Texto del doctor Geraldo Roa Bueno en El Banquete

Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)

Buenas noches, para mí, de verdad, es un honor, y considero inmerecido estar acá en condición de expositor en un espacio que convoca a académicos de larga trayectoria y de análisis profundo. Por eso, lo que voy a presentar aquí es un resultado modesto en mi condición de estudiante; un estudiante al que se le ha asignado una tarea, y que se ha esforzado por cumplir con ella y no quedar mal.

Debo decirles que leí el diálogo, la versión que poseo de Gredos, cuatro veces, y todavía siento el deseo de continuar leyéndolo. Me he dado cuenta, en cada lectura, de por qué Platón es tan grande, y de por qué tendremos que seguir hablando de él por muchos años más. Cada vez que lo leo surgen nuevas preguntas, inquietantes apuntes y, por ello, me decidí a escribir lo que deseo compartir con ustedes. En mi condición de estudiante, todo lo que se diga en este inigualable lugar, lo que yo lea ahora, será una invitación a que ustedes me corrijan y me sugieran otras fuentes para completar mi aproximación a estas lecturas, que llamaré preliminares. Creo que siempre serán preliminares tratándose de la grandeza de Platón.

Me siento muy bien de ver a mi profesor Morla, a quien solía escuchar atentamente, sentado en una silla en el aula, y provocarlo con preguntas. También, veo a mi querido maestro Bartolo García Molina, de quien no tengo más que palabras de agradecimiento. Agradezco infinitamente a la Escuela de Filosofía; y al maestro Eulogio Silverio, por haber creado este tipo de encuentros y darle continuidad; ojalá que nunca termine este  espacio de debate y diálogo. No concibo las humanidades sin un escenario como este. Y a William, gracias por el entusiasmo y por motivarme junto a Eulogio para que me incluyan [Risas].

Voy a empezar a leerles el texto que he titulado «¿Quién es, será usted, el auténtico creador de la filosofía griega?». El «Protágoras» constituye una trascendente creación de arte verbal en la que su autor reluce por su capacidad de dar vida a personajes que dialogan desde su propio mundo hacia el exterior, en torno a problemas universales que hoy siguen vigentes. Plantea cuestiones que han permeado, y siguen permeando, todo el quehacer humano. Por lo tanto, creo apropiado destacar la sublimidad de Platón como creador de mundos posibles y como pensador crítico, puesto que fue él, y nadie más, el auténtico inventor del «Protágoras».

Con este nombre me refiero tanto a la hermosa pieza literaria que constituye este texto como al personaje del mismo nombre que construye para dar sentido a la sapiencia de su personaje preferido, presente en casi todas sus obras. ¿Quién es el personaje principal del «Protágoras»? ¿Quién es Protágoras? ¿De cuántos Protágoras podemos hablar? El primer Protágoras es el propio relato que forma parte de los diálogos de Platón. 

El otro es uno de los personajes secundarios de dicho relato, porque en esta interesante pieza de la literatura clásica universal la figura principal no es Protágoras, sino el personaje por excelencia de Platón: nada más y nada menos que Sócrates. Protágoras es un personaje tan secundario que llega a existir en la narrativa dentro del discurso que Platón coloca en la voz de Sócrates para contar a un amigo anónimo una larga conversación que supuestamente sostuvo con este prestigioso sofista.

Protágoras no sólo es un personaje secundario, sino también un personaje construido en oposición al personaje principal, Sócrates, quien actúa en la narración como un ventrílocuo, con el objetivo implícito de resaltar su propia figura por encima del propio relato y de los propios personajes secundarios y terciarios. Por eso, Sócrates, el personaje de Platón, es quien más sabe; es quien cita a los clásicos, como Homero o el médico Hipócrates, entre otros.

Al final de cada historia, Sócrates siempre gana los debates, ya que su método de acorralar a los que se creen sabios mediante preguntas recursivas constituye una estrategia que Platón utiliza para desmoronar los argumentos de sus oponentes. El personaje de Sócrates sabe tanto que se ubica en las leyes universales del conocimiento, puesto que ya las ha inferido para contraatacar el relativismo del contendiente Protágoras, para quien, según otros diálogos, «el hombre es la medida de todas las cosas», subsumido en la diada homomensura.

Una segunda prueba de que Sócrates es el personaje más importante de Platón en el «Protágoras» es el hecho de que dicho actante es quien inicia y concluye la narración. En ambos escenarios simbólicos, Sócrates trasciende como el líder del debate. A lo largo de toda la narrativa, es el héroe, quien gana todos los debates y todas las conversaciones. No me quedan dudas de que, gracias a esa gran capacidad de Platón para dar vida a su personaje principal y favorito en casi todas sus obras, Sócrates emerge victorioso una y otra vez.

Hoy, casi nadie se atrevería a dudar de la existencia en el mundo real de la juventud de Platón. Es Platón quien da a conocer a su personaje favorito con mayores niveles de certeza, ya que Aristófanes presenta un Sócrates sofista, mezquino y de doble moral. Aunque en la «Apología de Sócrates», el inmenso maestro Platón coloca personajes que lo acusan de haber pervertido a la juventud, de no creer en los dioses de la polis y de molestar a los funcionarios públicos, poniendo en evidencia su ignorancia sobre lo que dicen ser sin saber realmente lo que son.

Platón también lo presenta como una víctima del poder injusto, como el hombre más sabio de toda Grecia, confirmado por los dioses. Hemos de suponer que este personaje favorito de Platón, es decir, Sócrates, debió vivir profundamente atravesado entre el lóbulo temporal y el occipital de Platón durante todos sus años de juventud. Este héroe, que reitero, emana de su amplia creación estética y filosófica, también es mencionado por discípulos de la Academia de Platón, siendo Aristóteles el más trascendente.

En «Protágoras», el texto al que todos llamamos diálogo, es Platón quien otorga la capacidad del lenguaje a Sócrates, ya que todas las acciones tienen lugar dentro del relato de Sócrates frente a un amigo suyo cuyo nombre no se menciona en el texto. Por eso, hemos de imaginar que este personaje tan especial para Platón realmente existió. En mi condición de exégeta de textos regulares y seculares, no me interesa hurgar en el modo en que existió en su vida, sobre todo porque la versión que tengo en mis manos es una traducción transliterada del griego y, por lo tanto, pudiera estar viciada por los intereses de su traductor. En todo caso, bastaría con el estudio del contexto en que fue escrita esta magnífica obra de la literatura filosófica griega; sin embargo, tal empresa pudiera ser objeto de un análisis más amplio. Tal vez baste con citar las insinuaciones en este caso, que le hace el amigo de Sócrates sobre los favores que supuestamente le prestaba un presunto conocido llamado Alcibíades.

Cito: Dice el amigo: «¿De dónde sale Sócrates? No es evidente que de andar a la casa de los favores de Alcibíades. Por cierto, el otro día, al verle, me pareció en verdad un hombre hermoso todavía y, con todo, un hombre». Sócrates responde: «Dicho sea entre nosotros» (apuntando ya a una espesa barba). Y le contesta Sócrates: «Bueno, ¿y qué? ¿Acaso no eres tú admirador de Homero, quien dijo que la edad más agradable es la de la primera barba, precisamente la edad que tiene ahora Alcibíades?». Pregunta el amigo: «¿Y cómo están ahora las cosas? ¿Vienes de estar con él? ¿En qué disposición se encuentra el joven contigo?». Dice Sócrates: «En buena, me pareció, y especialmente hoy, pues habló mucho en mi favor, prestándome apoyo. Precisamente vengo de estar con él».

Sin embargo, voy a decirte algo inimaginable: pese a estar presente, no le prestaba atención y muchas veces me olvidaba de él. Termina mi cita. Con este vívido pasaje inicia todo el relato, que se extiende por las 110 páginas que integran la versión de Gredos que me ha tocado leer. Más allá de un diálogo erótico u homosexual, Sócrates vincula la belleza de los hombres con la sabiduría. Es de ese modo que introduce a la figura de Protágoras, contándole a su amigo que se trata de un hombre de mucho prestigio, un maestro que asegura enseñar la virtud, conocido por cobrar mucho dinero por este oficio.

El amigo le pide que le cuente el contenido de ese diálogo que sostuvo con Protágoras, para saber de qué forma realmente es este hombre más sabio que los demás. Es entonces cuando Platón introduce un aspecto de la personalidad de Sócrates al que tal vez los lectores de otros diálogos no estábamos acostumbrados. Esta vez, Sócrates produce una larga historia que tiene como tema central su experiencia dialógica con el sofista Protágoras.

Dentro del discurso de Sócrates, Platón crea al personaje Hipócrates (no el médico), quien se dirige a medianoche a su casa para decirle que Protágoras se encontraba en la ciudad. Sócrates le dice que ya estaba enterado desde el día anterior. El joven le propone que esperen a que suba el alba para que vayan a la casa de Calias, hijo de Hipónimo. Aparentemente, el joven Hipócrates era adinerado, porque el relato menciona que tenía esclavos, ya que la gente común y corriente no podía sostener ese tipo de servicios. Este dato le otorga sentido al interés del joven de conocer a Protágoras para que sea su maestro. Ya hemos dicho que el sofista era un maestro de prestigio y, por lo tanto, caro.

Sócrates decide levantarse para acompañar al joven hasta la casa en que se encuentra Protágoras, según el relato de Platón, pero con la voz de su personaje favorito. Mientras caminaban, Sócrates dialogaba con Hipócrates, intentando convencerlo de que no era cierto que Protágoras fuera a enseñarle nada que él no pudiera aprender por su propia cuenta. Leemos:

«Dime, Hipócrates, ahora pretendes acudir a Protágoras y gastarte con él tu dinero. ¿A qué clase de hombre te diriges? ¿En qué piensas salir convertido en sus manos? Supón que te diera por acudir a tu homónimo, Hipócrates el de los Asclepíades, y gastarte con él tu dinero. Si alguien te preguntase: ‘Dime, Hipócrates, ¿piensas gastar tu dinero con Hipócrates en tanto que es qué?’, ¿qué responderías?’

Respondería: “En tanto que es médico”.

‘¿Y para convertirte en qué?’

‘En médico’, habla Hipócrates.

‘Y si te diera por acudir a Policleto de Argos o a Fidias de Atenas y gastar con ellos tu dinero, y si alguien te pregunta: ‘¿Piensas gastar tu dinero con Policleto y con Fidias en tanto que son qué?’, ¿qué responderías?’

‘Respondería que en tanto que son escultores.’

‘¿Y para convertirte en qué?’

‘En escultor’, concluye Hipócrates.

—¿En qué? —en escultor, evidentemente— le dice Hipócrates.

—Pues bien, ahora es a Protágoras a quien acudimos tú y yo, y estamos dispuestos a pagarle por tu instrucción, si es que alcanza nuestra fortuna para con ella convencerle, y si no, echando mano de la de los amigos. Si alguien al vernos tan empeñados en ese propósito nos preguntase: decidme, Sócrates e Hipócrates, ¿pensáis gastar vuestra fortuna con Protágoras en tanto que es qué?, ¿qué responderíamos? ¿Por qué otro nombre oímos llamar a Protágoras, así como a Fidias le nombraban escultor y a Homero, poeta? ¿A Protágoras qué nombre se le dará?

—A este hombre, Sócrates, le llaman sofista—.

—Entonces, vamos a gastar nuestra fortuna con él en tanto que es sofista —le dice Hipócrates.

Exactamente en este pasaje, el personaje Sócrates emplea un método de preguntas guiadoras que llevan a una conclusión. Esta actitud de Sócrates de pretender disuadir al joven Hipócrates de su interés por convertirse en alumno del maestro Protágoras pone en evidencia el ego de Sócrates, quien en la narrativa lucha por no perder su hegemonía como personaje principal. Pero Platón se cura en salud al colocar este discurso en la voz de Sócrates, para que sea él mismo quien deje aflorar sus sentimientos de grandeza frente al joven. Sócrates desea evitar que este pague dinero al sofista porque considera improcedente el que se cobre por la enseñanza.

En este punto, muestra Platón dentro del discurso de Sócrates cuestiones de carácter universal. Un ejemplo es la lucha entre socialismo y capitalismo. Estamos ante la misma tendencia que se extiende hasta nuestros tiempos y que ha logrado dividir el mundo en dos bandos ideológicos. Por supuesto, en esto no estoy de acuerdo con el personaje preferido de Platón, ya que el conocimiento y la buena formación, así como la buena vida, tienen precios. Con todo, estamos ante una brillante representación que sienta las bases para reflexionar en torno a las trágicas consecuencias que ha traído a la humanidad cualquiera de estas líneas ideológicas tomadas en términos absolutos.

El relato continúa con la llegada tanto de Sócrates como de Hipócrates a la casa de Calias, donde se encuentra Protágoras. Una vez se les permite entrar, Hipócrates le expresa su intención de aprender de su sabiduría. Protágoras le dice que, con el tiempo, será una mejor persona, que por las tardes será más sabio que por la mañana, y que cada día será superior a lo que fue el día anterior.

Sócrates le indica que eso no lo hace un maestro, porque el cambio es la dinámica espontánea de la vida. Es como yo lo veo, mi paráfrasis. Sócrates le pide insistentemente que le explique cómo es posible enseñar la virtud, puesto que cree que lo único que puede ser aprendido es la ciencia, por lo que entiende Sócrates que la virtud no puede ser enseñada. En este debate, identifico un segundo asunto de carácter epistemológico.

El tema sigue siendo objeto de argumentos y contraargumentos entre académicos del presente: ¿cómo es posible enseñar la virtud si estamos ante actitudes que se adquieren de forma espontánea? No es igual que enseñar medicina, arquitectura, albañilería, escultura, astronomía, etcétera. Estamos ante el problema del objeto y el método, que cientos de años más tarde vendrían a permear las principales discusiones con mucho más aceleridad a lo largo del siglo XX y de lo que va del siglo XXI.

Ligada a esta discusión entre Sócrates y Protágoras relucen dos factores que, a mi modo de ver, conforman el concepto de condición humana, a través del cual analizo el pensamiento de Thomas Hobbes en «El Leviatán» de Kant, en «La religión dentro de los límites de la mera razón», y de Jean-Jacques Rousseau en «El contrato social». Estas dos formas de pensamiento se subsumen en la diada naturaleza-sociedad. Corresponden a la naturaleza la facultad únicamente humana del lenguaje, el raciocinio y otros factores biopsíquicos, mientras que los aparatos ideológicos del Estado corresponden a la sociedad y son los encargados de moldear el pensamiento del individuo.

De esta manera, puede evidenciarse que Protágoras tiene razón con relación a si la virtud debe ser enseñada, entendida como un ideal del buen ser, del buen hacer, del buen conocer para el mejor convivir dentro del conglomerado social. No fue fácil convencer a Sócrates. Para ello, Protágoras se valió del mito de Prometeo, no de la primera versión atribuida a Hesíodo, que data del siglo VI antes de Cristo y está publicada en la obra «Teogonía» del mismo autor, sino de la versión de Platón, puesto que no podemos olvidar que es Platón el autor del «Protágoras». Tampoco debemos olvidar que Protágoras existe dentro del discurso de Sócrates, el personaje preferido de Platón.

¿De qué trata el mito de Prometeo en la versión de Platón? Grosso modo, cuando los dioses decidieron crear vida en la Tierra, encargaron al titán Prometeo, cuyo nombre significa «previsor», dotar de cualidades a las especies. Epimeteo, su hermano, le pidió que le permitiera a él cumplir con ese cometido, con la condición de que, una vez haya concluido, su trabajo fuera supervisado por Prometeo. Con la anuencia de su hermano, Epimeteo dotó de cualidades a todas las especies animales y vegetales del planeta. A los que tenían cuerpo pequeño, los creó con la capacidad de hacer cuevas para cubrirse; a los que vivían en el Polo Norte, les dio un cuerpo peludo para que pudieran protegerse del frío; a otros los dotó de plumas y alas para que pudieran volar y trasladarse; a algunos les dio la facultad de alimentarse de vegetales, mientras que a otros les dio la oportunidad de alimentarse de carne.

Sin embargo, como Epimeteo no era previsor, sino que pensaba después de actuar, gastó todos los atributos y se olvidó del animal racional, es decir, del ser humano. Cuando Prometeo se dio cuenta de ello, quiso enmendar el error: robó el fuego a Júpiter y se lo dio a los hombres, con lo cual  recibió el aliento de vida, y gracias a ello pudo crear un idioma, fundar ciudades y comunidades. Pero no tenía el conocimiento de la ciencia ni de la política, por lo que, de pronto, comenzaron a matarse unos a otros: la lucha del todo contra el todo que describe Hobbes en «El Leviatán».

Thomas Hobbes sostenía que la política, la virtud o la ética de la ciudad podían permitir que los humanos aprendieran la convivencia. Protágoras le indica a Sócrates que es en este punto donde la enseñanza de la ética cobra sentido, puesto que con esta el joven Hipócrates podría aprender a organizar su hogar, su familia y a tomar decisiones dentro del marco de las normas sociales. Asimismo, le ayudaría a desarrollar sus capacidades oratorias de manera que pudiera defenderse en el contexto de las situaciones legales, etcétera.

Aquí se pone de relieve la dimensión pedagógica del relato de Platón, en el que señala que la enseñanza no puede reducirse a la descripción de las realidades perceptibles, sino a la reflexión que permita sacar conclusiones mediante el diálogo, las preguntas guiadoras, las preguntas que mueven a la reflexión, el uso de anécdotas y fábulas, la cátedra magistral, entre otras estrategias de enseñanza que se repiten en la actualidad con cierto aire de novedad en el ámbito pedagógico. Una vez Protágoras explicó la importancia de la virtud, Sócrates aceptó que esta podía ser enseñada, por lo que no tuvo más opción que concederle la razón. Pero existía otro problema: ahora quería saber si Protágoras sabía qué era realmente la virtud.

Recordemos que este maravilloso héroe platónico insistía incisivamente en cuestionar a las personas que se autodefinían como políticos, maestros, gobernantes, etcétera. Si usted dice que es político, pero no es capaz de definir ese concepto, ¿cómo es que dice que lo es? ¿Cómo es que usted es político si no sabe qué es la política? Para responder a esas cuestionantes, Protágoras empleó lo que en la lingüística cognitiva norteamericana se ha convenido en llamar categorización conceptual. A partir de ese concepto, desglosó el hiperónimo «virtud» en sus hipónimos: justicia, templanza, sabiduría y fortaleza. De todas ellas, entiende que no puede faltar la justicia, punto en el que Sócrates encontró una debilidad en la concepción de Protágoras.

Según Sócrates, si la virtud, entendida como el ideal del buen ser, del buen conocer, del buen hacer y del buen convivir, es equivalente únicamente a la justicia, soslayando los hipónimos de templanza, sabiduría y fortaleza, significa que la concepción del sofista es débil. Es esta debilidad la que aprovecha Sócrates para erigirse en el héroe del relato de Platón. Ya había establecido que el discurso de Sócrates se encuentra en un punto de inflexión al dejarse convencer por Protágoras sobre si la virtud podía ser enseñada. Sócrates es veinte años menor que Protágoras, pero en la argumentación, ni la edad, ni el estatus social, ni el prestigio deben ser criterios para determinar quién tiene la razón en un debate, tal como lo ha explicado Jürgen Habermas en la ética del discurso. Platón tenía bien claro esto al colocar a Sócrates —claro, no a Habermas por situaciones temporales— como el héroe.

Su personaje favorito, mientras Protágoras es exclusivamente un personaje excusa que sirve para elevar hasta la cúspide a su personaje principal. Fíjese que el diálogo concluye con la alabanza de Protágoras a Sócrates.

No nada más lo alaba, sino que predice que llegará a ser el hombre más sabio de toda Grecia y, en consecuencia, Sócrates se lo cree y asiente en sentirse satisfecho por la conclusión preliminar del diálogo. Sin embargo, no podemos perder de vista que estamos ante la versión de Sócrates sobre la supuesta conversación que sostuvo con Protágoras. ¿Por qué Platón nos pone a escuchar la versión de Sócrates de esa conversación? ¿Por qué tenemos que creerle a este personaje al que Platón otorga voz en detrimento del personaje secundario  Protágoras con relación a ese relato? ¿Por qué debemos conformarnos con la idea de Sócrates?

Así es, Protágoras no tiene voz propia en el relato, y a mí, en particular, me gustaría escuchar la voz de Protágoras para ver si su versión coincide con la de Sócrates. Porque recuerde que Sócrates está hablando con el amigo, contándole su conversación. Mientras tanto, nos resta conformarnos con la función que Platón le otorgó a este personaje secundario.

Según se expresa en los últimos intercambios comunicativos del relato, cito: «Dijo entonces Protágoras: Sócrates, venero tu celo y tu manera de exponer los razonamientos. Pues yo, que según creo no tengo otros, lo que no tengo ni mucho menos es envidia. Por eso, ya tengo dicho de ti delante de mucha gente que, de todos los que trato, y en especial de todos los de tu edad, es a ti a quien más admiro, y añado que no me sorprendería que llegaras a ser un hombre famoso en sabiduría. Por lo que respecta a estas discusiones, las dejamos para otra ocasión, para cuando quieras. Por ahora basta, porque tengo que atender otros asuntos». Dice Sócrates: «Pues entonces, hagamos, si te parece, como dices, porque también yo, como dije hace tiempo, tenía que haberme marchado, pero me quedé por complacer al noble Calias». Después de intercambiar estas palabras, se fueron.

Ahí concluye el diálogo. Él cerró, no agrega más nada. Ahí finalizó. No tengo tantos elementos para decidir si Sócrates existió o no en la realidad de la vida de Platón. Del Sócrates del que sí puedo hablar es del creado por Platón en esta obra y en otras. Salvo error de mi parte, parece ser Platón el auténtico creador de la filosofía griega, de sus diálogos, de las imágenes, de las palabras, de los personajes y del mundo. Por consiguiente, me pregunto: ¿por qué, si es Platón el maestro del lenguaje literario y del pensamiento de los personajes de sus obras, se divide la filosofía occidental en presocrática y socrática? ¿No sería más virtuoso, en cambio, que se hablara de filosofía pre-platónica y filosofía platónica? Son preguntas.

Otro aspecto que merece la pena destacar en el «Protágoras» es el oficio del sofista, el cual consistía en hacer a las personas idóneas para, por ejemplo, argumentar en público y así poder defenderse ante un tribunal. En el tiempo aproximado en que Platón escribió esta importante pieza literaria, la defensoría técnica en los tribunales no existía; fue en Roma donde se desarrolló. Era la defensoría material. La «Apología de Sócrates» así lo muestra, puesto que el personaje Sócrates debió defenderse de forma material frente a los tres detractores que lo acusaban.

No sabemos si en algún punto de la vida el personaje favorito de Platón haya aceptado la enseñanza de los sofistas en lo relativo al desarrollo de la retórica para defenderse ante un tribunal. En todo caso, sería simplista pretender atribuir su condena a una incompetencia comunicativa de un personaje que ha sido inmortalizado como el más sabio de Grecia. Jamás deberíamos olvidar que dicha sabiduría, atribuida por la divinidad a Sócrates, es creada por Platón en su escrito, por lo que, de nuevo, reitero la tesis de que el verdadero maestro es Platón y no Sócrates.

Por otro lado, parece que dentro de los lóbulos temporales de Platón no existía la figura femenina, al menos en el «Protágoras» no se hace ninguna alusión mínima a una mujer. He escuchado en este mismo escenario cómo se suele atribuir esta insinuación de machismo de Platón al contexto sociohistórico en que este vivió, a saber, una sociedad patriarcal en el discurso y en la práctica. Sin embargo, el politeísmo griego contiene diosas muy hermosas y poderosas, entre las que se cuentan Hera, Atenea, Artemisa, Deméter, Perséfone y otras.

Asimismo, Platón posiblemente conocía en la mitología griega a las amazonas, mujeres guerreras que se destacaban por sus habilidades para cabalgar, pero ignora a las mujeres en sus escritos, al menos en los que he leído. Incluso, cuando coloca el mito de Prometeo en la voz de Protágoras, a través de su personaje favorito, Sócrates, ignora la función de la titana Minerva, cómplice con Prometeo en robar el fuego a Júpiter para dar la facultad de pensar y de crear al humano.

En definitiva, estamos ante un exquisito texto literario y filosófico cuyas ideas son actuales y pertinentes. No es posible, en un modesto análisis como el presente, llegar a ninguna conclusión definitiva. Suplico, por lo tanto, la lectura de este y otros diálogos platónicos a partir de los méritos que por justicia le corresponden al sujeto creador y no al personaje creado por este. De no haber sido por Platón, posiblemente nadie en Occidente pudiera hablar hoy de este personaje tan especial al que algunos no se atreven a refutar. Entonces, tal vez la pregunta con la que titulé este breve ensayo tenga algún sentido. ¿La recuerdan? ¿Quién es el auténtico creador de la filosofía occidental griega?:”Yo solo sé que no sé nada”. 

Buenas noches, y muchas gracias. Complacido de este momento, de haber llegado a este distinguido escenario.

Gracias y perdonen mi modesta participación. Recuerden que le dije al principio: “Aquí soy un estudiante más”.