La conferencia de hoy, se titula “La importancia de estudiar a Espinosa hoy”. Es decir, ¿qué significa estudiar a Espinosa en la actualidad? Hablamos de un pensador judío del siglo XVII que, en apariencia, nunca se interesó por la conquista ni por la colonización de América. Un judío emigrado desde España hacia Ámsterdam, cuya obra tuvo una profunda influencia en el pensamiento filosófico occidental.
Y ustedes me preguntarán: “¿Por qué Espinosa hoy? ¿Qué tiene que ver conmigo un judío del siglo XVII?” Y yo les respondo: todo, absolutamente todo. Recordemos, por ejemplo, que los hermanos Pinzón que acompañaron a Colón eran judíos. El pensamiento judío se expandió por América y, afortunadamente, logró revitalizar unas coordenadas occidentales que ya estaban algo anquilosadas.
Comencemos entonces con una frase de Espinosa, para entrar en sintonía. Espinosa decía:
“Mi filosofía no es la mejor. Es la única.”
Él afirmaba esto con convicción, porque entendía —al igual que Parménides— que si alguien contradice los principios de la lógica, queda automáticamente refutado. No se puede cuestionar la lógica, porque si lo hacemos, ni siquiera podríamos reconocer que la estamos violando. La lógica es la base misma del pensamiento.
La filosofía de Espinosa, por eso, no solo es contundente, segura de sí misma, y orgullosa de sus fundamentos, sino que también es una filosofía de la alegría, de la juventud, de la esperanza. Y eso es lo que la hace tan actual.
En un contexto como el nuestro, con juventudes desesperanzadas, filosofías fragmentadas e ideas relativistas sobre la verdad, Espinosa sostiene que hay una sola verdad, un solo Dios, una sola sustancia, una sola realidad. Todas las demás realidades —virtuales, parciales, discretas— no son sino manifestaciones de esa realidad única. Decir “realidad real” puede parecer una tautología, pero en el fondo no importa: las tautologías, cuando se basan en la lógica, también tocan el núcleo de lo real.

Más bien, Espinosa construye su filosofía a partir de una secuencia tautológica bien trabada, basada en la lógica pura. Y fue precisamente esa lógica la que lo condujo a la idea del infinito, con la cual buscó superar las contraposiciones filosóficas que Descartes había dejado abiertas.

El capitalismo, que comenzó con el descubrimiento de América, no ha entrado en crisis. Al menos no en el sentido en que normalmente se cree. Lo que hay es una crisis producida por el propio capitalismo, una crisis funcional, una suerte de autojustificación del sistema para reorganizarse y reforzarse. El capitalismo se pliega sobre sí mismo para sobrevivir y, al mismo tiempo, legitimar su permanencia.

En ese contexto, Descartes fue su santo y seña: su filosofía preparó el terreno para la entrada de la burguesía en el poder del Estado. ¿Qué Estado? Las grandes monarquías europeas, que se constituyeron como reemplazo del sistema feudal que ya se estaba disolviendo.

Entonces, cuando los Reyes Católicos financiaron la empresa de la conquista de América, no solo envían barcos, soldados y misioneros: envían una lengua, un pensamiento y un sistema de valores. Porque con una lengua, se siembran también los valores. Y desde ese punto de vista, el capitalismo, aún en germen, ya comenzaba a cuestionar a las mismas monarquías que lo habían financiado.

¿Por qué? Porque los comerciantes se hicieron fuertes. Llegó lo que Marx llamó la época de la acumulación originaria, y los grandes capitalistas pusieron en jaque el poder de los reyes. La historia que nos suele llegar, sobre todo en los países latinoamericanos —o hispanoamericanos, como sería más correcto decir—, aparece distorsionada.

Esa historia nos dice que con la caída de las monarquías llegó la libertad, llegó la Revolución Francesa, llegó la liberación. Pero esa historia está mutilada. Contiene una parte de la verdad, y al mismo tiempo, oculta otra. Y como decía Espinosa: “Lo falso también es verdadero, pero de forma mutilada.”

Yo muestro una parte de la verdad, esa parte que brilla como el oro, pero oculto todo lo que recorto para que esa parte funcione como discurso convincente. ¿Y cómo sé que esa verdad está mutilada? ¿Cómo puedo reconocer que estoy diciendo algo falso?

La respuesta espinosista es clara: cuando esa idea, una vez puesta en práctica, no logra explicar la realidad que la contradice. Es decir, cuando la teoría no rueda, cuando no avanza históricamente. Por eso Espinosa dice que la historia es el laboratorio de la filosofía.
Si la filosofía dice una cosa, y los hechos muestran otra, entonces esa filosofía está incompleta, mutilada, y por tanto, falsificada. Y aquí entra también Gorgias: “Lo que es falso, ni siquiera puede ser enunciado.” Espinosa recoge algo de esta idea sofística. Aunque defiende una verdad absoluta, sostiene también que toda verdad debe ser necesariamente vista desde un punto de vista.

Los dominicanos no pueden ver la verdad del mismo modo que los rusos. Los chinos no comprenden la mentalidad occidental… ni están interesados en comprenderla. Hace un momento se habló aquí del poderío económico de China, pero nadie dijo por qué se potencializó su economía.

¿Quién lo sabe? —levánteme la mano—. ¿Por qué? Porque comenzaron a establecer relaciones con otros pueblos. Lo que dijo el profesor Marcos es cierto. Y como les dije antes: lo que no es verdad, no puede ser enunciado.
Y él está enunciando brillantemente que China se potenció gracias a la diversificación del capital norteamericano, que fue a invertirse allá. Pero la verdadera pregunta es: ¿por qué el capital norteamericano fue a invertirse en China?
La respuesta es clara: porque en China había explotación. Porque la mano de obra barata representaba, en un momento de crisis del capitalismo, la única forma que tenía el sistema de sacar cabeza en medio de una tormenta. En otras palabras, fue la explotación la que potenció a China.
Y lo que el profesor anterior no dijo es que si China llegara a dominar el mundo, impondría sus propios valores, que son contrarios a los valores occidentales. Son valores antidemocráticos, dictatoriales, basados en una visión donde el hombre no vale nada frente al Estado. Gracias a esa visión de un ser humano reducido a cosa, China ha podido progresar en términos económicos.
¿Y cómo lo ha hecho? Ofreciendo salarios vergonzosos, lo mínimo necesario para que su gente no muera de hambre. Nosotros, en cambio, tenemos la herencia del sueño democrático. Es cierto, es un sueño. Nunca se ha realizado plenamente. Pero no por eso debemos olvidarlo. Porque ese sueño es el que puede llevarnos a la tierra nunca pisada de la verdadera realización del hombre.
El hombre sale al mundo sin saber hacia dónde va. Camina a través de dictaduras, a través de obstáculos, pero siempre con la idea clara de lo que debe buscar. ¿Y qué es lo que debe buscar el hombre? El respeto. Cada uno de nosotros necesita respeto.
Y eso está en la filosofía de Espinosa. Según Espinosa, cada una de las creaciones de la naturaleza es una creación divina. Cada una: los árboles, las estrellas, y también nosotros. Nadie está en el mundo por casualidad. Todo obedece a leyes constantes, férreas, que deben conocerse y controlarse, no para frustrarnos, sino para ayudarnos a realizarnos.
Espinosa lo tiene muy claro: la realidad no fue hecha para el hombre. El hombre es solo una pequeña parte de la realidad… Pero es una parte muy importante.
¿Por qué? Porque es la parte que piensa. Es la única parte que tiene manos. Las manos son un don divino. Son las que nos permiten tocar el piano, escribir, construir. Con ellas podemos completar y complementar la obra de la divinidad en la Tierra. Nosotros podemos educar niños, transformar el mundo, crear cultura. Los animales no pueden hacer eso. Ellos garantizan la supervivencia de sus crías, pero no pueden introducirlas en el mundo simbólico, ni pueden transformarlo.
El ser humano, con sus manos y con sus dedos, puede terminar la obra de Dios. Porque Dios no puede bajar a hacer justicia… si es que está en algún lugar alto. Y, en realidad, nadie ha dicho que Dios esté en un sitio alto.
Eso es precisamente lo que Espinosa critica: la trascendencia. Hay gente que mira al cielo para buscar a Dios… cuando en realidad Dios está aquí. Está en ti, está en mí, está en el otro.
Y, sin embargo, la gente anda mirando hacia arriba. ¿Qué buscan arriba? Dios está en todas partes. Está en los animales, en la mirada inocente, en los niños… Y esa inocencia hay que cuidarla, porque cuidar al niño, es cuidar a Dios.
¿Cómo se cuida a Dios para que pueda realizarse?
Cuidando la realidad, para que se realice plenamente. Y el único que puede hacer eso es el hombre. Pero también es el más interferido. Por la dominación cultural, por los condicionamientos, por las necesidades materiales.
A veces hacemos lo que sabemos que no debemos hacer, porque estamos necesitados. Porque tenemos que resolver un problema urgente. Y aún así, nosotros somos el lugar de la transformación. Cada uno de nosotros es el agente perfecto de la divinidad, para trabajar en su casa, en la escuela, en el aula, en el mundo.
Por eso, cuando entro a un aula y me siento frente a mis estudiantes, tomo conciencia de que ahí no puedo hacer lo que yo quiera. Tengo que hacer lo que debo hacer. ¿Y quién me dice lo que tengo que hacer? Los ojos de los chicos. Esa mirada necesitada, el rechazo, el aburrimiento… me dicen, sin palabras, lo que debo hacer en ese momento. Y yo lo hago, cumpliendo con mi deber. Y pienso que soy una privilegiada. Igual que todos mis compañeros y compañeras. Somos privilegiados, porque tenemos la posibilidad de contribuir al desarrollo de la realidad en nuestra área, en nuestro entorno.
Espinosa pensaba que solo hay una realidad, y eso es profundamente importante en esta época de realidades virtuales, de tabletas y pantallas, donde los niños se aíslan dentro de una burbuja tecnológica, incluso sentados alrededor de la misma mesa del comedor. Se sumergen cada uno en su propio dispositivo, y dejan de convivir.
Se supone que son redes sociales, pero en realidad desocializan, antinaturalizan, destruyen la familia, rompen las parejas. Hoy día, incluso en el dormitorio, las parejas ya no están juntas: cada quien con su tableta, mirando barbaridades que luego quieren imitar, con una persona o con otra. No hay conversación. No hay amistad. Cada vez hay menos vínculos incluso entre nosotros, los docentes.
Tengo profesores a quienes quiero profundamente… y no los veo nunca. Estamos atomizados, dando clases virtuales, grabando videos, cumpliendo formalmente… pero sintiéndonos vacíos. Porque en realidad no hemos cumplido con nuestro deber.
Y eso me recuerda a mi abuelo, a mi abuelo Rómulo. Cuando yo era una niña, me tomaba de la mano y me decía:
“Ven acá.”
Y luego, con esa firmeza dulce que tienen los sabios, me decía:
“Cada día de tu vida, tienes que hacer todo lo que puedas.”
Yo no entendía. Me iba pensando: ¿todo lo que pueda? ¿no un poco? Y con el tiempo entendí: si puedes entregarte más al aula, debes hacerlo.
Si puedes entregarte más a tu hijo, debes hacerlo.
Y no escudarte en el “ya cumplí”, en ese cumplimiento formal de decir lo que se suponía que debías decir…
Porque si no te entienden, no has cumplido.
A veces, hay problemas vivenciales, existenciales, que impiden —en este momento catastrófico del capitalismo— que los niños entiendan cuál es la verdadera misión de la filosofía.
Y entonces piensan que la filosofía es simplemente el arte de hablar mucho, de decir palabras difíciles, de posar como sabio, de alzar la cabeza por encima de los demás. Pero no. La filosofía no es eso.
Escúchenme bien, chicos, los que están aquí cumpliendo con nosotros. Les agradezco profundamente haber venido, por dedicar parte de su tiempo a saber qué dicen los filósofos.
Benditos sean por estar aquí.
La filosofía es la conciencia del pensamiento.
Es el pensamiento que se piensa a sí mismo.
Y es, además, la única parte de la cultura humana que tiene conciencia de que es ideológica.
Porque el hombre es un ser ideológico.
Está siempre inmerso en burbujas de ideología.
Esa ideología puede ser una forma de cristianismo, puede ser el islam, pueden ser nacionalismos con los ojos cerrados, esos que definen al nacionalismo como odio al vecino.
Puede ser europeísmo, hispanismo o antihispanismo. El ser humano siempre vive en una burbuja ideológica. Pero lo fascinante de la filosofía es que, aun siendo también una burbuja de interpretación, es la única que sabe que lo es, y por eso puede entrar y salir de la pecera cuando quiera. Cuando quiera.
Es decir, el filósofo es una persona condicionada, pero consciente de su condicionamiento.
El caso es que la filosofía es interesante porque es la única capaz de devolvernos los pies a la tierra en estos tiempos en los que la gente está sumergida en lo que llamamos realidades discretas. ¿Y qué son las realidades discretas? Son formas fragmentadas de realidad, que aparentan ser ficticias. Bueno, corrijo: nada es ficticio. Espinosa lo dice claramente: “Nada es antinatural. Todo es natural.”
Uno podría preguntarle:
—Espinosa, ¿una lavadora, una televisión, una plancha… son naturales? Y él respondería:
—Sí. Porque sus materiales provienen de la naturaleza, han sido transformados por el ser humano —que también es naturaleza— usando la inteligencia, que a su vez es natural. Porque, según Espinosa, existe una sola sustancia, una sola realidad, una sola naturaleza.
A esa sustancia única, Espinosa la llama:
Deus sive Natura,
Dios o la Naturaleza.
Es decir, Dios es la naturaleza, y la naturaleza es Dios. No hay dos realidades, hay una sola sustancia.
Pero esa sustancia se expresa en infinitos atributos.
¿Y qué son los atributos en Espinosa?
Son canales de expresión de la sustancia. Él afirma que la naturaleza tiene infinitos atributos, porque el Dios espinosista —causa sui, causa de sí mismo— no puede tener límites de expresión.
Si tuviera un límite, ese límite tendría que ser la nada.
Pero la nada, dice Espinosa, es demasiado débil e insustancial como para frenar a la sustancia creativa.
Así, la sustancia se expresa en infinitos atributos, de los cuales el ser humano solo conoce dos:
El cuerpo (la extensión), y

La mente (el pensamiento).

Somos cuerpo: tenemos peso, engordamos, comemos.
Y también somos pensamiento, porque pensamos, sentimos, recordamos. Pero ambos —cuerpo y mente— son expresiones de la misma sustancia.
En Descartes, por ejemplo, hay dos sustancias distintas: lo pensante (res cogitans) y lo extenso (res extensa). Y ahí surge un problema: ¿cómo se comunican esas dos sustancias? Descartes no lo resuelve. Porque un atributo no puede comunicarse con otro si son sustancias separadas.
Ustedes, como psicólogos, lo saben: es difícil explicar un trauma psíquico a partir de una causa puramente física. Los traumas psicológicos y físicos no tienen continuidad causal, no pueden “darse la mano”, porque cada atributo funciona con sus propias reglas causales.
Por eso, Espinosa dice:
“La causa de un pensamiento hay que buscarla en otro pensamiento.
La causa de algo que le ocurre a un cuerpo, en otro cuerpo.”
Es decir, decir mente y decir cuerpo es hablar de lo mismo, pero en lenguajes distintos.
La mente es el cuerpo leído de forma abstracta.
Y el cuerpo es la mente expresada físicamente. Si estamos alegres, el cuerpo lo manifiesta. No hay que contárselo a nadie. La gente lo ve. Porque la naturaleza hace visible en el cuerpo lo que siente la mente.
Yo veo niños en el aula sentados con el cuerpo caído, el rostro apagado…
Y no hace falta preguntarles qué les pasa. Solo hay que hacerlos hablar, y lo comprendes. Porque si están tristes, el cuerpo está triste. El pelo se apaga, la mirada se apaga…
El cuerpo manifiesta lo que la mente piensa. Así que mente y cuerpo no son dos realidades separadas. Son dos modos de expresión de una misma sustancia.
En la segunda parte —que pensaba desarrollar más a fondo— trataré sobre la noción de la sustancia, de ese Dios que ya les mencioné: un ser sin trascendencia porque está en todo, con infinitos atributos, y del cual los humanos somos una expresión finita.
Espinosa también decía algo que nos confronta:
“El que se sorprende es un ignorante.
Y el que se arrepiente, doblemente ignorante y doblemente débil.”
Es decir, quien se sorprende de lo que ocurre, aún no ha entendido la necesidad natural de las cosas.
Y quien se arrepiente, ni ha comprendido lo que hizo ni por qué lo hizo.
¿Por qué? Porque fue débil para no tener la potencia con la cual actuar correctamente. Y también fue débil para no darse cuenta de que debía haberlo hecho de otra manera. No fue libre para actuar distinto de cómo actuó. Espinosa es determinista, y eso es importante para el mundo actual, especialmente para ustedes, que no están inmersos en la filosofía.
Espinosa es determinista porque piensa que nada ocurre en la naturaleza sin estar determinado por leyes férreas, que producen lo que producen de manera necesaria. Por eso, nuestro deber es averiguar por qué se ha producido lo que se ha producido.
Si analizamos la posición espinosista en el contexto del nacimiento de las ciencias, notamos que Espinosa es un pre-Newton, un pensador anterior a Newton. Kant vendrá después a tratar de entenderlo, aunque no leyó a Espinosa directamente.
Quienes sí lo leyeron fueron Hegel y Nietzsche:
– Hegel, para criticarlo de manera celosa.
– Nietzsche, para alabarlo profundamente.
Nietzsche dice que Espinosa y Jesucristo son las únicas personas que merecen haber pasado por la historia de la humanidad, porque son las únicas que comprendieron la importancia del ser humano en este mundo.
Y para alcanzar esa importancia del hombre, dice Espinosa, hay que eliminar el antropocentrismo.
El ser humano no puede creerse el centro del universo, porque la realidad no fue hecha para él.
Los pumas, los leones, los dragones, todo lo que existe… son también creaciones de la naturaleza.
Y si nosotros no estamos respetando nuestro lugar —y ese lugar es el Estado político—, estamos cometiendo un error fundamental.
Espinosa dice que el Estado político es sagrado, porque es el lugar donde el hombre se hace.
Y si el Estado fracasa, el hombre fracasa.
Porque el ser humano no puede vivir en estado de naturaleza. La naturaleza no está hecha para nosotros. Cualquier hormiga puede matarnos si no estamos vacunados, cualquier virus nos destruye, y cualquier león puede convertirnos en su merienda si estamos en un entorno que no nos corresponde.
Por eso, Espinosa usa el determinismo en un sentido positivo: Saber que lo que ocurre está determinado por leyes nos permite prevenir desgracias y propiciar condiciones favorables para el hombre.
Si observo, por ejemplo, que hay mucha prostitución en una sociedad, tengo que investigar qué leyes, qué causas han motivado esa eclosión. Y si quiero seres humanos verdaderamente libres, debo modificar esas condiciones, redirigir esas leyes sociales, como quien represaría las aguas de un río para canalizarlas hacia un objetivo constructivo.
Los Estados son la matriz del ser humano.
Hoy se pretende crear matrices sintéticas dentro de la robótica, hacer hombres de plástico, muchos disparates. Pero todo eso surge porque no se quiere trabajar con el perfeccionamiento político del Estado.
Y sin embargo, para Espinosa, el Estado es el lugar de Dios. Dios no puede bajar a socorrer a un niño huérfano. ni puede alimentarlo, ni enseñarle en la escuela.
Por eso, Dios necesita de los maestros, de los médicos, de las instituciones, y de la aplicación rigurosa de las leyes. Porque cuando no se cumplen las leyes institucionales, lo que tenemos es injusticia automática. Y de eso no podemos quejarnos.
Ese es otro motivo por el cual Espinosa es tan importante hoy.
Muchas veces creemos —como dijo el maestro que habló antes que yo—
que para encontrar justicia hay que emigrar.
Y eso nos dice algo clave: que el ser humano quiere justicia.
¿Y qué es la justicia? Es ese estado de cosas —político y social— donde las buenas acciones son recompensadas con el éxito, y los errores son corregidos con castigo o control.
El castigo y el laurel son las dos caras de la justicia. Y como todos quieren justicia, todos quieren portarse bien.Espinosa tiene una explicación metafísica para esto. Inclusive el ladrón quiere ser el mejor ladrón.
Todo el mundo quiere sentirse moralmente superior. Y Espinosa dice:
“Se es más en la medida en que se tiene más potencia.”
Cuando tienes potencia, tienes la posibilidad de actuar correctamente.
El delincuente es una persona débil. Y no solo débil, sino debilitada por una sociología injusta, por un sistema que no ha sabido garantizar la justicia. Pero cuando la justicia se pone en marcha, cuando el Estado se aproxima a su verdadero fin, entonces el ser humano puede producir. Y no solo puede: produce necesariamente.
Esta noción de producción necesaria en la idea verdadera es algo que quiero explicar, si el tiempo lo permite. Y por favor, al director, le pido que me haga una señal cuando deba ir cerrando. Porque esa idea —la de que la idea verdadera produce necesariamente— fue algo que a mí me mortificó mucho cuando era estudiante.
Yo pensaba:
—¿Cómo puede alguien ver la verdad?
Alguien puede ver la verdad y no querer ponerla en práctica. Espinosa dice que no. Espinosa afirma: quien ve la verdad, actúa necesariamente. Y eso, en un principio, yo no lo entendía. Pero si lo piensan bien —sobre todo ustedes, estudiantes más jóvenes y jóvenes profesores— cuando uno tiene una duda, como Descartes, que basaba todo en la bendita duda, ¿no?, y luego viene un profesor o alguien más experimentado y te aclara lo que no veías, lo que hacemos es decir: “¡Ah!” Y en ese sentido, nos sorprendemos y nos iluminamos con una verdad que llega de afuera hacia adentro, que potencia nuestra idea trunca, nuestra idea mutilada, nuestra idea sin piernas ni brazos. Esa verdad corrige la parcialidad con la que llegamos al aula, a la conferencia, o incluso al momento de abrir un libro.
Pero cuando la idea verdadera se impone, ¿qué ha ocurrido?, se pregunta Espinosa. Les comparto su respuesta. Él dice: “Cuando la idea verdadera llega, se supera la parcialidad del punto de vista.” Pero aclara: el punto de vista es necesario. No somos culpables de tenerlo. Yo, por ejemplo, tengo que mirar las cosas como una mujer, de mi edad, dominicana, formada en filosofía. Eso es lo que soy, eso es lo que puedo hacer. No puedo mirar el mundo como lo ve un hombre, o como lo ve un joven. Tengo que verlo desde mi balcón.
Lo que sí puedo hacer —y en eso me ayuda la filosofía— es saber que lo miro desde un balcón, y que ese balcón puede ser superado, puede abrirse para considerar los otros balcones que me rodean, tanto los del presente como los de la historia que me precede. En el momento en que me apropio de la historia del problema que estudio y comprendo los puntos de vista de mis contemporáneos, en ese momento alcanzo lo que Espinosa llama el punto de vista de la divinidad.
Es decir, no veo las cosas como Elsa, sino como las ve Dios. ¿Ustedes creen que es posible para un ser humano ver las cosas como las ve Dios? Tal vez algunos dirán que no. Pero Espinosa dice que sí. Espinosa afirma que los estudiosos, los que piensan y consideran a sus semejantes, pueden ver las cosas como las ve Dios.
Y en el momento en que uno ve las cosas como las ve Dios, comienza a actuar necesariamente, porque la potencia de Dios es una potencia creativa, que lleva a la acción automática, inmediata.
La tercera parte de nuestra conferencia trataba precisamente sobre eso: sobre la idea verdadera. Ya lo hemos dicho: todo verdadero, lo falso como una verdad mutilada, y la posibilidad de alcanzar el punto de vista de Dios. Esa era la tercera parte.
La cuarta parte —que seguramente interesará mucho a los psicólogos— trata sobre el árbol de las pasiones. Les repartí un resumen; no sé si a Luis Manuel le entregué uno, pero anda por ahí.
Esta parte me la pidió un excelente alumno que tengo aquí: Hank. Párate, Hank, para que te vean. Hank es estudiante de Filosofía Pura. Saca 100 en los exámenes de lógica formal, lo cual es muchísimo decir, porque muchos pasan por alto la lógica formal. La desestiman, creyendo que basta con una lógica dialéctica, o una lógica marxista. Pero lo cierto es que todo eso descansa sobre la lógica formal.
Por eso lo admiro. Y me da esperanza en la juventud dominicana saber que hay jóvenes que estudian lo que deben estudiar para poder dar pasos firmes hacia teorías más comprensivas, más abarcadoras.
Él me pidió que hablara del árbol de las pasiones, tema que ya habíamos abordado en clase. Es interesante, porque para Espinosa las pasiones no son algo que podamos ignorar. Es un racionalista, sí, pero un racionalista que sabe que la razón no tiene fuerza suficiente para imponerse sobre las pasiones humanas.
Son las pasiones las que arrasan con nuestra conducta, con nuestra mente. Los psicólogos lo saben bien. Las pasiones determinan el grado de realización al que puede llegar nuestra esencia. Son las que condicionan todo. Por ejemplo, Espinosa dice: “El hombre es esencialmente pasional, porque cuando nace es sumamente débil.”
La palabra “pasión”, desde Aristóteles, tiene que ver con la pasividad, con el impacto que el mundo exterior ejerce sobre una determinada psique. Las pasiones se generan, entonces, desde la pura debilidad, y esa debilidad es intrínseca al ser humano. Es intrínseca porque el ser humano nace sin garras, sin pelo, sin plumas, sin dientes. Nace desamparado.
Por eso debemos protegerlo socialmente. Las madres intentan hacerlo lo mejor posible, pero Espinosa advierte que la familia fracasa si no cuenta con un Estado que la respalde. Porque por más que una madre desee apoyar a su hijo, si no tiene solvencia económica, no podrá prepararlo para competir en igualdad de condiciones con los hijos de las clases más privilegiadas.
Esa es la misión del Estado: estar atento, permanentemente, a las condiciones en las que nace su población, a la calidad de los hospitales donde llegan al mundo, a las escuelas donde serán sentados años más tarde, y a la necesidad de poner especialistas a escudriñar sus talentos naturales para poder desarrollarlos.
El ser humano nace débil y necesita protección: maternal, familiar y —sobre todo— estatal. Y como nace tan vulnerable, dice Espinosa, se pasa más del 90 % de su existencia soportando, aguantando. Esa experiencia lo marca. De ahí surge lo que él llama la inteligencia del sufrimiento, que se manifiesta en las pasiones.
Pero, según Espinosa —y esta es una de sus grandes aportaciones—, el ser humano quiere vivir, tiene conatus, una fuerza interna que lo impulsa a perseverar en su ser. Y se alegra cuando esa fuerza se repotencializa. ¿Qué es la tristeza?, pregunta Espinosa. La tristeza es el debilitamiento del conatus. ¿Y la alegría? Es su fortalecimiento.
Para Espinosa, todas las pasiones están conectadas. Del odio se puede pasar al amor. El odio es un agujero negro, un vacío de potencia, una especie de muerte en vida. Pero puede superarse mediante una repotenciación de esa energía vital, en la medida en que el ser humano comprenda más y mejor su realidad y actúe con mayor claridad y determinación.
Ojalá que esto sirva de algo a todos los jóvenes presentes esta tarde. Porque, según Espinosa, lo primero que debo hacer para superar el odio y las pasiones negativas que empobrecen mi personalidad y me alejan del conocimiento de mí misma y de mi realidad, es desconectar esas pasiones del objeto externo al que atribuyo su causa.
Es decir, debo entender que mis pasiones no provienen de ese objeto externo, sino de mi propia pobreza energética, de mi debilidad. Y esa debilidad debe ser superada, dice Espinosa, mediante lo que él llama pasiones alegres. Pasiones alegres que deben ser educativamente incorporadas: que los niños sientan cada vez más alegría de ser quienes son, más inocencia respecto a los errores de sus padres, más limpieza frente al mundo.
Cada ser humano, en su niñez, debe repotenciarse para comprender su realidad, para saber que lo que le ocurre depende, en última instancia, de sí mismo. Debe desconectar la causa de su pasión del objeto externo. Aquí tengo un gran amigo psiquiatra —él sabe— que seguramente estará pensando en lo que ocurre cuando uno rompe el vínculo entre lo que siente y aquello que cree que lo ha provocado.
En ese momento comienza la conciencia de la propia debilidad. Y uno se ríe, se distrae, deja de culparse, se alegra. Y esa alegría es ya el inicio de la recuperación. Porque la realización humana depende de un aumento alegre de la potencia existencial, que nos capacita para comprendernos, para actuar. Y actuar —como les dije hace un rato— es continuar la obra de la divinidad.
Y cuando señalo hacia arriba, yo misma me corrijo. Porque la divinidad no está arriba. La divinidad está aquí. Está trascendiéndonos. No digo que Dios sea el hombre. Digo que el hombre es un modo de la realidad. Somos seres modales. ¿Qué significa eso? Que no tenemos en nosotros mismos la causa de nuestra existencia. Pero podemos —como modos finitos de la sustancia infinita— participar, comprender y actuar con alegría, con verdad, y con libertad.
No tenemos la causa de nuestra existencia en nosotros mismos. Es una causa prestada, una causa nodriza. En cambio, Dios es causa sui. Recuerdo que en uno de mis exámenes en la Universidad Complutense —que, dicho sea de paso, ya no es lo que era cuando yo estudié, pero en aquella época tenía profesores de mucha altura, la verdad sea dicha—, me ocurrió algo muy revelador.
Estaba exponiendo sobre Espinosa en un seminario y, de pronto, el profesor me interrumpió: “Párese ahí. Defíname a Dios”. Fue un momento importante. Porque hay mucha gente que dice “Dios no existe” o “Dios sí existe”, pero nunca se detiene a definir qué entiende por Dios.
Hay que definir, porque si no, no estamos diciendo nada. ¿Qué significa decir “Dios existe” o “no existe”? ¿De qué estamos hablando? Por ejemplo, de Dios no puedo preguntar si es real… porque es la realidad misma. Y no tiene sentido preguntar si la realidad es real. Es una pregunta absurda.
A Dios no se le puede preguntar si es real, como no se puede preguntar si lo real es real. Y aquel profesor, en medio de mi exposición, me dijo: “Deténgase”. Yo, muerta de miedo, me detuve. “Defíname a Dios”, me exigió. Le respondí: “Dios es causa sui”. Y me dijo: “Siga. Eso es. Dios es causa sui”.
Dios es poder, es energía que se autogenera. Por eso no puede no existir, porque no tiene freno ni depende de nada. Nosotros, en cambio, necesitamos que nuestros padres se hayan amado para poder venir al mundo. Dios, no. Dios es la plenitud infinita de la realidad. Está siempre manifestándose. Si no, obsérvese lo que ocurre cuando sembramos una semilla en el campo: brota un árbol.
¿De dónde saca la semilla esa potencia? ¿De dónde saca la zanahoria el poder para alimentarnos? ¿De dónde surgen las ideas que iluminan a quienes las reciben? ¿De dónde las sacan los maestros que las enseñan? De la fuente de la realidad misma, de Él, del único que es en sí y por sí, por la eternidad.
Nosotros somos de a poquito, prestados, momentáneos. Pero eso no significa que no seamos importantes. Somos su expresión directa. Por eso, cuando un joven está triste, nosotros, los adultos, debemos ayudarle a repotencializar esa energía y recordarle: “Tú vales. Tú eres tú. Eres una creación divina para la acción. Tienes algo que se llama manos. ¡Míralas!”
Con ellas se transforma la realidad: el labrador siembra, el maestro enseña a escribir, con ellas tomamos el bolígrafo, manipulamos la tecnología. Y es la filosofía la que puede enseñarnos a ubicar esa tecnología en su justo lugar, para que no se use para reprimir, sino para liberar al ser humano. Un beso grande para todos.
—Profe, voy a aprovechar para hacerle una pregunta. Espinosa dice: “El arrepentimiento no es una virtud, porque no nace de la razón”. ¿Podría explicarnos eso de manera que lo entendamos todos?
—Sí, claro que sí. Espinosa dice: “El que se arrepiente es dos veces débil”. Vamos a tratar de comprender toda la profundidad de esa afirmación.
Primero, hay que ser muy débil para actuar mal. Normalmente creemos que el asaltante del barrio, el que roba celulares, es alguien fuerte, arriesgado. Pero Espinosa dice: no. Ese ladrón es alguien muy débil. Alguien que no ha entendido cuál es su propósito de vida, que no ha comprendido qué significa realizarse.
Cree que su felicidad —que él confunde con su realización— está en expropiarte un celular y venderlo. Cree eso. Pero eso no es su verdadero objetivo, eso no le conviene. Simplemente, lo cree. ¿Y por qué lo cree? Porque tiene poco entendimiento. ¿Y por qué tiene poco entendimiento? Porque es muy débil. No puede comprenderse.
Y como no puede comprenderse, tampoco puede actuar verdaderamente. Porque para actuar hay que tener la idea verdadera, y para alcanzar la idea verdadera hay que ser fuerte. Por eso Espinosa dice: “El arrepentido ha sido débil al actuar erróneamente —como en un acto delictivo, por ejemplo—, y sigue siendo débil al no entender que esa acción en la que cayó fue necesaria, dada la configuración de sus coordenadas psíquicas, sociales y físicas”. Él no es culpable. Y aquí mis alumnos brincan: “Profesor, ¡usted está justificando la delincuencia!”. Pero no es eso…
No, en absoluto. La delincuencia no es justificable. Yo no quiero delincuentes en mi país, pero no por mí, no porque me roben un celular… sino por ellos. Porque nadie puede vivir bien rodeado de delincuencia. Se gastan los capitales en seguridad privada, en sistemas de protección. Y es por eso que Espinosa, en sintonía con Jesucristo y la multiplicación de los panes y los peces, dice:
“Lo que se comparte se multiplica.”
Sea la comida, el dinero o el amor: lo que se comparte se multiplica. La gente no lo entiende: “¿Cómo se va a multiplicar el dinero si lo comparto?” Pero claro que sí. Porque si compartimos, no habrá clases empobrecidas. Y si no hay clases pobres, la vida es más llevadera para todos. La gente trabaja con menos presión, con menos necesidades impuestas por la desigualdad.
En cambio, si yo soy rica empobreciendo a otros, tengo que vivir acorralada, defendida, gastando mi fortuna en barreras, vigilantes, encierros. Si no contribuyo a la hacienda pública, los hospitales se empobrecen. Entonces tengo que irme a los Estados Unidos. ¿Y no es curioso que tantos critiquen a EE. UU. pero todos quieran estar allá?
Si no les gusta, que se vayan a China, para que sepan lo que es el verdadero autoritarismo. Allá, por dos centavos, la gente produce cualquier cosa… y lo hace bien, porque si no lo hace bien, lo encarcelan. Esa represión es funcional al capital. Pero cuando hay democracia, es más difícil que el capitalismo funcione. Y sin embargo, tenemos que sostener la democracia, aunque sea difícil.
Lo que debemos desear no es que el capitalismo se vuelva dictatorial para ser más “eficiente”, sino que evolucione hacia la justicia. Como decía Espinosa, la democracia es el único sistema político real, porque las dictaduras no son Estados políticos verdaderos, sino estados de naturaleza camuflados.
¿Qué es un estado de naturaleza? Es un estado de lucha de todos contra todos, donde los más fuertes se imponen sobre los débiles. No sé si fui clara al explicar por qué el arrepentido es dos veces débil: primero, porque no tuvo la fuerza para actuar correctamente; y segundo, porque no tiene la fuerza para entender que su acción fue el resultado necesario de sus circunstancias, y que debe dejar de culparse para comenzar a reconstruirse alegremente. Porque la culpa amarga, entristece y empobrece.
El que vive diciendo “me arrepiento” vuelve a caer. No puede sostenerse, duda de sí mismo, no tiene con qué afirmarse. Y la vida —la vida humana, que es consciente, y la vida animal, que no lo es— es una cuestión de afirmación y de potencia. Por eso es tan importante la educación.
Por eso están ustedes aquí. Por eso asisten a sus aulas. Para potencializarse, para convertirse en profesionales fuertes, no melindrosos; en personas confiadas en sí mismas, no lloronas. Fuertes. Firmes. Claras.
Pregunta del M.A. Joseph Mendoza:
—Maestra Elsa, muchas felicidades por esta brillante exposición. Se nota un dominio profundo del pensamiento de Espinosa.
Recuerdo que en la lejana antigüedad griega, el filósofo Epicuro decía que la filosofía debía resolver problemas. De ahí surgió la figura del “filósofo-médico”, que hoy se conoce en Europa como terapeuta filosófico. Mónica Cavallé, en España, ha trabajado esa línea. Existen filósofos que tienen consultorios, y a ellos acuden personas en busca de orientación, a través del diálogo socrático, para resolver conflictos existenciales.
Mi pregunta es: ¿Cuál es la lógica del poder en Espinosa, y qué podemos aprender de ella en estos tiempos?
—Buena pregunta. Espinosa es defensor de la democracia. Como mencioné antes, para él, la democracia es el único sistema político real, el que tiene más potencia.
¿Y por qué? Porque para Espinosa, realidad es potencia. Se puede tener distintos grados de realidad, distintos grados de potencia. El conatus —esa fuerza esencial del ser, ese deseo de perseverar en el propio ser— no es sólo cuantitativo, también es cualitativo. Cada uno tiene su propia esencia, que forma parte de la esencia divina.
Es decir, nuestra esencia participa tanto del atributo pensamiento como del atributo extensión, y también de infinitos atributos que —dice Espinosa— no desarrolla, para no desviar el foco de su obra.
Lo que quiero subrayar es que, para él, la democracia es el único sistema político real, porque es el único en el que el Estado se manifiesta en su máxima potencia.
Está en plena potencia porque en la democracia no se puede hablar de los que mandan y los que obedecen. En un verdadero Estado democrático —el único verdaderamente potente para Espinosa— no hay división de clases enfrentadas.
Fíjense: es completamente antidialéctico. Espinosa considera que la dialéctica es una falsificación de la realidad: una bipolarización abstracta de un proceso continuo que, en realidad, puede ir potencializándose gradualmente hasta alcanzar la realidad del Estado.
Y hasta que no alcancemos la realidad del Estado, no podemos alcanzar la realidad del hombre.
¿Y cómo se llega a esa realidad del Estado? Con el sistema democrático, cuando desaparece la figura del que manda y del que obedece.
En el Tratado Político, Espinosa afirma:
“El hombre no nació ni para mandar ni para obedecer, porque ambos extremos enferman su mente.”
Los dictadores se enferman, y los subyugados también.
Por eso, cuando ocurre el tiranicidio —como aquí, cuando mataron a Trujillo—, el pueblo queda herido. No lo superó. Han pasado más de 80 años, y todavía la gente vive añorando a Trujillo.
Todo gira en torno a Trujillo: sus tesis, sus memorias, sus fantasmas. La gente sigue buscando “un jefe”, alguien que imponga, que mande.
Recuerdo una vez que fui candidata para la coordinación de la escuela. En el salón de profesores, alguien me preguntó:
—¿Y quién te apoya?
Yo respondí:
—Mi trabajo.
Y me dijeron:
—¡Ay, qué ridícula! Al que no lo apoya nadie, no va para ningún lado.
Y yo les dije:
—Eso es una herencia del trujillismo. Pero lo entiendo, porque el trujillismo no se supera de un golpe. El trujillismo se supera paso a paso, con educación, con actividades como esta, que hace la Escuela de Filosofía: divulgar el pensamiento filosófico para que la gente libere su mente.
Y en ese momento nos daremos cuenta de que, cuando alcancemos la potencia para comprendernos a nosotros mismos, sabremos que no somos culpables de ser como somos. Y que sí podemos dar el paso hacia un desarrollo urgente y necesario.
Por ejemplo, desde una lógica del poder internacional, Espinosa dice:
“La guerra es a muerte.”
Cada nación tiene pleno derecho a destruir a otra si la otra no sabe defenderse.
Como el tiburón se come a la sardina, el que vive distraído, esperando un empleo y un carrito, será devorado por cualquier potencia que desembarque aquí.
¿Y por qué? Porque no está unido a sus hermanos. Pero un pueblo unido, integrado, no puede ser subyugado.
Y ese es el trabajo filosófico que hacemos en el aula.
Usted debe salir de aquí siendo un profesional que entienda que, cuando respeta a los mayores, a los niños y a sus contemporáneos, se vuelve más fuerte.
Y cuando lleguen las potencias extranjeras —que llegarán, porque este país tiene recursos que el mundo codicia—, usted sabrá cómo responder.
Por ejemplo: ahora se habla del oro.
Nosotros hemos tenido oro toda la vida. Yo le pregunté a mi esposo una vez:
—¿Trujillo sabía que aquí había tanto oro?
Y él me dijo:
—Claro que sí, pero lo mantenía callado, para evitar una detonación internacional tras el oro.
Nosotros tenemos muchas riquezas, pero si estamos ontológicamente unidos, metafísicamente integrados, políticamente bien estructurados, entonces con nosotros hay que negociar para llevarse ese oro.
Hay que construir trenes, hay que trazar vías, levantar escuelas, proteger a la niñez, proteger lo que nos constituye como sociedad. En definitiva, hay que establecer un contrato social justo, donde si se va a llevar parte del oro —que es nuestro—, no sea a cambio de pobreza, sino de inversión real en el desarrollo de nuestras necesidades.
Porque, como bien saben ustedes, entró el siglo XXI y nosotros aún no hemos superado los problemas fundamentales que nos agobian.
Esa es la lógica del poder: las potencias pueden… pero no pueden entrar donde no hay traición ni disolución ontológica. Si en el Estado dominicano encuentran integración, cohesión, dignidad, tendrán que tratarnos de tú a tú, de forma justa, y entonces nosotros saldremos beneficiados de nuestros propios recursos naturales.
Participación del Prof. Mora:
—Buenas tardes, profesora. Mi respeto, mi admiración y cariño de siempre. Quería hacerle una pregunta sobre Espinosa. En una ocasión le preguntaron al físico-matemático Albert Einstein si creía en Dios, y él respondió que creía en el Dios de Espinosa. ¿Podría decirnos cuál es ese Dios al que se refería? ¿Es el Dios judío? ¿O es otro?
—Gracias, Mora. Esa pregunta es muy importante y está muy de moda. Me duele mucho ver cómo, en YouTube, a veces se hacen cortos sobre Espinosa presentándolo como un ateo, o simplemente como alguien que negaba a Dios. Como si defendiera una versión judía tradicional, o como si lo redujeran a etiquetas.
Sí, Espinosa era judío, pero fue rechazado por los judíos, y también por los cristianos. ¿Por qué? Porque su concepto de Dios no puede ser cuestionado fácilmente. Es más radical.
Según Espinosa, todas las visiones de Dios son legítimas, pero ninguna puede reemplazar a otra. Porque, en realidad, Dios es el fundamento mismo de la realidad a la que yo pertenezco.
Yo pertenezco a esa realidad de forma estrecha, limitada y dependiente. Y Él —Dios— es la totalidad en la que estoy inserta. Pero yo solo puedo ver esa totalidad desde mi punto de vista particular.
No puedo ver a Dios como lo ve un musulmán, porque no soy musulmana. Ellos, a su vez, no pueden ver a Dios como lo ve un cristiano, porque no son cristianos.
Entonces, ¿qué dice Espinosa? Dice que Dios es la realidad, la única realidad, y todas las visiones de Dios se sustentan en ella.
Dios es el incondicionado. ¿Qué significa eso? Que no depende de nada, no tiene causa fuera de sí mismo.
Yo no puedo preguntarle a Dios por qué el agua moja. El agua moja incondicionalmente, como el fuego quema, como la zanahoria alimenta, como los hombres cuestionan.
Eso es Dios: la estructura de lo real, que no se puede interrogar desde fuera porque nada hay fuera de ella. Pero la gente hoy está acostumbrada a respuestas rápidas. Y meterse en Espinosa requiere tiempo. Mis alumnos —ustedes lo saben— viven buscando las respuestas en Google. Pero yo les digo:
“La respuesta es lo menos importante.
Lo importante es la pregunta, porque la pregunta es el hueco que te obliga a buscar la respuesta”.
La filosofía es un sistema de preguntas. Por eso Einstein, al leer a Espinosa, encontró en él la base metafísica de la realidad. Los verdaderos científicos conocen la realidad. Si no la conocieran, no podrían entenderla por áreas ni conectarlas entre sí.
¿Cuál es el problema del ser humano del siglo XXI? Que la tecnología de la información lo ha acostumbrado a respuestas discretas, fáciles y sueltas.
¿Qué significa “respuestas discretas”? Significa respuestas desconectadas entre sí, verdades aisladas, fragmentadas, sin integración en un sistema. Y cuando Nietzsche —con quien simpatizo, pero a veces me da risa— dice: “La culpa de la decadencia de Occidente es de Platón”, yo digo: ¡pero si Platón tiene ideas capaces de salvar al mundo entero!
Platón decía que las ideas forman un sistema, y todas están conectadas entre sí. Espinosa dice lo mismo:
“La diferencia entre una idea verdadera y una falsa es que la verdadera tiene capacidad de rodaje dentro del sistema de la realidad, mientras que las ideas falsas, en cambio, están cojas. No pueden correr la carrera del pensamiento.”
Cuando uno está investigando y se encuentra estancado, bloqueado, ese bloqueo es señal de que la hipótesis no encaja con la realidad, que no está en armonía con Dios, porque —para Espinosa— Dios es la realidad.
Por eso Espinosa dice que no se puede investigar como proponía Descartes, desde los individuos hacia arriba, buscando causas sueltas. Hay que partir de Dios, del sistema de la realidad, de su productividad interna, de su dialéctica divina.