El espíritu de la modernidad aparece despierto luego que Descartes soñara la ciencia maravillosa durante la madrugada del 10 de noviembre de 1619.

Este milagro impactó profundamente la con ciencia del joven francés de apenas 23 años. Se cuenta que cinco años después viajó al santuario de Ntra. Sra. de Lo-rette a dar gracias al Altísimo, porque había iluminado su mente con certezas indubitables.

Durante nueve años meditó despierto el contenido del sueño. El inventario de los manuscritos levantado en Estocolmo después de su muerte, acaecida en 1650, descubrió varios cuadernos cuyo contenido recibió el título de «Tratado de reglas útiles y claras para la dirección del Espíritu en búsqueda de la verdad». Esta obra se redactó en 1628 y se publicó en Amsterdam en el año 1701. Para los biógrafos marca la transición desde su formación escolástica a la moderna; además, dicha obra señala la vía racionalista de producción del saber cómo el nuevo fundamento de la ciencia. En efecto, la Regla No.3 dice: «Acerca de los objetos propuestos se ha de buscar no sólo lo que otros hayan pensado o lo que nosotros mismos conjeturemos, sino lo que podamos intuir clara y evidentemente o deducir con certeza; pues la ciencia no se adquiere de otra manera».

En el «Discurso del Método», 1637, la imagen del pensador la suministra el Arquitecto. El edificio del saber moderno se construye con la actitud individual de la duda metódica, que concluye con la determinación intuitiva, clara y distinta de lo que no es dudoso.

Descartes señala que ese fundamento lo aporta el aserto: pienso, luego existo.