Repatriaciones masivas de haitianos indocumentados: un derecho soberano del Estado dominicano

En la plomería, son trabajos que se pagan porque son especializados. Las otras categorías las van dejando a los haitianos: cargar la cubeta, mezclar la mezcla en el batey y cosas similares. Se les paga la misma tarifa que a los dominicanos; la única diferencia es que, al no ser una especialización, el salario es menor. Si analizamos esto, estamos igualando el salario a la base deprimida de nuestros obreros, equiparándolo con el de los haitianos para hacer más atractivos los trabajos que ellos están realizando.

Entonces, hemos llegado a un punto que contradice los estudios realizados en el país. En 2013 y 2015 se llevó a cabo la primera Encuesta Nacional aprobada por Naciones Unidas, con fondos de esta organización, sobre la migración. En 2017 se realizó la segunda, y se determinó que en el ámbito laboral había solamente 57,399 trabajadores, de los cuales el 8% eran haitianos. Sin embargo, cuando se hace una auditoría visual, se observa que, de cada diez dominicanos, hay cuatro o cinco haitianos.

En los hospitales de Mao, Valverde, los partos anuales son 50% de parturientas haitianas; en Santiago, el 60%; en San Juan, el 50%. Esto significa que, en 10, 15 o 20 años, tendremos una minoría nacional de individuos no registrados, sin acta de nacimiento, porque la ley establece que los hijos de ilegales heredan esa condición. No hay forma de corregir esto. Entonces, ¿qué haremos con medio pueblo que no es dominicano para los dominicanos ni haitiano para los haitianos? Estamos creando una población que no se sabe qué pasará con ella. Los que están aquí y son enviados de regreso no los quieren, porque entienden que no hablan como ellos ni comparten su cultura; allá no los reciben. Las leyes dominicanas indican que los nacidos aquí de una ilegalidad no son dominicanos.

Cuando ocurrió la revolución de los esclavos en Haití, se hablaban 1,139 lenguas, correspondientes a los aproximadamente 900,000 esclavos de la colonia francesa de Santo Domingo. Esto significa que, entre los negros, no se entendían, ya que provenían de diferentes regiones de África, con culturas e idiomas distintos. En los inicios de la llamada revolución de los esclavos en armas en el Santo Domingo francés, no se denominaba Revolución Haitiana. Haití existe a partir del 1 de enero de 1804, cuando Jean-Jacques Dessalines y los esclavos negros triunfantes proclamaron la República de Haití. A diferencia de nosotros, Haití ha tenido un proceso evolutivo diferente. Mientras que aquí la nación se fue construyendo desde 1492 en adelante, en Haití la nación comenzó a formarse a partir del 1 de enero de 1804.

Los contingentes de esclavos debían ser reemplazados constantemente debido al trabajo extenuante, que les otorgaba una esperanza de vida de apenas cinco años; no había tiempo para que se reprodujeran como pueblo. Por eso, en Haití, el proceso se dio a la inversa que en nuestro país: aquí la nación surgió primero y el Estado después; en Haití, surgió el Estado primero y la nación aún está en construcción, al igual que la nuestra, pero con siglos de ventaja de nuestra parte. Haití es un Estado xenófobo; entre los negros, se persiguen, se maltratan y se aíslan. Recuerdo que, durante la revuelta haitiana en los años 90 en la parte norte de Haití, CNN transmitía imágenes desde Puerto Príncipe y se referían a ellos como «esos son los negros» o «esos son los africanos», reconociendo que son de diferentes orígenes.

Frente a esta situación, para muchos deshumanizante, decimos que las fronteras físicas han sido prácticamente desbordadas. Primero, porque no podemos cubrirlas; segundo, porque nuestro ejército, lamentablemente, es corrupto. La prensa ha informado que esos 12,000 hombres que están allí permiten el paso de ilegales. A diario se detienen vehículos llenos de haitianos; ¿por dónde cruzan si se supone que la frontera está vigilada? Esto es un sofisma. Lo grave es que la inversión en las tropas en la frontera presiona el presupuesto nacional.

El Estado destina más de 10,000 millones en educación, salud y otros aspectos para los haitianos. A esto se suman los 12,000 militares en la frontera, 3,500 de compensación, y la compra de material bélico para modernizar las Fuerzas Armadas, incluyendo tres helicópteros, nueve naves de reconocimiento y patrulla, además de la creación del Comando Sur de la Armada Dominicana en Barahona, como medida preventiva ante posibles eventualidades.

Actualmente, en Haití, existen bandas que se autodenominan Ejército Popular contra los desmanes de la oligarquía haitiana. Estas bandas ya no son simples grupos delincuentes; se consideran un sector beligerante que busca reconocimiento como oposición armada frente a la oligarquía. Están ejerciendo presión en diversas áreas, concentrando parte de la población en la frontera sur y norte.

Naciones Unidas prometió ayudar a resolver el problema haitiano, pero no ha tenido éxito; es un fracaso inducido para provocar un colapso allá, lo que podría generar una avalancha real hacia nuestro país. Si intentamos detenerla, podríamos causar una masacre de seres humanos impulsados por el hambre a lanzarse al abismo. Esto daría a Naciones Unidas la justificación para intervenir en República Dominicana, resolviendo el problema haitiano a nuestra costa.

Es preocupante que algunos empresarios e intelectuales dominicanos hayan sugerido que lo mejor sería una unificación con Haití, argumentando que esto garantizaría un mercado de 20 millones de consumidores, proyectando la isla de Santo Domingo al mercado mundial y trayendo prosperidad. Sin embargo, el capital solo valora aquello que le genera interés; lo demás es secundario. Por eso se ha dicho que los imperios no tienen amigos, solo intereses.

¿A qué se refiere la idea de que el ser humano es una simple pieza dentro del organigrama de la reproducción del modo de producción capitalista? Incluso el Papa ha criticado y denominado este sistema como «capitalismo salvaje». Las guerras, señores, no se dan por ideología o religión. Las guerras históricamente han ocurrido por la reconfiguración de mercados y la redistribución de lo ya repartido. En este contexto, incluso podría desatarse una guerra nuclear, debido a la competencia entre potencias por controlar los recursos y materias primas de los países de la periferia. Por eso vemos que las naciones se organizan en bloques para defender sus intereses frente a los países más deprimidos.

Volviendo al caso dominicano, Naciones Unidas no ha hecho nada efectivo. Se recurrió a la ayuda de los kenianos, pero ellos tampoco lograron resultados. Todo parece indicar que las grandes potencias están esperando que el conflicto estalle por sí solo, bajo la suposición de que es inevitable. Ante esta falta de respuestas, el presidente dominicano declaró que el Estado no será el eslabón que resuelva el problema de Haití, ni ahora ni nunca, y que no hay solución posible a costa de la República Dominicana.

El presidente ha tomado medidas concretas, como la repatriación de inmigrantes haitianos ilegales. Se habla de cifras considerables, como 10,000 deportaciones mensuales, aunque otros señalan que la frecuencia podría ser semanal. Esta decisión ha generado críticas, principalmente de quienes tienen intereses en mantener el negocio irregular. Estas personas priorizan el comercio, sin importar que colapse la República. Por ejemplo, exportan productos y mano de obra haitiana barata, en detrimento de los dominicanos.

Nuestra balanza comercial con Haití es favorable: exportamos 12,000 millones de dólares mientras que importamos apenas 1,000 millones. A pesar de ello, muchos ignoran este hecho y permiten que ciertas áreas sean controladas por haitianos, incluso desafiando la autoridad dominicana, mientras dicen contar con el respaldo de Naciones Unidas. Estas situaciones generan tensiones constantes.

Otro problema crítico es la entrega de documentos dominicanos a haitianos a través de mafias. Esto refleja una doble moral: por un lado, se exige regularización, pero por otro, se toleran prácticas corruptas. A pesar de ello, no debemos olvidar que el pueblo haitiano tiene una historia heroica. Desde la esclavitud, lograron emanciparse, venciendo a las potencias coloniales, incluidas las tropas napoleónicas. No obstante, su independencia estuvo marcada por conflictos internos, asesinatos y divisiones políticas, que los llevaron a una situación de miseria extrema.

Haití llegó a estar dividido en dos repúblicas: una al sur, liderada por Alexandre Pétion, quien implementó una reforma agraria, y otra al norte, dirigida por Henri Christophe, que mantuvo la gran plantación para el comercio internacional. Tras la muerte de ambos líderes, el territorio dominicano fue ofrecido como compensación a generales que apoyaran la unificación de Haití, lo que culminó en la ocupación de 1822. Desde entonces, parece que se pretende resolver los problemas de Haití a costa de la República Dominicana.

La República Dominicana ha sido el país que más ayuda ha brindado a Haití. Sin embargo, como dice la Biblia: «Un ciego no puede guiar a otro ciego». Ambos caerían en el abismo, y eso es lo que buscan evitar las medidas actuales, las cuales están respaldadas por la ley 285-04. El Estado dominicano tiene la obligación de regularizar y deportar a los inmigrantes ilegales de manera respetuosa, pero firme.

Finalmente, aunque idealmente no deberían existir fronteras, en la realidad actual son necesarias para proteger a las naciones. Otros países, como los europeos, ya han implementado controles más estrictos ante la migración masiva. En este contexto, las repatriaciones deben continuar, siempre respetando los derechos humanos de los haitianos. Si Haití hubiera documentado a su población adecuadamente, muchos de estos problemas ya estarían resueltos.

Por último, es importante recordar que la República Dominicana tiene una identidad nacional forjada en siglos de historia y resistencia, lo cual la distingue de Haití. Pretender homogeneizar ambos pueblos es un error histórico que ignora las profundas diferencias culturales, sociales y políticas.

La permisibilidad con la que han actuado nuestros gobernantes es preocupante. Somos nosotros, los dominicanos, quienes debemos empoderarnos si queremos mantenernos como nación. Lamentablemente, la indiferencia de muchos podría llevar al colapso de la patria si no se implementa una política decisiva y fuerte para resolver este problema. Ya se ha hablado de las consecuencias de la irregularidad: si usted alquila una casa a un inmigrante regularizado, piense qué ocurrirá si otros 20 vienen debido a ese mismo negocio irregular. ¿Confiaría usted todo lo que tiene a alguien traído bajo esas condiciones? No lo haría.

Hoy vivimos un nuevo desafío con los Estados Unidos, que ha anunciado que deportará a todos los inmigrantes ilegales a sus países de origen. Imagine lo que sucederá cuando esos ciudadanos lleguen aquí y las presiones internacionales aumenten. En el pasado, incluso nos han acusado de «comedores de gatos y mascotas» para desacreditarnos. Esta confrontación, aunque espero que no ocurra, parece inevitable si las condiciones actuales persisten.

En los foros internacionales, a los dominicanos se nos acusa de racismo y de violar los derechos humanos, lo que condiciona el panorama internacional contra nosotros. Sin embargo, nadie puede negar que hemos sido el país más solidario con Haití. Les hemos construido una universidad, que ahora está en ruinas, y les hemos ayudado en cada crisis. Sin embargo, ¿qué recibimos a cambio? Más del 7% de lo que ganan los haitianos en nuestro país se envía como remesas para sostener a sus familias en Haití. Además, al no pagar impuestos sobre la renta ni otros tributos, solo contribuyen al consumo directo en el mercado local.

Es necesario aclarar que no somos antihaitianos, ni podemos ser racistas. Mi madre es una mujer negra, y la amo profundamente. Pero debemos priorizar la supervivencia de nuestra nación. Sin maltratar a nadie, debemos conservar el territorio que hemos perdido, más de 7,000 kilómetros cuadrados, desde el Tratado de Aranjuez hasta hoy. Los gobiernos dominicanos han pasado esto por alto, dejando que la historia se repita.

En toda nuestra historia, República Dominicana nunca ha agredido a Haití. Solo dos excepciones destacan: Buenaventura Báez, quien en su primer gobierno envió dos goletas con cañones para disparar contra una villa en el sur de Haití, y Juan Bosch, quien dio órdenes a la Guardia para rescatar nuestra embajada en Haití. En ambos casos, se buscó defender la soberanía nacional.

Reitero que los dominicanos hemos sido solidarios y estamos dispuestos a seguir ayudando, pero en condiciones claras: ellos allá y nosotros aquí. Nuestra prioridad debe ser proteger nuestra soberanía y mantener el orden en nuestro territorio.

Muchas gracias por su atención.