesor respondía, pensé en preguntarle cómo se las ha arreglado para ser tan amigo de alguien como yo, que raya en el ateísmo, y cómo ha sido esa conexión. Pues bien, ha sido una relación respetuosa, de lado y lado. Una vez, cuando di una clase en el economato, dije algo, y me encaró: «Tú no hiciste quedar mal a Dios». Siempre ha habido respeto mutuo. Tengo amigos ateos, amigos que practican yoga y hasta algunos que se dedican al espiritismo, pero existe un límite de respeto”. Esa ha sido la clave para una amistad de más de 30 años. Nos conocimos en 1991, en una clase de Lógica Formal, en el aula 309, un lunes a las 7:00 de la noche. Más de 30 años siendo amigos; y eso no lo cambiará nada ni nadie.

JajajjaFlete Morillo es un buen sujeto, aunque a veces tenga su temperamento. Y sé que también tengo el mío. Somos amigos desde hace mucho tiempo, y eso ya está en la familia. Su hijo más pequeño es muy amigo mío. Incluso, recuerdo cómo solía ir a la Biblioteca Central, donde conoció a su esposa, que trabajaba allí. Tiene mi eterno cariño.

Profesor José Flete Morillo 

Finalmente, quiero agregar que la gestión del profesor Silverio se ha caracterizado por la apertura y el respeto por la diversidad. En filosofía, cuando encaro debates, lo hago sin concesiones, pero eso es en el plano de las ideas. En otros aspectos, soy institucionalista, amigo y defiendo las reglas. Creo que eso se ha perdido: la capacidad de separar las ideas de la amistad. Espero que este espíritu se mantenga, no únicamente en nuestra Escuela, sino también en otros espacios académicos.

Prof. Eulogio Silverio

Muchas gracias, profesor.

Profesor José Flete Morillo 

Gracias, Silverio. Gracias, Arvelo. Extensivas a Osvaldo.