Entrevistador: Dr.  Rafael Morla

Buenos días. Hoy, 4 de septiembre de 2024, nos encontramos aquí para darle continuidad al proyecto de la Escuela de Filosofía “El Archivo de la Voz”, el cual ya ha recopilado las trayectorias de decenas de compañeros que han sido grabados. En esta ocasión, vamos a conversar con la persona que ha sido responsable de entrevistar a ese conjunto de docentes. 

Es decir, vamos a dialogar con el entrevistador oficial de esta iniciativa, el doctor Alejandro Arvelo, quien, sin lugar a dudas, es una de las figuras emblemáticas de la Escuela de Filosofía.

Arvelo es egresado de la Escuela de Filosofía, y tuve el honor de graduarme junto con él. Nos sorprendió que ese día se graduara una cantidad considerable de colegas, ya que tradicionalmente no se graduaban muchos, o solo uno. Sin embargo, ese día nos graduamos ambos, lo que fue motivo de gran alegría, porque se trató de una graduación masiva de filósofos. Esto ocurrió en febrero de 1988, hace ya 36 años.

Durante su vida de estudiante, Arvelo fue monitor de la Escuela de Filosofía y lo fue por un tiempo prolongado. En aquellos días, algunos compañeros llegaron a ser monitores por 7 u 8 años, debido a que a veces las asignaturas no se ofrecían con la prontitud necesaria, lo que retrasaba el tiempo de graduación. Así, que fue un monitor de larga data, con merecidos méritos y trabajó junto a notables profesores de la Escuela.

En el mismo año de nuestra graduación, 1988, participamos en un concurso de oposición para la cátedra de Filosofía General. Avelino fue uno de los jurados. Ambos ganamos el concurso; y Arvelo se fue ese mismo año, en el último semestre de 1988, a impartir docencia en Barahona, ya como profesor titular. Desde entonces, ha hecho su carrera académica en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), pasando por las diferentes categorías académicas que contempla nuestra universidad.

También, fue director del Centro Regional del Suroeste, en Barahona, donde fue enviado por la Escuela. Recuerdo las iniciativas que se desarrollaron durante su gestión, en la que fue director por dos períodos. Una dirección exitosa desde el punto de vista académico y estando en Barahona ocurrió lo que considero el acontecimiento académico más importante en la vida de Arvelo: la publicación de su primer libro, en 1994. Para nosotros, la publicación de una obra es siempre motivo de celebración.

Publicó posteriormente otros libros. En 1996, lanzó “Filosofía del Silencio”, un texto exitoso que ha sido leído por miles de personas en el país y que cuenta con varias ediciones, al igual que su primer libro. En 1988, también nos sorprendió con “Los secretos de la documentación jurídica”, otra obra de vital importancia, con múltiples ediciones. En 2016, nos trajo “Andrés López de Medrano: Criollismo, Dominicanidad e Hispanismo”; y en 2018, con motivo de su ingreso a la Academia, escribió “Aristóteles o la precisión: Apunte a la pasión del que nombra”, basado en su discurso de ingreso.

Además de sus libros, Arvelo ha publicado numerosos artículos en medios de opinión tanto nacionales como internacionales. Su presencia es, por supuesto, muy productiva en el ámbito académico. Actualmente, es miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana; y compartimos el honor de pertenecer a dicha institución.

A nivel nacional, también fue director de la Feria del Libro y rector de un centro regional en Gaspar Hernández, adscrito a UTESA. Su larga trayectoria lo convierte en una personalidad dentro del escenario filosófico dominicano.

En cuanto a su relación con la filosofía, siempre he visto a Arvelo como un embajador de esta disciplina en nuestro país. Su proyección dentro de la intelectualidad dominicana lo ha posicionado como una pieza fundamental en la promoción de la filosofía. Por ejemplo, durante mi tiempo como director de la Escuela, creamos la tertulia en la «Mateca». Este proyecto fue, en cierto modo, continuado por él en la Academia de Ciencias, donde coordinaba tertulias semanales con gran alcance durante más de cinco años. Lamentablemente, cuando dejó la Academia, estas actividades cesaron, lo que demuestra que dependían de su esfuerzo y espíritu.

Hoy, a través de iniciativas como “El banquete”, que hemos impulsado desde la Escuela, intentamos recoger y dar continuidad a esa tradición de tertulias que inició en la Mateca y en la Academia. Con esto, reconozco los aportes que este incansable intelectual ha hecho como promotor de la filosofía en la República Dominicana.

Con estas palabras, damos inicio a la entrevista. Egresado de la Universidad Complutense de Madrid y compañero de doctorado, responderá algunas preguntas. Al igual que otros amigos, como Tomás Nova y José Mármol, proviene del interior del país. Quisiera comenzar preguntándote: ¿qué te motivó a seleccionar la carrera de filosofía? ¿Encontraste algún estímulo en la realidad de Gaspar Hernández para estudiar esta disciplina?

Dr. Alejandro Arvelo

Bueno, lo primero que quisiera hacer, antes de entrar de lleno en el tema, es agradecerle, profesor Morla, por esta oportunidad que no estaba prevista. Creo que esto es otra de las propuestas del profesor Eulogio Silverio y, en este caso, suya. No estaba planificada esta entrevista, pues la idea de Silverio era entrevistar a las grandes figuras y yo nunca me he considerado una figura, ni mucho menos. Sin embargo, escuchar a una persona con los méritos y la trayectoria del profesor Morla expresarse de esa manera me conmueve profundamente y, de algún modo, me compromete. Ahora quisiera realmente merecer todas esas manifestaciones jubilosas y gentiles que el maestro Morla ha pronunciado sobre este humilde servidor.

Como ya se ha mencionado, soy una persona que viene de lejos, de Gaspar Hernández, mi pueblo natal, que está enclavado entre la Cordillera Septentrional y el Océano Atlántico. Creo que esto influye de alguna manera en mi conciencia de horizonte, en mi voluntad de soñar y en la esperanza que representa el azul del mar y la imponencia de la montaña.

Cuando ingresé a la universidad, tenía la idea de estudiar ingeniería química o arquitectura, ya que en cuarto de bachillerato cursé la especialidad de física y matemáticas. Pero, cuando llegué a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), me encontré con un ambiente vibrante, lleno de ideas. En cualquier espacio, uno podía toparse con pequeños grupos de personas discutiendo, casi como en la antigua Atenas. Y salían a relucir los nombres de filósofos como Marx, Engels, Hegel y Aristóteles.

Aunque era lector, mi interés principal estaba en la literatura e historia. En Gaspar Hernández no tuve acceso a la filosofía, así que puedo decir que soy una creación vocacional de la UASD. Al escuchar las discusiones sobre filosofía, me di cuenta de que eso era lo que realmente quería estudiar, pues pensaba que allí podría encontrar las respuestas que buscaba inicialmente en la química: una explicación sobre el cosmos, el funcionamiento de la realidad y la naturaleza.

Tuve la suerte de encontrarme con un profesor que me encantó desde la primera clase, César Cúniet, quien ha sido parte de “El Archivo de la Voz”. A partir de ese momento, me olvidé de las demás carreras y decidí ingresar a filosofía. No fue fácil, porque en ese entonces, no sé si aún es así, para entrar en la carrera había que pasar por el departamento de orientación. Allí me trataron de convencer de que no escogiera filosofía, puesto que los test de intereses que me aplicaron indicaron  inclinación por las matemáticas y el lenguaje. El psicólogo insistió en que estudiara algo como ingeniería o derecho, o incluso un profesorado en matemáticas, debido a que el país necesitaba profesores en esa área y tendría empleo seguro. No obstante, yo no quería estudiar por necesidad de empleo; mi deseo era estudiar algo que me apasionara.

Finalmente, entré a la carrera de filosofía, y aunque mi plan inicial era regresar a Gaspar Hernández después de mis estudios, las circunstancias me llevaron a quedarme en Santo Domingo, donde construí mi vida académica. 

En cuanto a los profesores que influyeron en mí durante mi infancia en Gaspar Hernández, hubo muchos que marcaron mi vida de manera decisiva. Recuerdo con cariño a la profesora Josefina Brach, quien me «adoptó» cuando notó que sabía leer y escribir al ingresar a la escuela, lo que me permitió avanzar más rápido en mis estudios. También, me viene a la mente la profesora Ramona Morales, quien se emocionó tanto con una composición que escribí sobre la Navidad, que la leyó en todos los cursos del bachillerato, lo que me hizo darme cuenta de que escribir podía tener un impacto.

En resumen, el estudio y los libros se convirtieron en mi refugio y fuente de satisfacción desde una edad temprana. Mi pasión por la lectura se consolidó aún más cuando, al cumplir 15 años, mi madre me regaló una cesta de libros, algo poco común en esa época. Así, motivado por ese gesto y por una profesora en particular, comencé a escribir mis primeros poemas y pensamientos. Luego, tuve otros profesores que influyeron en mí, como Jeremías Flete, quien me adoptó casi como su protegido en sexto grado; y Rafael Ceballos, que aún vive. Igualmente, debo mencionar a Reinaldo Polanco, un profesor de inglés que, además de su labor docente, era un ávido lector.

Polanco tenía un pequeño librero que debió medir unos 2 metros por 1,5. En los pueblos de ese tiempo, no había muchas distracciones; después de jugar un poco de voleibol o correr en el campo, poco quedaba por hacer. Así que pasaba mi tiempo leyendo. El profesor Polanco me prestaba libros de manera sistemática, uno a uno. Una vez quise llevarme varios, pero él me dijo: «No, cuando termines de leer ese, te presto el siguiente». Fue en ese contexto donde conocí a un autor que marcó mi vida: Constantin Virgil Gheorghiu, un escritor rumano emigrado a Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque en ese momento no lo sabía, después de estudiar filosofía comprendí que era existencialista, de la corriente cristiana. Hoy en día, he leído cerca de 20 libros suyos, y sigue siendo uno de mis autores predilectos.

En esa etapa temprana, también leí a otros escritores que me marcaron profundamente. Algunos de ellos estaban en la cesta que me regaló mi madre, entre los que olvidé mencionar “La Ilíada” y “La Odisea”. Me imagino que algún profesor le recomendó estos libros, porque aunque mi madre leía, su lectura se centraba principalmente en la Biblia. Nunca confirmé si fue algún profesor quien la asesoró, pero creo que fue la profesora Ramona. Nunca se lo pregunté mientras vivía, porque todo esto parecía parte de la rutina.

Durante mis estudios preuniversitarios, los profesores desempeñaron un papel fundamental. Mis padres, aunque comerciantes de profesión, no tenían esa inclinación hacia la literatura o la filosofía. Cuando comencé a convertirme en adolescente, recuerdo que le pedía a mi padre que me enseñara a envolver productos en papel, una técnica que los comerciantes realizaban con destreza. Trabajé en un colmado entre los 12 y los 13 años, y envolvía media libra de arroz, maíz o sal con precisión. Me causaba gracia esa habilidad, y le pedía a mi padre que me enseñara.

Mi padre, a menudo, nos repetía a mis hermanos y a mí: «Estudien, para que no sean esclavos como yo. Su trabajo es estudiar». Y así lo hicimos, todos mis hermanos estudiamos. Excepto uno de ellos, ninguno nos dedicamos al comercio, sino que optamos por las humanidades y el magisterio. Pienso que eso fue fruto de la influencia que recibimos, aunque tal vez podríamos haber aprendido algo de comercio también.

Finalmente, reflexionando sobre cómo llegué a la universidad, estoy seguro que no fue una casualidad. Le debo mucho al movimiento estudiantil y al Club 27 de Febrero, que me permitieron ver la posibilidad de asistir a la universidad.

En mi pueblo, la universidad se hacía presente a través de un grupo de jóvenes que estudiaban diversas carreras y que, cuando cerraban el comedor universitario, regresaban a sus casas. Allí, participaban en los coros de la iglesia y en otros grupos locales. Ahora, la palabra «coro» tiene otro significado, pero en ese tiempo se refería a los grupos de teatro, poesía coreada y música. Yo había estudiado algo de música con mi hermano Genaro, que es músico, y en la Academia Municipal de Música. Así que ellos me buscaban porque tocaba la guitarra y de ese modo formé parte de los coros. Hacíamos serenatas y pienso que fue en ese ambiente donde quedó abierto mi camino hacia la universidad. Al ser parte de ese grupo, veía como algo natural que, una vez terminados mis estudios, asistiría a la universidad. Eramos muy pocos los que tomábamos ese camino.

No sé si se imaginan de dónde soy. Hoy en día, mi pueblo es como cualquier otro municipio, pero en 1978, cuando salí de allí, era prácticamente una aldea con apenas tres calles. Por eso, era una auténtica hazaña decir que uno estudiaba en la universidad. El trato hacia nosotros cambiaba de inmediato. Incluso, podíamos salir de la misma universidad, frente a la biblioteca, sin dinero para regresar a nuestros pueblos. Solo con llevar un libro, un cuaderno o cualquier símbolo académico, la gente se detenía y nos ofrecía transporte. No había dinero, pero teníamos ese respeto. Caminábamos a lugares como La Sirena, conversando durante el trayecto.

Dr.  Rafael Morla

Profesor, ya que estamos aquí, quisiera preguntarle: ¿además de César Cuello Nieto, a quien usted reconoce como una influencia importante, qué otros profesores desempeñaron ese papel de orientadores y estímulo en su carrera de filosofía? Usted ha mencionado que su formación como filósofo se dio en las aulas universitarias.

Dr. Alejandro Arvelo 

Claro, me considero una hoja madura que cayó del árbol de la UASD y cobró vida propia. Sin la Universidad Autónoma de Santo Domingo, no soy explicable. Soy un producto genuino de esta institución. De hecho, ni mis estudios de posgrado ni los doctorales dejaron una huella tan profunda en mí como lo hizo esta universidad. Aquí tuve profesores que literalmente me asumieron como suyo. El primero de ellos fue Miguel Sáez. Aunque aún no era monitor cuando tomé Historia de la Filosofía con él, me tomó un cariño inmenso, me orientó, me dio mucho y me quiso tanto que llegó a decirme que nombraría a su único hijo con mi nombre. No lo conozco personalmente, pero sé que su hijo se llama Alejandro en mi honor. La profesora Lusitania Martínez, su comadre, sí lo conoce, ella siempre ha estado cerca de él.

Más adelante, cuando llevaba aproximadamente un año en la carrera, se presentó un concurso para monitor. En 1979, participaron 27 jóvenes, ya que se anunciaba en los murales de la universidad. Algunos venían de otras carreras, porque en la Escuela de Filosofía apenas éramos seis o siete estudiantes en ese momento. Quisiera puntualizar esto en términos institucionales: concursé para monitor y, más tarde, cuando terminé mi plan de estudios, tuve que concursar nuevamente para ser ayudante. Y cuando se presentó el concurso para la cátedra de Filosofía General, también tuve que concursar. Hasta ahora, el concurso es una tradición en la Escuela, y debemos reconocer, como he hablado en ocasiones con el maestro Silverio, que esta tradición ha garantizado la calidad del cuerpo académico que conforma la Escuela de Filosofía.

Es bueno destacar, que el profesor Silverio, en alguna ocasión, expresó su intención de seguir el ejemplo de Morla, quien al ser director de la Escuela, no participaba como miembro del jurado en los concursos. Silverio aclaró que haría lo mismo, limitándose a las gestiones administrativas y dejando que el jurado evaluara de manera independiente la competencia de los concursantes. Esta acción ha sido fundamental en la formación del profesorado y la calidad académica.

Regresando a mis años de formación, la directora de la Escuela en ese entonces era la profesora Martínez, una mujer llena de vitalidad y dedicación, a quien aún vemos en actividades como el precongreso de filosofía, organizado por el profesor Silverio. Ella ha sido un pilar en nuestra academia.

Yo concursé, aunque nunca pensé que sería seleccionado. Los que venimos del interior solemos tener ese sentimiento de humildad. Concursé simplemente para ver cómo era un concurso en la UASD. Se trataba de un concurso de expediente, en el cual se evaluaba el currículum, se hacía un examen escrito sobre la materia y una evaluación oral ante un jurado de tres personas. Esa fue mi primera experiencia con los concursos. Para mi sorpresa, era una sola plaza disponible, y fui quien la obtuvo, lo que introdujo un giro radical en mi vida, pues fue la razón por la que no regresé a mi pueblo.

Si me permiten una anécdota personal: pasé mis primeros años con mis abuelos. Mi abuela, Marcela Polanco, siempre decía que yo tenía una luz especial, y aunque no entraré en detalles sobre eso, ella deseaba que fuera sacerdote. Sin embargo, la vida tomó otro rumbo.

Esa abuela era materna, pero en realidad no era mi abuela propiamente dicha; era hermana del padre de mi mamá. Ella y su esposo, Toribio, mi otro abuelo, no tuvieron hijos. Por tanto, aunque no era biológicamente mi abuela, se hizo cargo de mi madre y la crió como si fuera su hija. Con el tiempo, también se fueron llevando a los hijos de mi madre. Primero a mi hermano Genaro y, cuando este creció y estaba en edad de ir a la escuela, me llevaron a mí.

Como dije, mi abuela tenía el deseo de que fuera sacerdote. Hasta llegué a hacer los cursillos vocacionales en el seminario San Pío X, en Licey al Medio. Empero, mi madre no compartía esa idea. Las madres pesan mucho en nuestras decisiones, y fue ella quien me sugirió: «Mejor vete a la universidad, lo piensas mejor, y si luego quieres ser sacerdote, entonces te metes en eso». Aunque sabía que en el fondo no quería que siguiera ese camino, mamá me apoyaba en mis decisiones. Una vez me invitaron a hacer la pasantía vocacional, que consistía en realizar ejercicios espirituales, tareas como lavar los platos —algo que nunca hacía en casa— y seguir el estricto horario del seminario, con la misa incluida. Estuve ahí, junto con Víctor Burgos, un seminarista que ya estaba por terminar, y lo recuerdo bien, con barba y flaco como todos nosotros en esa etapa.

Luego ingresé a la universidad, y en ningún momento pensé en hacer el filosofado. Dentro de la carrera, lo consideré. Dije: «Ah, pero mira, puedo hacer aquí mi filosofado, ya que los primeros cuatro años eran de filosofía». Así que llegué a la conclusión de que después de estudiar en la universidad, podría ingresar al seminario. Pero la experiencia de haber sido monitor introdujo un cambio decisivo en mi vida.

Quisiera compartir una anécdota significativa. En el concurso para monitor, la presidenta del jurado era la profesora Martínez. Los otros dos miembros del jurado eran Avelino —quien luego fue jurado cuando tú y yo concursamos para profesores— y Sáez, a quien  mencioné anteriormente. Que ambos descansen en paz. Es difícil pensar en ellos como fallecidos, lo mismo me pasa con Nova, pero es natural que descansen.

El concurso se extendió desde las 10:00 de la mañana hasta la 1:00 de la tarde. Preguntas iban y venían, todas sobre el programa de la materia. En un momento, el profesor Sáez dijo que haría la última pregunta. No recuerdo qué me preguntó, pero sí que fue un momento memorable para mí. Sáez estaba a la derecha de Martínez, y a la izquierda Avelino. Cuando Sáez terminó de hacer la pregunta, ella lo miró con esa parsimonia con la que solía hablar. Con el tiempo, cuando hablaba en público, se volvió más enérgica, pero en privado era dulce y apacible. Le señaló a Sáez: «Pero distinguido, él no va a ser profesor, solo monitor». Sáez reaccionó rápidamente: «Ciertamente, señora directora, retiro la pregunta». Y así terminó el concurso.

Recreo esta anécdota porque, consciente o inconscientemente, siempre he sido un protegido de ella. Lo digo con toda la gratitud que siento hacia esta admirable mujer, un agradecimiento infinito que no puede ser expresado en palabras.

Luego de ese concurso, comenzó el recorrido del que usted ha hecho mención. Conocí al profesor Norberto Soto, fui su monitor. También, al maestro Andrés Paniagua y fui su monitor. Estas personas me hicieron suyo. Aún conservo libros que me regaló Soto, siempre tratando de formarme. Fue él quien me recomendó comenzar a enseñar en el bachillerato, y él mismo me consiguió una plaza en el colegio Hostos, donde impartí clases de literatura e historia. De igual forma, debo mencionar al profesor Darío Solano, muy amigo de Gisela Concepción, directora y propietaria del colegio, quien me ayudó a entrar.

Toda esa experiencia me sirvió más tarde, porque sumar puntos en concursos para ayudante era crucial. Así fue como acumulé méritos, y me llena de satisfacción saber que el profesor Silverio quiere rescatar la monitoría para la Escuela de Filosofía, pensando en el porvenir, en cuando ya no estemos aquí. La monitoría es el inicio de la carrera docente, y es importante que los jóvenes que no han vivido estas experiencias, como nosotros, lo comprendan. Los tres fuimos monitores.

El monitor está ahí para formar al docente del mañana en la universidad. No es lo mismo entrar sin esa experiencia que haber sido monitor o ayudante. Especialmente si tuviste un profesor como Soto o Paniagua, quienes te ponían a dar clases mientras ellos se sentaban al fondo con una libreta. Te observaban y luego te corregían: “Mira, no hagas esto, hazlo así; dale más protagonismo a los estudiantes”. Eso era una formación directa. Y ni hablar de aquellos que tuvieron un papel primordial en nuestra formación, como el maestro Jesús Tellerías, que nos dejó tanto, o la profesora Ivana Yanni, que también fue una gran docente. 

Desde el punto de vista informal, hay que mencionar a otros que, aunque no fueron profesores de planta, fueron para mí maestros en toda regla, como Darío Solano. Y, por supuesto, Novas, quien fue mi compañero, amigo, hermano y un faro de luz en mi crecimiento durante mis años de estudio.

Dr.  Rafael Morla

Dada su trayectoria, definitivamente valiosa y hermosa, me gustaría preguntarle: ¿ha valido la pena estudiar filosofía?

Dr. Alejandro Arvelo

Sin lugar a dudas, profesor. La filosofía nos invita a vivir la vida en un plano más alto. Nos permite desarrollar una conciencia de horizonte, algo que muchas veces se pierde en la inmediatez de la vida cotidiana. La filosofía no sólo nos convoca a mirar profundamente hacia el pasado, sino también a proyectarnos hacia el futuro. Nos hace conscientes de lo que hemos sido como humanidad, como parte de la familia cultural occidental, y eso es esencial. 

La filosofía exige que nos interesemos no únicamente por nuestra historia como humanidad, sino también por nuestra identidad concreta, como dominicanos. Como suele decir Aristóteles, «el ser se dice de muchas maneras», y en nuestro caso, se dice dominicanidad. El tipo de filósofo que forma la Universidad Autónoma de Santo Domingo no es alguien desarraigado; es un profesional con plena conciencia de su pertenencia a la familia cultural occidental y, al mismo tiempo, un sujeto claro de lo que somos como República Dominicana.

En este sentido, nuestra Escuela de Filosofía está más que justificada. Es una responsabilidad frente a la nación y el Estado que ha hecho posible esta institución. La Escuela de Filosofía de la UASD es la primera de América, y eso implica un compromiso enorme que no siempre se reconoce.

Cabe aclarar que esta universidad fue pontificia, y las universidades pontificias tienen la obligación de ofrecer la carrera de filosofía. En los años 90, había voces que decían que se debía suprimir la carrera de filosofía, dentro y fuera de la universidad. Como dice el adagio, «la ignorancia es audaz». Sin embargo, la filosofía no sólo se ocupa de los fines en términos axiológicos y morales, sino también de los fines escatológicos y sociales, lo que conocemos como filosofía del porvenir o utopía.

Encontramos estas ideas de futuro en varios textos filosóficos, desde «La política» de Aristóteles, donde se plantea la ciudad ideal, hasta «La República» de Platón, que usted comentaba con tanto acierto en el último banquete. Las utopías siempre han sido parte central de la filosofía, desde «La ciudad del sol» de Campanella, hasta «La nueva Atlántida» de Bacon.

La Escuela de Filosofía de la UASD nos forma no sólo para comprender el pasado y el presente, sino también para mirar profundamente hacia el porvenir. No nos aferramos a un presente pragmático que busca limitar nuestra visión del horizonte. En esta Escuela, nos preocupamos por el futuro de nuestro país en un sentido amplio, no nada más político y económico, sino cultural. El plan de estudios nos incita a pensar en la República Dominicana como una responsabilidad colectiva, una realidad con vocación de eternidad.

Dr.  Rafael Morla

A menudo se plantea entre estudiantes y profesores de si existe una filosofía dominicana, bueno, a propósito de eso, me gustaría preguntarle: ¿cómo ve usted el presente y el futuro de la filosofía en la República Dominicana? ¿Se está trabajando para darle una respuesta a esa inquietud sobre la filosofía dominicana?

Dr. Alejandro Arvelo

Como dijo Ortega y Gasset, los filósofos son especialistas en universos. En cuanto a la metodología, me refiero a la dialéctica platónica. Cuando Platón habla de dialéctica, no lo hace en el sentido hegeliano, sino como lo que hoy llamamos pensamiento crítico o lógica informal. La dialéctica platónica implica un conjunto de operaciones lógicas como la analogía, la relación, la diferencia y la clasificación, todas claras en obras como «El Fedro». Estos procedimientos nos permiten reflexionar filosóficamente, independientemente del tema.

La cuestión es, ¿cuáles son los temas? La dialéctica sigue siendo la misma, pero los temas varían. En la filosofía griega se reflexiona sobre el amor, la sociedad, la moral y la amistad, por ejemplo. Cuando nos preguntamos qué significa ser dominicano, no desde un punto de vista sociológico o político, sino filosófico, estamos haciendo filosofía. Si aplicamos la dialéctica a nuestra realidad, estamos haciendo filosofía dominicana. Lo que importa es que nuestras reflexiones sean argumentativas, generales y conceptuales.

Pinta bien tu aldea y habrás pintado el mundo, como decía Tolstói. El filósofo dominicano, con plena conciencia de sus predecesores, puede y debe abordar temas dominicanos. Tenemos un gran patrimonio filosófico que podemos utilizar para nuestras reflexiones.

Veo el presente de la República Dominicana con preocupación, y el futuro aún más. Esto no significa que el país esté a la deriva, pero creo que nuestra situación actual es preocupante por varios motivos. Sin embargo, y parafraseando a Duarte, por difícil que sea la situación de la patria hoy, es menos difícil que en otras épocas. Mucho menos difícil que cuando teníamos instalada aquí la bota haitiana, de 1822 a 1844; mucho menos difícil que cuando los mariscales, coroneles y generales españoles gobernaron entre 1861 y 1865; y también mucho menos difícil que durante la ocupación norteamericana de 1916 a 1924, o incluso en 1965, cuando volvieron los estadounidenses.

Hoy, al menos, tenemos algo de libertad de acción. No obstante, eso no debería llevarnos a bajar la guardia. ¿Por qué?, porque el futuro de naciones como la nuestra está constantemente a prueba. Creo que la responsabilidad de que la República Dominicana se mantenga firme o se degrade dependerá en gran medida de los intelectuales, los académicos y las fuerzas conscientes del país. La verdad es que tengo muy poca esperanza en los políticos, muy poca. Cuando pienso en la política que se hacía hace unas décadas, aunque era una política tradicional de derecha, comparada con la actual, uno encuentra motivos para preocuparse.

Si miramos los últimos 60 años de la historia del país y los comparamos con los 60 años anteriores, las razones de preocupación se multiplican. Por ejemplo, el avance del dominio de las instituciones y la injerencia de potencias extranjeras es cada vez más evidente. Hoy se firman acuerdos de «cielos abiertos», ¿acaso no sabemos que eso afecta nuestra soberanía? ¿Y qué decir de nuestras fronteras marítimas? Estamos cediendo derechos sobre nuestro mar a países como Holanda y Dinamarca. ¿Y la frontera oeste? Esa situación es alarmante. ¿Qué pensarían Duarte, Luperón o Núñez de Cáceres al respecto? Estamos entregando el país.

Desde el punto de vista económico, muchos se quejan de que hablamos de Trujillo, y aunque sería insostenible defender un discurso trujillista, no podemos olvidar lo que hicieron figuras como Báez, Santana y Ulises Heureaux en la segunda mitad del siglo XIX. Ellos entregaron las finanzas del país, y como consecuencia de eso tuvimos la Convención de 1907 y la imposición de un interventor económico bajo el gobierno de Francisco Henríquez y Carvajal. No es casual que en octubre de 1947 se pagara una deuda que arrastrábamos desde los tiempos de Lilís y Ramón Cáceres, una deuda que venía desde el siglo XIX.

¿Y, actualmente, qué estamos haciendo? Estamos, una vez más, comprometiendo las finanzas del país, tomando préstamos de manera alegre. Aquí hubo gobiernos que construyeron presas y plazas culturales con ahorros internos. Y aunque duela reconocerlo, aquellos que hicieron eso no querían que se llegara a este nivel de dependencia financiera.

¿Por qué debemos renunciar a trozos enteros de la historia de nuestro país? No, no. Yo soy dominicano, con todos los males y los defectos de quienes me precedieron, y asumo mi historia completa. Cuando uno habla de la frontera física, rápidamente nos acusan de racismo. ¿Racismo? ¿De dónde? Los que han estudiado lógica saben lo que es una falacia ad hominem, cuando atacan el argumento porque no hay manera de refutarlo de forma razonable, cuando se desvía el argumento porque no hay manera de responderlo. Defender la integridad territorial no es racismo, es proteger el país.

Es alarmante que en algunos espacios se trate de reducir toda postura crítica al racismo o la discriminación, cuando en realidad lo que está en juego es la soberanía y el futuro de nuestra nación. La realidad es que, en muchos aspectos, estamos retrocediendo. Estamos cediendo territorio, cediendo nuestras finanzas, y eso debería preocuparnos a todos, no simplemente a los académicos y los estudiosos de la historia.

Tenemos un papel como ciudadanos dominicanos, y es crucial no perder de vista la historia y las lecciones que podemos aprender de ella. No podemos permitir que las decisiones de hoy comprometan el porvenir de la República Dominicana. Repito, la filosofía nos enseña a mirar hacia el futuro con una visión crítica y vigilante, y creo que esa es la actitud que debemos adoptar para enfrentar los desafíos que se avecinan.

Y entonces, te atacan, diciendo que eres racista. ¿Pero racista de dónde? ¿Dónde está el racismo dominicano? No digo que no pueda existir alguna persona racista, claro, no lo descarto, de la misma manera que puede haber alguien que sea pronazi o comunista. Pero, ¿racismo? ¿Cuál racismo? ¿Qué institución aquí impide que alguien, por su color de piel, participe en ella? ¿Quién tiene el criterio de excluir a alguien de la universidad o de los beneficios del Estado por su tono de piel? Esas acusaciones se usan para descalificar a quienes quieren defender el patrimonio intangible que hemos heredado de nuestros antepasados. Es una irresponsabilidad entregarlo, desde el cielo hasta el fondo del mar, y desde Cabo Engaño hasta el punto más alejado de nuestra frontera terrestre.

No únicamente hay fronteras terrestres, también hay fronteras culturales, marítimas y aéreas. Yo, modestamente, pienso que no podemos dejar estos temas de lado. Estamos viendo cómo se malgasta, cómo se administra mal, cómo se está entregando lo que recibimos. Y me pregunto, si los dominicanos perdemos, por una vía o por otra, este espacio vital que tanto costó y que fue posible gracias al sacrificio de tantas personas, ¿a dónde vamos a ir a parar? Los que hemos vivido fuera sabemos lo que es vivir sin patria. Existe una suerte de camaradería entre el ser humano y la tierra en la que nació.

Quiero aprovechar esta oportunidad para hacer un llamado a la conciencia de los líderes religiosos, a los profesores de enseñanza básica y preuniversitaria, y a los padres de familia, para que no dejen que este país, que es como una rosa roja en nuestras manos, se desmorone en manos de esta generación. Los jóvenes no deben caer en la ilusión de ser «ciudadanos del mundo». Nadie es ciudadano del mundo; eso es una superchería. Yo no soy ciudadano del mundo, de la misma manera que no habito toda la República Dominicana, sino un espacio concreto, un rincón de mi casa que comparto con mi señora. Ese es mi mundo concreto.

El discurso globalista de que no existe fronteras ni banderas, y de que todos somos ciudadanos del mundo, es muy cómodo. Pero te das cuenta de que no es así en cuanto sales del aeropuerto y tienes que presentar tu permiso para entrar a otro país. ¿Qué tiene de malo que nosotros exijamos a quienes quieran venir aquí que muestren su permiso de las autoridades? Y esto se agrava aún más con la indiferencia con la que se manejan los consulados. El año pasado, los consulados dominicanos en Haití concedieron 337,000 visas, ¿tanta gente califica para obtener una visa? Mientras tanto, europeos, estadounidenses y canadienses pueden entrar aquí sin necesidad de visa. ¿Por qué?

Es tiempo de repensar y reasumir nuestra identidad como dominicanos. ¿Qué otra cosa puedo ser además de dominicano? ¿Qué otra posibilidad tengo? Los hijos de uno podrían ser ciudadanos legales de otros países, pero el día que perdamos esta patria, sabremos lo que es flotar en un espacio vacío.

Dr.  Rafael Morla

Profesor, ese discurso plantea la necesidad de repensar y relanzar el proyecto nacional. 

Dr. Alejandro Arvelo

Es un reconocimiento profundo de que el proyecto nacional está en crisis. Me pregunto, ¿qué están pensando nuestros políticos, que consumen tanto dinero, que toman tantos préstamos y devoran grandes tramos del presupuesto nacional? ¿Qué opinan los académicos y los intelectuales, la conciencia crítica de la sociedad, y los padres de familia? ¿A quién estamos dejando la responsabilidad de retomar la cuestión de nuestro país? ¿Por qué otros países pueden defender su territorio y su derecho a existir y nosotros no? ¿Por qué eso se ve como algo malo?

Hay un episodio elocuente: un joven topógrafo cruzó unos metros al territorio haitiano y fue maltratado y cuestionado, exigiéndole explicaciones sobre por qué había cruzado. Y esto me parece completamente correcto. Si tú o yo vamos a España, aunque tengamos nuestra visa, un funcionario de migración puede decirnos que no podemos entrar, y tienen todo el derecho. Entonces, ¿por qué nosotros debemos tener una política de puertas abiertas? ¿Por qué debemos comportarnos de otra manera cuando tanta gente ha sacrificado su vida, su tranquilidad, ha descuidado a su familia y ha aportado sus bienes para que los dominicanos tengamos, al menos, este rincón en el mundo?

Basta, es tiempo de preguntarnos si tiene sentido volver a leer a Duarte. Ese es el tipo de profesional que surge de esta carrera de filosofía. No lo estudiamos tú y yo en el doctorado, sino aquí, en la universidad. El estudiante de filosofía egresa con plena conciencia de lo que es su país, su responsabilidad, y del papel que puede desempeñar la filosofía en la reorientación del proyecto nacional y en el mundo de hoy.

Para relanzar el proyecto nacional dominicano, yo creo que, como dice Edmund Husserl en «La crisis de las ciencias europeas», el filósofo, cuando hace bien su trabajo, opera como un funcionario de la humanidad. Y esa es nuestra labor: ser funcionarios de esta forma concreta de humanidad que es la dominicanidad. Nuestra labor es ser la conciencia crítica de nuestra sociedad, ser luz donde quiera que estemos. 

Ya lo dijo el Padre de la Patria: «La política no es una especulación, es la ciencia más pura y más digna de ocupar las inteligencias nobles después de la filosofía».

¿Qué sucede con el intelectual latinoamericano, profesor Morla, profesor Silverio? Parece que el intelectual latinoamericano está afectado por una especie de maldición. Si uno es profesor en una universidad alemana, belga o inglesa, puede pasar 20 años estudiando la teoría crítica de la comunicación y, al cabo de ese tiempo, publicar dos volúmenes que revolucionan el campo. Usted descubre mucho. 

Sin embargo, el intelectual latinoamericano se ve forzado a intervenir en los asuntos de la polis, al igual que Platón en «La República» y Sócrates en «La Apología». Es decir, no puede permanecer indiferente mientras la ciudad arde; no puede encerrarse a pensar en el cosmos mientras se pone precio al futuro de la polis. Porque, al final, ¿de qué servirán todas sus reflexiones? Eso sucedió con Pedro Henríquez Ureña, con Rómulo Gallegos, con Salazar Bondy, con José Martí, con José Enrique Rodó y con Juan Bosch. Bosch fue un gran intelectual, e incluso podría decirse lo mismo de Balaguer. Lo mismo ocurrió con Américo Lugo y otros más. El intelectual dominicano, ante el caos político, debe dar un paso al frente y, al menos, hacer oír su voz. 

Creo que este es uno de los motivos por los que la OEA ha cumplido su papel. Las clases no deben limitarse exclusivamente a la química orgánica, la física teórica o la historia de la filosofía moderna. Es necesario que el buen profesor también sea un formador y, de alguna manera, aborde estos temas. Además, la familia tiene una responsabilidad importante. Si alguien quiere tener un hijo «universal», a quien no le importen su himno, su bandera, su cultura ni su lengua, que lo haga. Bienvenido sea. Pero plantear, de manera absurda, que desde el Estado se enseñe inglés desde los primeros cursos, sin que los jóvenes aprendan bien ni inglés ni español, es un error. El resultado será una generación perdida desde el inicio. Se está permitiendo, además, la extinción de las humanidades, eliminándolas de las escuelas, como ahora se pretende que todos los liceos se conviertan en politécnicos.

El nuevo gran proyecto del gobierno actual es convertir los liceos en politécnicos. O sea, que los jóvenes aprendan a usar tornillos, martillos, tornear madera y ensamblar televisores. Eso está bien, pero ¿a qué costo? Nos arriesgamos a formar ciudadanos sin alma, sin espíritu, sin sentido de solidaridad y sin visión de futuro. Esto aceleraría la conversión de la República Dominicana en una gran factoría. 

La labor del pensador, del padre de familia, del estudiante universitario y del académico es crear conciencia. Pero, junto a la conciencia, no se deben descuidar los contenidos. 

Dr.  Rafael Morla

Muy bien, Arvelo, para ir concluyendo, quiero hacerte unas preguntas para que las responda brevemente. Son sobre conexiones y relaciones.

¿Cuál es la relación entre filosofía y sociedad? 

Dr. Alejandro Arvelo

Dicen que la filosofía no da de comer, pero una sociedad sin filosofía es como un librero sin libros, como un cuerpo sin alma. La filosofía afina la sensibilidad, el intelecto y contribuye a la convivencia.

Dr.  Rafael Morla

¿Y la relación entre filosofía y religión? 

Dr. Alejandro Arvelo

Filosofía y religión tienen un mismo origen, una misma fuente, comparten muchos temas. Sin embargo, difieren en la forma de abordarlos y en los resultados a los que llegan. Por ejemplo, mucha gente tiene la pasión de luchar contra la divinidad, pero en filosofía eso no es un problema. Los filósofos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino o Descartes no dejan fuera la divinidad, aunque tampoco la asumen desde un punto de vista hierático o dogmático, lo cual a veces genera incomprensiones. También, hay filósofos para quienes ese no es un tema, como Ortega y Gasset.

Dr.  Rafael Morla

¿Cómo ve la relación entre los filósofos y el poder? 

Dr. Alejandro Arvelo

Los filósofos casi siempre entran en conflicto con el poder, porque el poder implica manipulación y dominio. 

En el caso específico de la República Dominicana, veo el poder como un signo de entrega de lo que queda del país y del estado nacional a intereses foráneos, ajenos a la esencia de la dominicanidad. El poder y la filosofía se entienden bien mientras la filosofía permanece en los claustros, pero tan pronto como la filosofía se adueña de las calles, cuando sale de las aulas, entra en conflicto con el poder. Esto se puede documentar incluso históricamente. Kant, por citar un pensador, no tuvo problemas mientras saludaba la Ilustración, pero tan pronto como la Ilustración salió a la calle, terminó chocando con la monarquía. Si Sócrates se hubiera quedado en su claustro, como hizo Epicuro, probablemente no habría terminado tomando la cicuta. Entonces, creo que la filosofía es un signo de conciencia crítica y conceptual, mientras que el poder busca la uniformidad. Mientras la filosofía aboga por la liberación, la libertad y el ejercicio pleno del criterio, el poder sueña con un pensamiento único, con ponernos a todos a caminar en la misma dirección como ovejas, y a pensar de la misma manera.

Dr.  Rafael Morla

¿Cómo podemos incidir los filósofos dominicanos en el ideal educativo de la nación dominicana?

Dr. Alejandro Arvelo

Bueno, creo que sería conveniente hacer un llamado a la responsabilidad profesional. Mira, tanto en el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología como en el Ministerio de Educación Pública o Preuniversitaria, hay  profesionales de la filosofía dominicana sirviendo. De lo que se trata es de dar un paso al lado y plantear lo que debe plantearse. No necesariamente hay que ocupar un puesto de dirección para asumir el rol que nos corresponde como filósofos, que es un rol a la vez performativo. Sería como preguntarnos: ¿qué tipo de ciudadanos necesitamos dentro de 20 o 50 años para que la República Dominicana no sólo siga siendo lo que es, sino que avance hacia algo mejor? Y, desde el punto de vista ético, preguntarnos también cómo llegar a ser lo que debemos ser. Aún en los espacios en los que nos encontremos, debemos ser luz y decir lo que hay que decir.

Muchos de nuestros colegas están diseminados en esos dos ministerios y ocupan puestos importantes. La cuestión es preguntarse si están haciendo lo que deben hacer o cualquier otra cosa. La verdad de la vida, como apunta Ortega y Gasset, consiste en hacer lo que se debe hacer, no cualquier cosa.

Dr.  Rafael Morla

Muy bien, gracias. Quiero agradecer al profesor Arvelo por esta entrevista, que creo cumple con las expectativas que tiene la dirección de la Escuela, encabezada por el maestro Silverio, dentro del contexto de este programa “El Archivo de la Voz”. Le paso la palabra al señor director por si tiene alguna inquietud que expresar.

Prof. Eulogio Silverio

Bien, como es de rigor, al final me corresponde decir algunas palabras en mi calidad de director de la Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). 

En este caso, respecto al profesor Arvelo, no hay tantas palabras que agregar porque él es, realmente, parte fundamental del equipo.

Primero, quiero dirigirme al profesor Morla. La entrevista que usted ha realizado ha superado las expectativas que personalmente teníamos sobre lo que podía surgir. Usted ha hecho un trabajo excelente como entrevistador. No sólo desde la amistad, sino que jugó el rol específico de entrevistador y ha logrado un encuentro realmente notable. 

En cuanto al profesor Arvelo, hay algo que siempre le reprocho: “Usted no tiene plena conciencia —o se hace el desentendido— de la importancia que tiene como figura intelectual. Usted es, en términos intelectuales, una gran referencia. De hecho, es una especie de oráculo para nosotros; y tiene seguidores de su pensamiento, entre los cuales me incluyo como el primero”. 

Leo todo lo que escribe y con mucha atención. Le puedo decir que anoche terminé a las 3:00 de la mañana corrigiendo la transcripción de su participación en el segundo curso de Filosofía de Verano 2024, específicamente sobre “La religión como frontera identitaria”. Su pensamiento mayormente converge en temas de identidad y ese es un punto que nos ha unido también.

Debo felicitarlos a ambos, porque sé que sus pensamientos no siempre confluyen en las mismas conclusiones, pero se respetan y son amigos. Eso es muy valioso en la filosofía.

Finalmente, debo informar que esta es la tercera temporada de “El Archivo de la Voz”, y pretendemos que sea la última en nuestra gestión. En el semestre actual, cerramos para dedicarnos a otras labores también importantes para el presente y el futuro. Tenemos una tarea crucial: el VI Congreso Dominicano de Filosofía 2025, que tendrá un tema muy específico: «Pensar en español: apuesta por la identidad dominicana». 

Es un gran tema, realmente convocante, ya han iniciado los debates. Estuve revisando los videos de las mesas del precongreso y ha comenzado a generar posturas encontradas, lo que promete ser un evento único.

Aprovecho para expresarle al estimado Morla, que lo que estamos haciendo ahora en la Escuela de Filosofía es, en gran medida, lo que vimos cuando éramos estudiantes, cuando usted era director. 

Tal vez nadie se lo ha dicho de esta manera, pero creo que no tiene una idea acabada de lo trascendental que fue su gestión para la filosofía en la República Dominicana y para la academia. Usted inició lo que hoy constituye la ley en la UASD completa, que todos los concursantes para maestros deben tener una licenciatura en el área de la asignatura en concurso, algo que no existía. 

Dr.  Rafael Morla

Recuerdo que me decían: «No vas a lograr que todos los que entren aquí se conviertan en filósofos». Y yo seguía trabajando, empujando el proyecto hacia adelante, y lo logré. Eso se ha convertido en una realidad y ha producido un cambio cualitativo, que significa un salto importante.

Prof. Eulogio Silverio 

Con esto termino. Gracias, profesor Arvelo, por este excelente testimonio que nos ha brindado. Es un legado incalculable.